«La piedad que impulsa
a los fieles a adorar a la santa Eucaristía los lleva a participar más
plenamente en el Misterio pascual y a responder con agradecimiento al don de
aquel que, por medio de su humanidad, infunde continuamente la vida en los
miembros de su Cuerpo. Permaneciendo ante Cristo, el Señor, disfrutan de su
trato íntimo, le abren su corazón por sí mismos y por todos los suyos, y ruegan
por la paz y la salvación del mundo.
Ofreciendo con Cristo
toda su vida al Padre en el Espíritu Santo, sacan de este trato admirable un
aumento de su fe, su esperanza y su caridad. Así fomentan las disposiciones
debidas que les permiten celebrar con la devoción conveniente el Memorial del
Señor y recibir frecuentemente el pan que nos ha dado el Padre» (Ritual 80).
La piedad eucarística
ha de marcar y configurar todas las dimensiones de la vida espiritual
cristiana: la predicación, la catequesis, la consagración en la vida religiosa,
la vida conyugal, las misiones, el servicio de la beneficencia caritativa… Todo
debe fluir de la Eucaristía y conducir a ella.
Por medio de la Eucaristía la vida del Resucitado llega a nosotros y nos permite vivir como resucitados por Él, con Él y en Él.
Por medio de la Eucaristía la vida del Resucitado llega a nosotros y nos permite vivir como resucitados por Él, con Él y en Él.
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