1 de noviembre de 2009

Ser todo de Dios como Cristo es todo del Padre

Ser todo de Dios como Cristo es todo del Padre



Sean santos como es Santo el Padre que está en el Cielo[1].

La voluntad de Dios es que sean santos[2].

Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el Cielo, y nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor.[3]

Con estas palabras y tantas otras, el Espíritu de Dios nos impulsa a la santidad. Parafraseando al Apóstol que grita “la Caridad de Cristo nos urge”[4], podemos sentirnos interpelados de la misma manera: “la santidad de Cristo nos urge”.

La Iglesia necesita una profunda renovación, una gran transformación, un fuerte impulso de santidad, una nueva generación de santos. Una Vida Nueva. Una comunidad con el fervor de la primera. Un espíritu que nos permita respirar la santidad de Dios.

¿Es posible hoy?

El Espíritu Santo ha suscitado, ya desde el siglo pasado, una corriente de Gracia que se ha manifestado en distintos momentos, lugares y estados de vida: un renovado FERVOR EUCARÍSTICO.

La Eucaristía no es un carisma más en la Iglesia. La Eucaristía hace la Iglesia[5]. Ella es fuente y culmen de toda la vida de la Iglesia[6]. Contiene todo el tesoro espiritual de la Iglesia[7]. La Eucaristía es Jesús.

Y Jesús nos da el Espíritu Santo: el Espíritu de santidad.

Juntos, en la Eucaristía, renovamos Pentecostés: en comunión con María, recibimos el Espíritu de Jesús.

El Reino de los Cielos ya está entre ustedes[8], anunciaba Jesús con su sola Presencia. Al reinar la Eucaristía, el Reino de Dios está entre nosotros. Y, así como los demonios no soportaban la Presencia de Cristo[9], del Reino, así hoy tampoco la Presencia de la Eucaristía, del Santo de Dios, puede cohabitar con el pecado. Esta corriente de gracia suele encontrar, misteriosamente, cierto rechazo, cierta resistencia, e incluso cierto cuestionamiento peyorativo. El maligno no soporta la Presencia del Santo de Dios y con muchas sutilezas querrá evitar el reinado de la Eucaristía que anticipa la plenitud del Reino de Dios entre nosotros. Es que la Eucaristía nos permite, gracias al Espíritu que recibimos, ser todo de Dios como Cristo es todo del Padre. En la Eucaristía, le pertenecemos a Dios y Él, si vale la expresión, nos pertenece; así como el Hijo es todo del Padre y el Padre todo del Hijo en la comunión del Espíritu Santo, en la Eucaristía participamos de la misma comunión. La santidad de Dios habita en nosotros.

La Eucaristía HACE SANTOS.

¿Es posible en esta generación frágil hablar de la santidad y vivirla?

¡¡¡SÍ!!! Es posible. Así como en un hospital a un enfermo lo que se le pide es recibir, no se le pide en primer lugar hacer, así la Eucaristía le permite a esta generación que vive en debilidad, recibir la santidad de Dios. No se nos pide en primer lugar tal o cual virtud, tal o cual acción, tal o cual palabra o gesto; sino, antes que nada, recibir.

Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de Él. Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero.[10]

El Espíritu Santo suscita un caminito[11] de santidad a través de un renovado FERVOR EUCARISTICO; a través de la celebración y adoración diaria de la Eucaristía, el Reino de Dios está entre nosotros. No hace falta que otros lo vean o valoren; de todas maneras es fecundo. El Reino es como la pequeña porción de levadura que fermenta toda la masa; es la pequeña semilla de grano de mostaza que llega a ser la más grande de las hortalizas[12].

Un camino de santidad accesible para todos. TODOS pueden celebrar y adorar la Eucaristía. NADIE está excluido. Por más débil que sea, en cualquier estado en que se encuentre. LA SANTIDAD de Cristo en la EUCARISTÍA nos santifica. Y nos hace santificadores. No por nuestra santidad, sino por la santidad del Espíritu que nos habita.

Un camino de santidad humilde y grande a la vez: celebrar y adorar todos los días la Eucaristía. Un compromiso de ser como la LÁMPARA ENCENDIDA del sagrario. Todos los días, un signo vivo de la Presencia Viva. Presentes ante el PRESENTE.

Es un llamado a formar una fraternidad eucarística: sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos y familias que sientan el llamado a santificarse y a santificar mediante un acto de fe y amor a la Eucaristía todos los días: en la celebración de la Misa y la adoración al Santísimo (expuesto o reservado en el sagrario). Y así vivir de la Eucaristía[13]; esto es, orar y evangelizar con la Eucaristía, pensar y amar como la Eucaristía.

La fidelidad de Jesús en la Eucaristía nos invita a esta sencilla fidelidad que trata de vivir la primacía de la gracia[14] y la escuela de comunión[15] a la que nos invita nuestro amado Juan Pablo II en Novo Milenio Ineunte: un camino de santidad para el nuevo milenio.

Abrazados por el Inmaculado Corazón de María, en el espíritu del Magnificat[16], viviremos consagrados al Corazón Eucarístico de Jesús, hasta que Dios sea todo en todos[17].

Así, encarnaremos la santidad a la cual somos llamados por el bautismo.

Así, anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús[18].

Fiesta de Pentecostés del año 2009


Ser todo de Dios como Cristo es todo del Padre …
… en la vocación laical

Es, ante todo, un llamado a la santidad. Sean santos como es Santo el Padre que está en el Cielo.

El Concilio Vaticano II ha sido inspirado por el Espíritu Santo para renovar este llamado evangélico que está dirigido a todos los bautizados[19], no sólo a los sacerdotes o consagrados, sino que es un llamado a los hijos del Padre celestial; es decir, a todos los bautizados.

La santidad no es un lujo de pocos sino un deber de todos, nos decía la Madre Teresa de Calcuta.

De manera concreta, el laico vive este llamado en medio del mundo haciendo presente el Reino de Dios en las realidades temporales: la familia, el estudio, el trabajo, los amigos; los distintos ámbitos sociales en que se desarrolla su vida.

Sin embargo, para instaurar el Reino de Dios, primero lo tiene que tener en su corazón. El Reino de Dios que predicaba Jesús era una invitación a la conversión[20] y esto se tiene que dar, ante todo, en el propio corazón.

Tiene que ser todo de Dios como Cristo es todo del Padre. Jesús predicaba el Reino de Dios diciendo que ese Reino ya está entre nosotros. ¿Cómo? En su Persona. En su Persona que le pertenece del todo al Padre ya estaba su Reino entre nosotros.

De la misma manera, el laico anuncia el Reino de Dios en el mundo, santifica el mundo, si ese Reino primero habita en él, si él es santo.

¿Con qué santidad? No con la suya propia, sino con la de Cristo. Tendrá que recibir a Cristo para recibir su santidad. Vivir un renovado fervor eucarístico es una invitación a dejarse santificar por Cristo.

Esto significa, en concreto, darle el primer lugar a Dios en la propia vida, para que así podamos ser todo de Dios como Cristo es todo del Padre.

¿El modo? Realizando, cada día, un acto de fe y amor a Jesús Eucaristía, mediante la participación de la Misa y adorándolo durante una hora o durante el tiempo que cada uno decidirá junto a su director espiritual, según sus posibilidades.

Ciertamente que los compromisos que el laico asume en el mundo de hoy, algunas veces, le puede impedir tener el horario disponible en el que se celebra la Misa o se expone el Santísimo Sacramento. Sin embargo, esto no le debe impedir darle a Dios el primer lugar cada día por medio de este camino eucarístico.

Y, por eso, es que todos los días, si se encuentra imposibilitado de celebrar la Misa y de hacer adoración o visitar el sagrario, puede hacer un acto de comunión espiritual dirigiendo su acto de fe y amor hacia el sagrario que se encuentre más cercano; acto de fe y amor que puede ir acompañado del rezo del santo Rosario, de la meditación del Evangelio del día, o de alguna piadosa oración en honor a Jesús eucaristía.

Así, dando cada día a Dios el primer lugar en la oración, irá, poco a poco, teniendo el primer lugar en el corazón y, finalmente, en toda su vida.

Además, en orden a vivir el Espíritu de Pentecostés donde los apóstoles estaban en oración unánime y perseverante junto a María[21], todos los que sientan alguna afinidad y amistad humana, y se sientan invitados a vivir la santidad por medio de este sencillo caminito, podrán fortalecerse, rezando unos por otros cada día y congregándose una vez al mes para realizar una hora de adoración al Santísimo en comunión con María.

Así, el Espíritu de Pentecostés, generará entre nosotros, el espíritu de fraternidad que robusteció a los apóstoles en su misión.

Es una invitación que no implica ningún nuevo compromiso: no se trata de que los laicos se alejen de sus compromisos cotidianos ni de sus respectivas comunidades eclesiales en las que ya se encuentren.

Simplemente es una invitación que debe resonar en lo más hondo del corazón, para que el Espíritu Santo renueve nuestra fidelidad cotidiana y, así, podamos responder al llamado bautismal: la santidad de Cristo nos urge.

Que Jesús sea adorado y María sea amada.


Ser todo de Dios como Cristo es todo del Padre …
… en la vocación sacerdotal

El sacerdote está llamado a irradiar la santidad de Jesús. Es un hombre tomado de entre los hombres al servicio de los hombres en las cosas que se refieren a Dios[22].

De manera que, en el sacerdote, los hombres buscan a ese hombre que les de a Dios. Pero nadie da lo que no tiene. Jesús debe vivir en él para que los hombres se encuentren con Jesús.

Los sacerdotes estamos llamados a santificarnos santificando a los hombres. Y esto sólo es posible si el sacerdote le permite a Jesús vivir Su Vida en la de él. ¿De qué sirve un sacerdote que no dé a Jesús? Los hombres buscan a Jesús en el sacerdote y lo deben encontrar.

Deben encontrar en el sacerdote el amor del Corazón de Jesús[23], el Buen Pastor. Esta es la espiritualidad del sacerdote: vivir la Caridad Pastoral[24], es decir, dejar vivir a Jesús en él, para que Jesús, el Buen Pastor, manifieste y derrame su amor redentor a los hombres, porque sólo Jesús es Redemptor Hominis.[25]

La máxima manifestación de Amor de Jesús, el Sumo y Eterno Sacerdote, es el misterio Pascual: Su Pasión, Muerte y Resurrección. En este acto de Amor, el Padre ha “agotado” (entiéndase bien) la manera de manifestar y donar su Amor. Es la suprema manifestación y donación de Amor del Padre que se nos regala en Jesús. Ahí, más que en otro momento, contemplamos que Cristo es todo del Padre y así es capaz de manifestarnos y donarnos todo el Amor que hay en el Padre.

Esta es la Caridad del Buen Pastor que tiene que vivir cada sacerdote. Reviviendo sacramentalmente el misterio Pascual, el sacerdote será todo de Dios como Cristo es todo del Padre.

De manera que, lo más hondo de la espiritualidad sacerdotal, será actualizar la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús en la celebración de la Misa diaria. Actualizarla sacramentalmente es la manera más eficaz de manifestar y donar a los hombres el Amor Redentor de Jesús.

Un día en la vida del sacerdote sin la celebración de la Misa es desperdiciar el mayor caudal de Gracia que Dios ha puesto en sus manos y que puede brotar como una fuente de Agua Viva para renovar, transformar y santificar a toda la Iglesia.

El sacerdote, más que nadie entonces, está llamado a ser todo de Dios como Cristo es todo del Padre, para ser canal, instrumento, Sacramento vivo para los hombres, bajo el influjo permanente del Espíritu Santo que brota de la Eucaristía.

Así, la celebración de la Eucaristía estará en el centro de su vida cada día. Y revivirá este misterio, este influjo del Espíritu de santidad, esta pertenencia total a Dios en la hora santa de adoración al Santísimo Sacramento, de manera de poder ir tomando la forma de Jesús Buen Pastor.

De esta manera todas las acciones ministeriales que lleve a cabo tendrán la forma y la autoridad[26] de Jesús vivo en él. No serán simplemente sus acciones humanas sino, más aún, serán las acciones de Jesús Buen Pastor que quiere seguir amando y salvando a los hombres a través de él.

Con la celebración diaria de la Eucaristía y la hora de adoración comenzará a darle la iniciativa y la primacía a la gracia de Dios en su vida y en su ministerio.

La comunión presbiteral es un signo vivo de esta comunión eucarística. La comunión presbiteral es un elemento fundamental en la teología sobre el presbítero en el Concilio Vaticano II[27]. Sin embargo, hay que reconocer nuestros límites humanos para encarnarla permanentemente.

Formar una fraternidad eucarística con aquellos que sientan este caminito eucarístico como una clara voz interior que los invita a santificarse y a santificar, será una manera concreta de vivir esa comunión presbiteral. Congregándose una vez al mes en una hora de adoración al Santísimo Sacramento, los miembros de la fraternidad eucarística comenzarán a vivir dicha comunión presbiteral.

Poniéndose en manos de María, de una manera especial en dicha adoración mensual, revivirán la fuerza de Pentecostés y posiblemente se acrecienten los sentimientos de comunión con todo el resto del presbiterio como ocurrió con los apóstoles en aquel cenáculo.

Por lo tanto, no es una fraternidad para aislar a los presbíteros sino, todo lo contrario. La adoración al Santísimo rezando por la santidad de todos los sacerdotes y la comunión con María santísima, la acrecentará sensiblemente.

Esta adoración al Santísimo Sacramento hará revivir en sus propias personas, la adoración que el mismo Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, tributa al Padre. Así, aquí y ahora, en este momento y por medio de estos sacerdotes, Jesucristo sigue intercediendo ante el Padre por todos los hombres.

Ser todo de Dios como Cristo es todo del Padre a través de este caminito eucarístico, implica en la vida del Sacerdote amar y hacer amar a Jesús Eucaristía, orar y evangelizar con la Eucaristía, pensar y amar como la Eucaristía, invitando a sus fieles a vivirlo.

Que lo que él vive, los fieles se sientan invitados a vivirlo, sobre todo en las familias, iglesia doméstica que tendrá que redescubrir que familia que reza unida permanece unida[28]. A los matrimonios jóvenes, de manera particular, se los invitará a celebrar la Eucaristía de cada domingo junto a sus hijos.

Que Jesús sea adorado y María sea amada.


Ser todo de Dios como Cristo es todo del Padre …
… en la Vocación religiosa

Yo te desposaré para siempre … en el amor y la misericordia; te desposaré en la fidelidad[29].

La vida consagrada es un signo del desposorio de Cristo con su Iglesia. Un anticipo del Banquete del Reino de los Cielos. Felices los invitados al Banquete celestial[30].

Yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré al corazón[31]. La vida consagrada es una relación vital, íntima, personal entre el alma y Dios. Un Amor fuerte como la muerte[32] que es capaz de invitar a una persona a vivir en pobreza, obediencia y castidad; a vivir por el Amado, con el Amado, en el Amado; a vivir por Cristo, con Él y en Él[33]; a vivir como el Amado.

Esto que se expresa dirigido de manera particular hacia la vida religiosa femenina, también puede vivirse en la consagración de los hombres, sin olvidar lo específico de cada camino.

Ser todo de Dios como Cristo es todo del Padre en la vida consagrada es descubrirse de tal manera amada, que una se siente llamada a amarlo con un amor total, exclusivo, personal.

Y, como toda relación esponsal, exige la Presencia del Amado. Por eso, este caminito eucarístico será una manera de ahondar esa relación de amor personal.

Sentirse invitada todos los días a consagrase a la Eucaristía mediante un acto de fe y amor al Amado Fiel, Presente, en el Sacramento, hará crecer sensiblemente la propia consagración religiosa.

Ser todo de Dios como Cristo es todo del Padre en la vida consagrada mediante la celebración diaria de la Eucaristía y un acto de adoración al Santísimo Sacramento expuesto o reservado en el sagrario; sin cambiar en nada el propio carisma y según las propias constituciones lo establezcan o permitan.

Bajo una fidelidad absoluta a la propia congregación y movidas en el espíritu de obediencia a dicho carisma y a la superiora de la comunidad, sabiendo vivir el abandono confiado a lo que cada día se le permita, cada consagrada que se sienta invitada a este caminito, si no le es posible celebrar la Eucaristía o adorarlo, podrá realizar dicho acto de fe y amor a Jesús sacramentado mediante una comunión espiritual dirigida al sagrario más cercano que se encuentre, al modo que lo pueden vivir los llamados a la vocación laical.

Así vivirá cada uno de los días de su vida consagrada a semejanza de los templos que se construyen orientados a oriente, a Jerusalén; cada día vivirá orientada hacia el sagrario, hacia el sol naciente, hacia Jesús, hacia el Esposo Amado, Presente, por ella, con ella, para ella.

Allí está ÉL, día y noche permaneciendo Fiel para volver a desposarle en Amor y Fidelidad a lo largo del desierto de la peregrinación, mientras su amada aguarda el Banquete de las Bodas del Cordero[34].

Celebrar y adorar la Eucaristía será, para la consagrada, aprender del Esposo divino lo que significa ser pobre, obediente y casto.

Allí esta ÉL.

Pobre en la apariencia del pan y del vino.

Obediente a la voz del sacerdote cada vez que pronuncia las palabras de la consagración.

Casto en su entrega gratuita, generosa, universal. Olvidado de sí mismo, de su condición divina[35], para venir, anonadándose, a cada uno de nosotros. No sólo a algunos, sino a todos.

Vivir la vida consagrada orientada a la Eucaristía será la mejor escuela para aprender los sentimientos de Cristo Jesús[36].

La consagrada, así, comprenderá que no sólo está llamada a ser un signo, a ser lámpara encendida; sino que está llamada a dejarse transformar por el Amado, llamada a ser, también, incienso que se quema en su Presencia.

Suba, Señor, a Ti mi oración como incienso[37]. Esa es la vida religiosa; una vida consumida, entregada, que se quema como incienso en la Presencia del Santísimo Sacramento. Así, la Iglesia, la casa, se impregna con la fragancia del perfume[38] de su amor.

No implica nada nuevo en su propia consagración, ni un nuevo aspecto del carisma de su congregación.

Simplemente, sentirse invitada a despertar un renovado Fervor Eucarístico mediante un acto de fe y de amor a Jesús Eucaristía cada día, con el deseo de vivir la maternidad espiritual adoptando en ese acto de fe y de amor diario a cada uno de los laicos y sacerdotes que sienten la misma invitación en su corazón. Esta será la manera de vivir la fraternidad eucarística, que en nada disminuirá la propia vida comunitaria. Al contrario, María santísima y Jesús Eucaristía, poco a poco, la irán transformando para crecer en el espíritu de comunidad para con sus hermanas.

Así, el Espíritu Santo que se nos regala en la Eucaristía y que la ha consagrado para ser toda de Dios como Cristo es todo del Padre, la santificará cada vez más y la convertirá en un signo del Resucitado que grita con su vida: ¡El Maestro ha resucitado!

Que Jesús sea adorado y María sea amada.


Ser todo de Dios como Cristo es todo del Padre …
… en el espíritu del Magnificat

Contemplemos detenidamente los frutos que, despacito y misteriosamente, hará germinar en nuestra vida esta decisión de darle el primer lugar a Dios por medio de este renovado fervor eucarístico.

El camino eucarístico hará en nosotros lo que nosotros no podemos con nuestras solas fuerzas humanas. Por obra y gracia del Espíritu Santo, que se derrama desde la Eucaristía, podremos vivir el espíritu del Magnificat.

El fruto de este caminito será encarnar el espíritu del Evangelio en nuestra vida. Este es el espíritu de María santísima; ella es la que nos ayuda a encarnar en nuestra vida la Palabra de Dios que se encarnó en Ella.

El Magnificat es la síntesis del Evangelio. Por eso, la Palabra de Dios que se proclama en la Misa diaria será el alimento principal nuestro de cada día, leído y meditado en algún momento de la jornada. Y este ya será el primer fruto de este caminito.

Pero además y, poco a poco, con el acompañamiento y la pedagogía de María empezaremos a vivir la Palabra de Dios:

Proclama mi alma la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque miró con Bondad la pequeñez de su servidora …

… por medio del acto de fe y amor diario a Jesús eucaristía daremos a Dios la alabanza que merece recibir en cada jornada. Al estar centrados en nosotros mismos, en nuestras miserias, en nuestra pequeñez, en nuestros problemas, lo que más nos cuesta dar a Dios es la alabanza y la acción de gracias que lo glorifican y que a su vez nos hace gozarnos en su grandeza que se manifiesta en nuestra debilidad[39]. Mediante este camino diremos, cada día, junto a María: mi alma canta la grandeza del Señor[40].

En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas, ¡su Nombre es Santo! …

… nos sentiremos impulsados a amar a María santísima por medio del rezo del santo Rosario. María es Madre, María es Maestra, María es Reina. Ella nos tomará de la mano para conducirnos a Jesús. Por eso tomaremos la iniciativa, todos los días, de comenzar la jornada poniendo el Rosario en el bolsillo. Así el Rosario comenzará estando en el bolsillo y, de a poco, pasará a estar en la mano; y, de estar en la mano, pasará, finalmente, a estar en el corazón.

Su Misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen …

… descubriremos que el llamado “sean santos como el Padre celestial de ustedes es Santo” equivale a decir “Sean misericordiosos como el Padre celestial de ustedes es Misericordioso”[41]. Por medio de la confesión mensual empezaremos a gustar de la Misericordia de Dios que nos hará más misericordiosos con los demás. El perdón frecuente que recibimos del buen Dios nos invitará a perdonar frecuentemente a los otros, sobre todo en la vida familiar y comunitaria.

Desplegó la fuerza de su Brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribo a los poderosos de su trono y elevó a los humildes…

… del Cristo manso y humilde de corazón[42] que vive en la Eucaristía aprenderemos a amar la humildad. Sabiendo que Dios resiste a los soberbios pero da su gracia a los humildes[43]. Conscientes que el Reino es de aquellos que son como niños[44], así, creceremos en la actitud del abandono y la confianza en la Providencia de Dios que todo lo gobierna para nuestro bien[45]. Entonces, aceptaremos las humillaciones y purificaciones que ocurran en nuestra vida, esperando el abrazo de María que nos pondrá en algún momento en los brazos de Dios, quien Paternalmente, sacará Bien del mal[46].

Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías…

… al recibir la compasión de Dios que se nos regala en la Eucaristía, descubriremos que estamos llamados a ser compasivos, sobre todo con las almas del purgatorio, con los pobres, los enfermos y todos los que sufren de alguna manera, viendo en ellos al mismo Cristo[47] que hemos celebrado y adorado en el Santísimo Sacramento.

Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su Misericordia…

… al fortalecerse el don de la Fe en la Eucaristía, iremos a toda prisa[48] a dar a Jesús a los demás, a anunciar su Evangelio. Insistiendo, de manera especial, en el Bautismo a los recién nacidos y en la catequesis a los niños y a los jóvenes. A todos, contaremos lo que hemos visto y oído.[49]

Como lo había prometido a nuestros padres, a favor de Abraham y de su descendencia para siempre…

… la Eucaristía hace la Iglesia. Por eso despertará en nosotros un profundo amor filial a la Iglesia, nuestra Madre. Dios será nuestro Padre y la Iglesia será nuestra Casa. Así nos sentiremos impulsados a rezar por el Papa y a amarlo, recibiendo con docilidad sus enseñanzas y transmitiéndolas a los demás, conscientes que son las mismas enseñanzas que Jesús quiere que recibamos y transmitamos. Así, viviendo y amando la Iglesia peregrina, esperamos con confianza algún día vivir y gozar para siempre de la celestial donde Cristo será todo en todos.

Amén.




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[1] Mt. 5, 48

[2] 1 Tes.4, 3

[3] Ef.1, 3-4

[4] 2 Cor.5, 14

[5] Cfr. Ecclesia de Eucaristía cap.II

[6] Sacrosanctum Concilium 10

[7] Presbyterorum Ordinis 5

[8] Cfr. Mt.4, 17

[9] Cfr. Mc.5, 6-10

[10] 1 Jn.4, 9-10

[11] Expresión utilizada para describir el camino de la infancia espiritual que inspiró a Santa Tersita de Lisieux.

[12] Cfr. Mt.13, 31-32

[13] Ecclesia de Eucaristía 1.

[14] Novo Millenio Ineunte 38.

[15] Novo Millenio Ineunte 43.

[16] Cfr. Lc.1, 46-55

[17] 1 Cor.15, 28

[18] Ver Plegaria Eucarística

[19] Cfr. Lumen Gentium 11

[20] Cfr. Mc.1, 15

[21] Cfr, Hech.1, 14

[22] Heb.5, 1-4

[23] Expresión utilizada por el santo Cura de Ars

[24] Cfr. Pastores Dabo Vobis 21

[25] Nombre de la primera carta Encíclica de Juan Pablo II

[26] Cfr. Mc.1, 22

[27] Cfr. Presbyterorum ordinis 8

[28] Cfr. Familiares Consortio 55- 62

[29] Os.2, 21-22

[30] Cfr. Misal Romano

[31] Os.2, 16

[32] Ct.8, 6

[33] Cfr. Misal Romano

[34] Cfr. Apoc. 19

[35] Flp.2, 6

[36] Flp. 2, 5

[37] Sl.140, 2

[38] Cfr. Jn. 12, 3

[39] Cfr. 2Cor. 12, 9

[40] Lc. 1, 46

[41] Lc. 6, 36

[42] Mt. 11, 29

[43] 1Pe. 5, 5

[44] Cfr. Mt. 18, 1-4

[45] Cfr. Mt. 6, 25-33

[46] Cfr, Gen. 50, 20

[47] Cfr. Mt. 25, 31-46

[48] Expresión característica usada por la Madre Teresa de Calcuta

[49] Cfr. Hech.4, 20

16 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bendición que esto llegué en este momento de mi vida.

Anónimo dijo...

Pensar que Jesús esta todos los días viviendo cerca de mi casa me cambio mi manera de vivir las cosas. Gracias por compartir esto. Vale la pena difundirlo.

Anónimo dijo...

Quiera Dios que sean muchos los que se sumen a este camino.

Anónimo dijo...

El tiempo consagrado a Jesús en la adoración de cada día es tiempo de amor a Dios y a los hermanos.

Anónimo dijo...

VIVE JESUS; EL SEÑOR!!!!!!!!!!

Anónimo dijo...

Ven Espíritu Santo y envía desde el cielo un rayo de tu Luz. ven sobre nuestra Iglesia y encendé el fuego de tu Amor que arde en la santa Eucaristía. SI! La Iglesia necesita un nuevo Pentecostés. Ël está para enviare el Espíritu. ¿Nosotros estamos para recibirlo?

Anónimo dijo...

Gloria a Dios que vive y reina por los siglos de los siglos. Su reinado Eucarístico transformará el mundo y nos preparará para su reino eterno al que estamos llamados a adorarlo. Bendito sea el Señor!

Anónimo dijo...

La Eucaristia hace la Iglesia: felicitaciones!!! un camino sencillo y concreto para hacer la Iglesia.

Anónimo dijo...

Gloria a Dios que vive en la Eucaristía! Gloria!!! Gloria!!! Gloria!!!

Anónimo dijo...

Excelente!!!

Anónimo dijo...

Claro que se puede ser santos!!! Gracias por ayudar a renovar en mí el deseo a ser fiel a Dios

Anónimo dijo...

Alabado sea el Señor porque los ha inspirado para vivir y proponer este camino eucarístico de santidad.

Anónimo dijo...

Que Dios sea todo en todos

Anónimo dijo...

Alabado sea el santísimo sacramento!!!

Anónimo dijo...

¡ Cuan Bello es el Señor! ¡Cuan Hermoso es el Señor!

Anónimo dijo...

O santos o nada