30 de mayo de 2012

Eucaristía e Iglesia


La Eucaristía: fuente y cumbre de toda la evangelización

El Concilio Vaticano II ha recordado que la celebración eucarística es el centro del proceso de crecimiento de la Iglesia. En efecto, después de haber dicho que "la Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en misterio, crece visiblemente en el mundo por el poder de Dios", como queriendo responder a la pregunta: ¿Cómo crece?, añade: "Cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado (1 Co 5, 7), se realiza la obra de nuestra redención. El sacramento del pan eucarístico significa y al mismo tiempo realiza la unidad de los creyentes, que forman un sólo cuerpo en Cristo (cf. 1 Co 10, 17)".

Hay un influjo causal de la Eucaristía en los orígenes mismos de la Iglesia. Los evangelistas precisan que fueron los Doce, los Apóstoles, quienes se reunieron con Jesús en la Última Cena (cf. Mt 26, 20; Mc 14, 17; Lc 22, 14). Es un detalle de notable importancia, porque los Apóstoles "fueron la semilla del nuevo Israel, a la vez que el origen de la jerarquía sagrada".

Al ofrecerles como alimento su cuerpo y su sangre, Cristo los implicó misteriosamente en el sacrificio que habría de consumarse pocas horas después en el Calvario. Análogamente a la alianza del Sinaí, sellada con el sacrificio y la aspersión con la sangre,los gestos y las palabras de Jesús en la Última Cena fundaron la nueva comunidad mesiánica, el Pueblo de la nueva Alianza.

Los Apóstoles, aceptando la invitación de Jesús en el Cenáculo: "Tomad, comed... Bebed de ella todos..." (Mt 26, 26.27), entraron por vez primera en comunión sacramental con Él. Desde aquel momento, y hasta al final de los siglos, la Iglesia se edifica a través de la comunión sacramental con el Hijo de Dios inmolado por nosotros: "Haced esto en recuerdo mío... Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío" (1 Co 11, 24-25; cf. Lc 22, 19).

29 de mayo de 2012

Eucaristía y Santísima Trinidad




San Gregorio Nacianceno debería haber suscitado en nosotros un deseo ardiente hacia la Trinidad: hacer de ella “nuestra” Trinidad, la “querida” Trinidad, la “amada” Trinidad. Algunos de estos acentos de conmovida adoración y asombro, resuenan en los textos de la solemnidad de la Santísima Trinidad. Debemos hacerla pasar de la liturgia a la vida. Hay algo más dichoso que podemos hacer en relación a la Trinidad que tratar de entenderla, ¡y es entrar en ella! No podemos abrazar el océano, pero podemos entrar en él; no podemos abrazar el misterio de la Trinidad con nuestras mentes, ¡pero podemos entrar en ella!

La “puerta” para entrar en la Trinidad es una sola, Jesucristo. Con su muerte y resurrección, él nos ha abierto un camino nuevo para entrar en el santo de los santos que es la Trinidad (cf. Hb. 10,19-20) y nos dejó los medios para seguirlo en este camino de retorno. El primero y más universal es la iglesia. Cuando se quiere cruzar un estrecho, dijo Agustín, lo más importante no consiste en sentarse en la orilla y agudizar la vista para ver lo que hay en la orilla opuesta, sino subirse sobre la barca que lleva a aquella orilla. Y para nosotros lo más importante no es especular sobre la Trinidad, sino permanecer en la fe de la Iglesia que se dirige hacia ella.

En la Iglesia, la Eucaristía es el medio por excelencia. La misa es una acción trinitaria de principio a fin; comienza en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y termina con la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esa es la oferta que Jesús, cabeza y cuerpo místico, hace de sí mismo al Padre en el Espíritu Santo. A través de ella entramos verdaderamente en el corazón mismo de la Trinidad.

Extraído de escritos del P. Raniero Cantalamessa

28 de mayo de 2012

Semana de Oración por la unidad de los Cristianos: para rezar frente al sagrario


Señor que en la Eucaristía nos regalas el Pan de la Unidad,

que dijiste quien quiera ser primero
debe hacerse el último y el servidor de todos,
sabemos que tu victoria se gana por la debilidad de la Cruz.
Te rogamos para que la Iglesia pueda ser una.
Enséñanos a aceptar que esta unidad
es un don de tu Espíritu.
Perdón Señor
porque a pesar de la unidad
que recibimos en Cristo,
persistimos en la desunión.
Te pedimos por los responsables de nuestras Iglesias,
vela sobre los que tú has llamado a pastorear tu rebaño
para que sean fieles a la unidad.
Que podamos ser transformados por Cristo Salvador,
por la espera paciente del Señor,
por el siervo doliente,
por la victoria del Señor sobre el mal,
por la paz de Cristo Resucitado,
por el amor inconmovible de Dios.
Que el Señor esté con nosotros
y nos conceda la unidad y la paz.
Amén



25 de mayo de 2012

La Eucaristía y la acción del Espíritu Santo






La Eucaristía y el don del Espíritu Santo

Entre el sacrificio pascual de Cristo y el don del Espíritu Santo existe, una relación objetiva. Puesto que la Eucaristía renueva místicamente el sacrificio redentor de Cristo, es fácil, por lo demás, entender el vínculo intrínseco que existe entre este sacramento y el don del Espíritu: formando la Iglesia mediante su propia venida el día de Pentecostés, el Espíritu Santo la constituye haciendo referencia objetiva a la Eucaristía y la orienta hacia la Eucaristía.

Jesús había dicho en una de sus parábolas: ´El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo´ (Mt 22, 2). La Eucaristía constituye la anticipación sacramental y en cierto sentido una ´pregustación´ de aquel banquete real que el Apocalipsis llama ´el banquete del Cordero´ (Cfr. Ap 19, 9). El Esposo que está en el centro de aquella fiesta de bodas, y de su prefiguración y anticipación eucarística, es el Cordero que ´borró los pecados del mundo´, el Redentor.

En la Iglesia que nace del bautismo en Pentecostés, cuando los Apóstoles, y junto con ellos los demás discípulos y confesores de Cristo, son ´bautizados en Espíritu´, la Eucaristía es y permanece hasta el fin de los tiempos el sacramento del cuerpo y de la sangre de Cristo.

En Ella está presente ´la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios´ (Hb 9, 14); la sangre ´derramada por muchos´ (Mc 14, 24) ´para perdón de los pecados´ (Mt 26, 28); la sangre que ´purificará de las obras muertas nuestra conciencia´ (Cfr. Hb 9, 14); la ´sangre de la alianza´ (Mt 26, 28). Jesús mismo, al instituir la Eucaristía, declara: ´Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre´ (Lc 22, 20; cfr. 1 Cor 11, 25), y recomienda a los Apóstoles: ´haced esto en recuerdo mío´ (Lc 22, 19). En la Eucaristía (cada vez) se renueva (es decir, se realiza nuevamente) el sacrificio del cuerpo y de la sangre, ofrecido por Cristo una sola vez al Padre en la cruz para la redención del mundo. Dice la Encíclica Dominum et Vivificantem que ´en el sacrificio del Hijo del hombre el Espíritu Santo está presente y actúa El mismo Jesucristo en su humanidad se ha abierto totalmente a esta acción... que del sufrimiento hace brotar el eterno amor salvífico´ (n. 40).

24 de mayo de 2012

El Espíritu y la Eucaristía




“TODOS HEMOS BEBIDO DE UN SOLO ESPÍRITU”

San Pablo dice que Dios ha predestinado a Jesús para que sirva como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe. Podría parecer, pues, que la fe, y no el sacramento, es el medio para entrar en contacto con el misterioso poder de la sangre de Cristo. La verdad es que ambas cosas son necesarias y no hay que contraponerlas, sino unirlas. Es verdad que el medio es la fe, pero encuentra su actuación plena y concreta en el sacramento, esto es, en la Eucaristía. Es aquí donde se renueva cada vez el prodigio de la “justificación gratuita mediante la fe”. Es consagrada y elevada ante ti la sangre de la nueva alianza, como fue elevada la serpiente en el desierto. Tú crees que ésta es la misma sangre que fue derramada por ti sobre la cruz; recuerdas las palabras: La sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado. Por eso arrojas en ella todos tus pecados, igual que se arrojan piedras en un horno de cal viva para que sean trituradas, y vuelves cada vez a casa, como el publicano, “justificado”, esto es, perdonado, hecho una criatura nueva.

A veces, al elevar el cáliz después de la consagración, siento la necesidad de demorarme algunos instantes en esa posición. Si soy consciente de situaciones de lucha o de pecado particularmente duras, proclamo mentalmente sobre ellas el poder de la sangre de Cristo, seguro de que no hay nada más eficaz que oponer al frente amenazador de las tinieblas y del mal. Si el ángel exterminador – decía Juan Crisóstomo - al ver tan sólo la figura de la sangre en las puertas de los judíos sintió temor y no se atrevió a entrar para herir, ¿no emprenderá la huida el diablo, con mayor razón, al ver la realidad? Los pecados se depositan en el fondo de nuestra conciencia como cuerpos muertos. ¡Qué descanso poder descubrir que hay un medio para liberarse de estos pesos muertos que nos oprimen, y que está siempre a tu disposición en el sacramento eucarístico! “Si cuantas veces se derrama su sangre, se derrama en remisión de los pecados, debo recibirla siempre, para que siempre se me perdonen los pecados. Yo, que continuamente peco, continuamente debo tener la medicina”

La Eucaristía y la Paz

El evangelio nos muestra a Jesús que después de haber resucitado se presenta ante los apóstoles que están en la casa con las puertas cerradas por temor, y le dice a Tomás que toque sus llagas, el evangelio nos muestra a Jesús glorioso y llagado; esa mezcla tan misteriosa, que se ve tan clarito en este evangelio. Un Señor glorioso que quiso llevarse al cielo las llagas como memoria, recuerdo de la pasión.

En la Eucaristía está el resucitado que nos da la Paz.

Es un Cristo resucitado, pero es un Cristo llagado que se empecina en buscar a sus discípulos. Es un peregrino herido que mientras va caminando y buscando los corazones de los suyos, va dando a través de sus heridas y especialmente la herida de su corazón, toda la gracia, todo el consuelo, toda la fuerza que necesitan nuestras llagas y nuestras heridas.

Cuando uno ve este empecinamiento de Dios, por andar buscando los corazones de sus hijos, hay que tener un corazón demasiado duro para no darnos cuenta que es el tiempo de entregarle el corazón por medio de la adoración al Santísimo Sacramento.

22 de mayo de 2012

Juan Pablo II: " El Santísimo Sacramento era el sol que iluminaba su vida"



Presentamos parte del testimonio del ceremoniero pontificio monseñor  Konrad Krajewski sobre Juan  Pablo II, publicado en "L'Osservatore Romano" el 2 de abril de 2011:

Cuando rezaba, tuve la impresión de que se echaba a los pies de Jesús.  Cuando rezaba, sobre su rostro era visible la entrega total a Dios. Era realmente transparente: era, por usar una imagen poética, como el arco iris que une el cielo con la tierra, y su alma corría por las escaleras de la tierra al cielo. Vuelvo ahora a la pregunta: "¿Dónde está el centro del mundo?".
 Poco a poco comencé a darme cuenta de que el centro del mundo estaba siempre donde yo me encontraba con el Papa: no porque estaba con Juan Pablo II sino porque él, en cualquier lugar que se encontrase, rezaba. Entendí que el centro del mundo está donde yo rezo, donde yo estoy junto a Dios, en la más íntima unión que existe: la oración. Estoy en el centro del mundo cuando camino en la presencia de Dios, cuando "en él vivo, me muevo y existo" (cfr. Hechos de los Apóstoles 17, 28). Cuando celebro o participo en la Eucaristía estoy en el centro del mundo; cuando confieso y cuando me confieso, en el confesionario está el centro del mundo; el lugar y el tiempo de mi oración constituyen el centro del mundo porque, cuando rezo, Dios respira dentro de mí. El Papa permitió a Dios respirar a través de él: cada día pasaba mucho tiempo frente al tabernáculo. El Santísimo Sacramento era el sol que iluminaba su vida. Y él, frente a aquel sol, iba a calentarse con la luz de Dios. La vida de  Juan Pablo II estaba entretejida de oración. Tenía siempre entre los dedos la coronilla del rosario, con la cual se dirigía a María confirmando su Totus tuus.



20 de mayo de 2012

Oración al Espíritu santo frente al sagrario




Jesús vivo presente en este sagrario de amor

envía sobre mí el Espíritu Consolador;

el Espíritu que sale de tu Eucarístico Corazón

queme y transforme a este pobre pecador


Ven, Espíritu Santo, luz y gozo,

Amor, que en tus incendios nos abrazas:

renueva el alma de este pueblo tuyo

que por mis labios canta tu alabanza.


En tus fatigas diarias, sé descanso;

en su lucha tenaz, vigor y gracia:

haz germinar la caridad del Padre,

que engendra flores y que quema zarzas.


Ven, Amor, que iluminas el camino,

compañero divino de las almas:

ven con tu viento a sacudir al mundo

y a abrir nuevos senderos de esperanza. Amén



18 de mayo de 2012

Vigilia de Pentecostés (guión para adoración): María Sagrario del Espíritu Santo



“María, Sagrario del Espíritu Santo”

Oración inicial: Viento y fuego

Que el Espíritu Santo,

que es un viento Señor

Nos sacuda la vida,

Hasta la conversión.

Nos arranque de cuajo

Este “yo pecador”

perezoso y miedoso,

egoísta y señor.

Ven Espíritu Santo, ven

Tu pueblo está en oración

María está con nosotros.

Ven Espíritu Santo, ven

Y anima nuestra reunión

Queremos hallar el modo

De vivir la comunión.

Que el Espíritu Santo

que es un fuego Señor,

nos alumbre por dentro

nos encienda en Su hervor.

17 de mayo de 2012

Oración de San Luis Orione para rezar frente al sagrario



¡Necesitamos espíritu de fe,

ardor de fe,

ímpetu de fe,

fe de amor,

caridad de fe,

sacrificio de fe!

Ésta es la oración que se impone: "¡Señor: Auméntanos la fe!"



San Pascual Bailón, patrono de los congresos y asociaciones eucarísticas


Dios de inmensa Majestad
en quien por tres atributos,
poder, sapiencia, y bondad,
tenemos tres absolutos
indicios de Trinidad.

Rey eterno ¿qué será
verte reinar con el Padre?
Pues en brazos de tu madre
tres reyes te sirven ya.

Pan divino verdadero,
sácame, Señor, de mí,
recíbeme, Dios en tí,
que en ti vivo y en mí muero.

No me dejes, pues me das
el haber de tus haberes.
- Pecador, tú bien podrás
hacerme quedar si quieres



15 de mayo de 2012

Comentario al Adorote Devote: 3 º estrofa


Del Padre Raniero Cantalamessa

1. Contemporáneos del buen ladrón
Vayamos ahora a la tercera estrofa del himno que nos acompañará en esta meditación:
In cruce latébat sola déitas;
at hic latet simul et humánitas.
Ambo tamen credens atque cónfitens
peto quod petívit latro poénitens.

En la Cruz se escondía sólo la divinidad,
pero aquí también se esconde la humanidad.
Creo y confieso ambas cosas,
pido lo que pidió el ladrón arrepentido.

Se acerca ya la Navidad. Cierta tendencia romántica ha acabado por hacer de la Navidad una fiesta toda humana de la maternidad y de la infancia, de los regalos y de los buenos sentimientos. En la galería Tetriakov de Moscú el cuadro de la Virgen de la Ternura de Vladimir que estrecha hacia sí a Jesús Niño, durante el régimen comunista llevaba la leyenda: «Maternidad». Pero los expertos saben qué significa en esa imagen la mirada preocupada y dibujada de tristeza de la Madre que parece casi querer proteger al niño de un peligro amenazador: anuncia la pasión del Hijo que Simeón le ha hecho entrever en la presentación en el templo.

13 de mayo de 2012

El Templo litúrgico y el altar: dos realidades cargadas de profundo simbolismo


Homilía de Mons. Marino, Obispo de Mar del Plata, en la dedicación de la iglesia y del altar de la parroquia San Andrés (Miramar, 10 de mayo de 2012)

Queridos hermanos:

Nos congrega esta tarde la ceremonia de la solemne dedicación de esta iglesia parroquial de San Andrés, donde desde 1891, hace ciento veintiún años, se celebran los sagrados misterios de nuestra fe. También dedicamos el nuevo altar. Gracias a la solicitud pastoral del párroco, P. Fernando Mendoza, este templo se restaura y recupera en parte su antiguo esplendor.

El templo litúrgico y su altar son dos realidades cargadas de profundo simbolismo. Por eso la Iglesia, madre y maestra de los fieles, despliega en los ritos una hermosa pedagogía. Los signos suelen ser más elocuentes que las palabras. La aspersión con el agua, el perfume del incienso, la unción con el óleo llamado crisma, la iluminación del altar y de la iglesia, han de llamar la atención de todos cuantos asistimos a esta celebración.

De esta ceremonia inusual y vistosa, no ha de quedar, sin embargo, el simple recuerdo de una inauguración de cosas nuevas, sino el estímulo poderoso para nuestro mayor compromiso con la fe católica que profesamos.

Nuestro tiempo se caracteriza por una negación del orden puesto por Dios en la naturaleza misma de las cosas y, como consecuencia, asistimos a un verdadero derrumbe del cuerpo de leyes que hasta ahora expresaban ese orden o lo presuponían y lo protegían. La ley divina y natural es ignorada y en lugar de las leyes anteriores se sancionan otras nuevas que nos llenan de estupor.

12 de mayo de 2012

Comentario al Adorote Devote: 2º estrofa



Segunda predicación del P. Raniero Cantalamessa a la casa Pontificia

La historia del «Adoto te devote» es bastante singular. Es atribuido frecuentemente a Santo Tomás de Aquino, pero los primeros testimonios de tal atribución se remontan a no menos de cincuenta años desde la muerte del Doctor Angélico, ocurrida en 1274. Aunque la paternidad literaria está destinada a permanecer hipotética (como por lo demás, para los otros himnos eucarísticos que se atribuyen a su nombre) es cierto que el himno se sitúa en el surco de su pensamiento y de su espiritualidad.

El texto permaneció casi desconocido durante más de dos siglos y tal vez así habría seguido si San Pío V no lo hubiera introducido entre las oraciones de preparación y de acción de gracias de la Misa impresas en el Misal por él reformado de 1570. Desde aquella fecha el himno se ha impuesto en la Iglesia universal como una de las oraciones eucarísticas más amadas por el clero y por el pueblo cristiano. El nuevo Ritual Romano editado por orden de Pablo VI, lo acogió según el texto crítico establecido por Wilmart entre los textos para el culto eucarístico fuera de la Misa.

El abandono del latín corre el riesgo de volver a echarlo en el olvido del que lo rescató San Pío V; por esto es deseable que el año de la Eucaristía contribuya a volver a resaltarlo. Existen de él versiones métricas en los principales idiomas; una, en inglés, por obra del gran poeta jesuita Gerard Manley Hopkins.

Orar con las palabras del «Adoro te devote» significa hoy para nosotros introducirnos en la cálida ola de la piedad eucarística de las generaciones que nos han precedido, de los muchos santos que lo han cantado. Significa tal vez revivir emociones y recuerdos que nosotros mismos hemos experimentado al cantarlo en ciertos momentos de gracia de nuestra vida.

10 de mayo de 2012

San Juan de Ávila y la Eucaristía



“No se trata de tener sentimientos y sensaciones, sino una fe viva y pura”

Carta a los sacerdotes sobre la Eucaristía y San Juan de Ávila 8 de mayo de 2008

Mons. Jesus García Burillo, obispo de Ávila

Mis queridos hermanos sacerdotes: Con verdadero gozo nos encontramos en este festivo tiempo pascual, para celebrar a San Juan de Ávila, patrono del clero secular español, y esperamos que no tardando mucho, podamos celebrarle también como Doctor de la Iglesia Universal. Título bien deseado como lo manifiestan las peticiones elevadas a la Santa Sede por tantas personas y ámbitos de la Iglesia universal, y de manera ferviente, por la Conferencia Episcopal Española y por los obispos hermanos de América.

La relevancia que a la Eucaristía damos en nuestro vigente plan Diocesano de pastoral, expresada con claridad en mi última carta pastoral, me lleva a detenerme en la importancia que la celebración y adoración de la Eucaristía tiene para todos nosotros, pastores en la Iglesia de Ávila. Particularmente por la situación que padecemos en nuestra Diócesis debido a la dificultad para poder atender a todas nuestras comunidades y, quizás también, por un cierto cansancio que sentimos a veces al preparar y celebrar la Eucaristía, tal como habéis manifestado en diferentes ocasiones. Quiera el Señor, que no sea por habernos enfriado en el “Amor primero”, como se dice en el libro del Apocalipsis (Ap 2,4).

San Juan de Ávila puede ayudarnos a nosotros, pastores del pueblo de Dios, a darle el Alimento que nunca perece y que nos da la Vida Eterna: El Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados en la Eucaristía por la salvación de todos los hombres (cf. Jn 6,54; Lc 22,14-20). Las dificultades de todo tipo, ambientales y personales, nunca deben enfriarnos en la celebración eucarística, sino más bien “enfervorizarnos”, es decir, “hacernos hervir en Amor”, sentirnos estimulados en Ella. Vienen al caso las palabras de Bernanós en la situación acrisolante que vivimos: “Tú, que vives en medio del fuego, ¿quieres no quemarte y tomarlo con tenacillas?

Comentario al Adorote Devote



Predicación del Padre Raniero Cantalamessa
Con su encíclica «Ecclesia de Eucharistia» el Santo Padre Juan Pablo II se ha propuesto, dice, renovar en la Iglesia «el estupor eucarístico» [1] y el «Adoro te devote» se presta maravillosamente para lograr este objetivo. Aquél puede servir para dar un soplo espiritual y un alma a todo lo que se hará, en este año, para honrar la Eucaristía.

Un cierto modo de hablar de la Eucaristía, lleno de cálida unción y devoción, y además de profunda doctrina, expulsado por la llegada de la teología llamada «científica», se refugió en los antiguos himnos eucarísticos y es ahí donde debemos ir a buscar si queremos superar un cierto conceptualismo árido que ha afligido al sacramento del altar después de tantas disputas a su alrededor.

La nuestra, sin embargo, no quiere ser una reflexión sobre el «Adoro te devote», ¡sino sobre la Eucaristía! El himno es sólo el mapa que nos sirve para explorar el territorio, la guía que nos introduce en la obra de arte.

9 de mayo de 2012

Poesías eucarísticas



BOCADO

Cuantas veces Jesús me diste tu bocado

En una mesa de incienso y flores,

Y salí al sol, que en poco tiempo,

eclipsé en rechino de dientes y dolores.

Tu bocado no son hierbas amargas

Ni de cordero incapaz de perdonar

Sos Vos mismo humillado en falso pan

Que se arriesga a la cruz de mi pecado

Y se derrama en mi corazón avinagrado.

No te canses Jesús te lo suplico,

De invitarme tantas veces más,

Dile a tu Padre…que soy tan sordo

Y ven a buscarme que aún lloro,

Setenta veces más, arrepentido.


P.G.B.

8 de mayo de 2012

La Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino y la Eucaristía




NOTA INTRODUCTORIA AL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA

Santo Tomás fue un cantor místico de la Eucaristía. Su experiencia de creyente que de modo singular nos ofreció en el oficio litúrgico para la fiesta del «Corpus Christi», también se ve aquí especialmente cuando habla sobre la eficacia o espiritualidad de la Eucaristía (q.79). Pero estas cuestiones de la Suma significan un delicado esfuerzo racional por articular dicha experiencia en mediaciones aproximativas y comprensibles.
En el proceso de la iniciación cristiana, la Eucaristía es el sacramento que mantiene y promueve la vida y la virtud en el ser humano (q.65 a.l). Pero es también el sacramento donde todos los demás sacramentos encuentran consistencia (q.65 a.3). Un sacramento general que realiza la unión entre Cristo y su cuerpo que es la Iglesia (q.79 a.l c.).
La Escritura es fuente primera en esta reflexión; se traen las referencias de los textos más importantes aunque no inciden suficientemente en el discurso racional. Se utiliza bien la tradición patrística, especialmente la doctrina de San Agustín. También son lugar teológico y punto de partida la práctica litúrgica y la legislación canónica. Dentro de las limitaciones que tiene la liturgia latina de su tiempo, Santo Tomás trata de justificar la legislación vigente haciendo una sabrosa «lectura espiritual», por ejemplo en la q.74.
Para interpretar la conversión eucarística se acude a la filosofía de Aristóteles. Pero la q.75, a.l, deja bien sentado que la presencia real de Cristo en la Eucaristía es artículo de fe que se apoya en la autoridad divina. No hay que olvidar esta confesión para no absolutizar la lógica racional que marca el discurso en esa cuestión. En varias ocasiones y a imperativo de la fe, Santo Tomás rompe con la lógica racional y remite a la omnipotencia de la virtud divina. Se vale del sistema filosófico pero únicamente le concede un puesto de mediación.
Entre los muchos valores de este tratado son destacables: 1. Aplicación matizada de la definición de sacramento, haciendo ver sin embargo la singularidad de la eucaristía; 2. Unión inseparable entre la sacramentalidad y la sacrificialidad; se trata de un sacrificio sacramental, y hay que interpretar la sacrificialidad en el dinamismo del sacramento (q.60 a.3); 3. La espiritualidad o efecto de la Eucaristía como centro de la existencia cristiana y de la unidad de la Iglesia.

Textos litúrgicos de la Misa de Nuestra Señora de Luján



Antífona de entrada
Alegrémonos todos en el Señor, al celebrar esta festividad en honor de la santísima Virgen María. Los ángeles se regocijan por esta solemnidad y alaban al Hijo de Dios. Aleluia.

Oración colecta

Señor, mira con bondad la fidelidad de tu pueblo
y concédenos que, por los méritos e intercesión
de la santísima Virgen María,
obtengamos los dones de tu gracia en la vida presente
y la salvación eterna en el cielo.

Oración sobre las ofrendas

Señor, te rogamos, por tu bondad
y por la intercesión de la santísima Virgen María,
que este sacrificio nos dé la prosperidad y la paz
en esta vida y en la eterna.

Prefacio: SANTA MARÍA DE LUJÁN, MADRE DEL PUEBLO ARGENTINO

V: El Señor está con ustedes.
R: Y con tu espíritu.
V: Levantemos el corazón.
R: Lo tenemos levantado hacia el Señor.
V: Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
R: Es justo y necesario.
Realmente es justo y necesario,
Padre todopoderoso,
que entonemos siempre en tu honor
himnos y cantos de alabanza,
especialmente por el amor sin límites
que quisiste manifestarnos en María, Virgen y Madre:
Una humilde imagen de su limpia y pura Concepción
se quedó milagrosamente en la Villa de Luján
como signo de su maternal protección
sobre tu pueblo peregrinante en la Argentina,
para que llevados de su mano
podamos llegar al trono del Cordero inocente
que quita el pecado del mundo,
Cristo Jesús, tu Hijo y nuestro único Salvador.
A él lo alaban el cielo y la tierra,
los ángeles y los santos,
diciendo sin cesar: Santo, Santo, Santo...

Antífona de comunión
A ningún otro pueblo trató así el Señor, ni le dio a conocer sus mandamientos. Aleluia.

Oración después de la comunión

Señor, alimentados con este sacramento
de nuestra salvación,
te pedimos que experimentemos en todo lugar
la protección de la santísima Virgen María,
en cuyo honor te hemos ofrecido este sacrificio.

7 de mayo de 2012

Matrimonio y Eucaristía


 “El deber de santificación de la familia cristiana tiene su primera raíz en el bautismo y su expresión máxima en la Eucaristía, a la que está íntimamente unido el matrimonio cristiano. El Concilio Vaticano II ha querido poner de relieve la especial relación existente entre la Eucaristía y el matrimonio, pidiendo que habitualmente éste se celebre «dentro de la Misa». Volver a encontrar y profundizar tal relación es del todo necesario, si se quiere comprender y vivir con mayor intensidad la gracia y las responsabilidades del matrimonio y de la familia cristiana.
La Eucaristía es la fuente misma del matrimonio cristiano. En efecto, el sacrificio eucarístico representa la alianza de amor de Cristo con la Iglesia, en cuanto sellada con la sangre de la Cruz. Y en este sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza los cónyuges cristianos encuentran la raíz de la que brota, que configura interiormente y vivifica desde dentro, su alianza conyugal. En cuanto representación del sacrificio de amor de Cristo por su Iglesia, la Eucaristía es manantial de caridad. Y en el don eucarístico de la caridad la familia cristiana halla el fundamento y el alma de su «comunión» y de su «misión», ya que el Pan eucarístico hace de los diversos miembros de la comunidad familiar un único cuerpo, revelación y participación de la más amplia unidad de la Iglesia; además, la participación en el Cuerpo «entregado» y en la Sangre «derramada» de Cristo se hace fuente inagotable del dinamismo misionero y apostólico de la familia cristiana”.

(de la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, 57

Beato Juan Pablo II, 1981)



6 de mayo de 2012

El Papa Benedicto XVI y la Eucaristía



Una anécdota de la JMJ 2011 en Madrid.

Era una noche tórrida en Madrid, en agosto de 2011. Frente al papa Benedicto, en la explanada de Cuatro Vientos, durante la Jornada Mundial de la Juventud, un millón de jóvenes, con una edad promedio de 22 años, desconocidos. Imprevistamente un remolino de agua, de relámpagos y de viento se abate sobre todos, sin ninguna posibilidad de cubrirse. Vuelan por el aire manojos de focos, vuelan lejos carteles, también el Papa se moja. Pero él se queda en el lugar, frente al explosivo regocijo de los jóvenes por el inesperado espectáculo no programado que brinda el cielo.

Cuando cesa la lluvia, el Papa pone al costado el discurso escrito y dirige a los jóvenes pocas palabras. Invita a mirar no a él, sino a Jesús que está presente en la hostia consagrada que es expuesta sobre el altar, en el maravilloso ostensorio de Toledo. Se arrodilla en silencio y en actitud de adoración. Lo mismo ocurre en la explanada: todos se arrodillan sobre la tierra mojada, en medio de un silencio absoluto, durante una buena media hora.

En Madrid no fue la primera vez que Benedicto XVI se arrodilló delante de la hostia sagrada, en prolongado silencio. Ya lo había hecho en la JMJ de Colonia, en el año 2005, poco después de haber sido elevado al papado, allí también en la vigilia nocturna con miles de jóvenes, ante el asombro de todos.

Al celebrarse el séptimo aniversario de este papado, pocos han comprendido la audacia de estos gestos contracorriente. Pero cuando Benedicto XVI los realiza y los explica, lo hace con la actitud apacible de quien no quiere inventar nada propio, sino simplemente ir al corazón de la aventura humana y del misterio cristiano.

(Sandro Magister)



5 de mayo de 2012

Mi preparación para la Santa Comunión





El momento más solemne de mi vida es siempre en el que recibo la santa Comunión. La añoro y por cada una de ellas doy gracias a la Santísima Trinidad.

Los ángeles- si pudiesen envidiarnos en algo- nos envidiarían dos cosas: primero- poder recibir la santa Comunión; segundo- sufrir.

Me preparo para recibir al Rey. ¿Qué soy yo y qué eres tu, Señor, Rey de la Gloria, gloria inmortal? Oh, corazón mío; ¿Te das cuenta de quien viene a visitarte hoy? Si, lo sé, pero extrañamente no puedo comprenderlo. Oh, si fuera solamente un rey…, pero éste es el Rey de los reyes. El Señor de los señores. Ante El tiembla todo poder y autoridad. Corazón mío, aleja de ti este profundo pensamiento acerca de cómo le adoran los demás, porque no tienes tiempo para ello porque se acerca y ya se posa a tus puertas.

El hoy viene a mi corazón. Cuando oigo que se acerca salgo a encontrarle y le invito. Salgo a su encuentro y le invito a la morada de mi corazón, humillándome profundamente, ante su Majestad. Pero el Señor me levanta del polvo y al ser mi Esposo, me invita a tomar asiento a su lado, para que le diga todo lo que pesa en mi corazón. Y yo atrevida por su bondad, inclino mi bien sobre su pecho y se lo cuento todo. En primer lugar le digo lo que jamás diría a ningún otro ser. Y después hablo de las necesidades de la Iglesia, de las almas de los pobres pecadores que tanto necesitan de su misericordia.

4 de mayo de 2012

Adoremos al Hijo de María en la Eucaristía


"Es preciso adorar devotamente a este Dios escondido; es el mismo Jesucristo que nació de María Virgen; el mismo que padeció, que fue inmolado en la Cruz; el mismo de cuyo costado traspasado manó agua y sangre."

S. J. Escrivá de Balaguer

3 de mayo de 2012

Oración que rezaba la Madre Teresa después de comulgar




Irradiar a Cristo


¡Oh Jesús!,

Ayúdame a esparcir tu fragancia donde quiera que vaya. Inunda mi alma de tu espíritu y vida. Penétrame y aduéñate tan por completo de mí, que toda mi vida sea una irradiación de la tuya. Ilumina por mi medio y de tal manera toma posesión de mí, que cada alma con la que yo entre en contacto pueda sentir tu presencia en mi alma.

Que al verme no me vea a mí, sino a Ti en mí. Permanece en mí. Así resplandeceré con Tu mismo resplandor, y que mi resplandor sirva de luz para los demás. Mi luz toda de Ti vendrá. Jesús; ni el más leve rayo será mío. Serás Tú el que iluminarás a otros por mi medio.

Sugiéreme la alabanza que más te agrada, iluminando a otros a mí alrededor. Que no te pregone con palabras sino con mi ejemplo, con el destello visible del amor que mi corazón saca de Ti.

Amén



2 de mayo de 2012

Hora santa: Preparando Pentecostés



(Exposición del Santísimo Sacramento)

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El que se une al Señor, se hace un solo Espíritu con él
En la comunión Jesús viene a nosotros como aquel que da el Espíritu. No como aquel que un día, hace mucho tiempo, dio el Espíritu, sino como aquel que ahora, consumado su sacrificio incruento sobre el altar, de nuevo, “entrega el Espíritu”. De tal forma, Jesús nos hace partícipes de su unción espiritual. Su unción se infunde en nosotros; o mejor aún, nosotros nos sumergimos en ella: “Cristo se derrama sobre nosotros y con nosotros se funde, mutándonos y transformándonos en él, como una gota de agua derramada sobre un océano infinito de ungüento perfumado. Éstos son los efectos que un bálsamo como éste produce en aquellos que lo encuentran: no se limita simplemente a perfumarlos, ni siquiera hace tan sólo que ellos respiren dicho perfume, sino que transforma su misma sustancia en el perfume de aquel ungüento que por nosotros se ha derramado: Somos el buen olor de Cristo.

En torno a la mesa eucarística se realiza la “sobria embriaguez del Espíritu”. Comentando un texto del Cantar de los Cantares, san Ambrosio escribe: “He comido mi pan con mi miel : ves que en este pan no hay ningún amargor, sino que todo es suavidad. He bebido mi vino con mi leche: ves que es tal la alegría que no se mancha con la basura de ningún pecado. Porque cuantas veces bebes, recibes el perdón de los pecados, y te embriagas en espíritu. Por lo cual dice el apóstol: No os embriaguéis con vino, llenaos más bien del Espíritu; porque el que se embriaga con vino vacila y titubea; mas el que se embriaga con el Espíritu está arraigado en Cristo. De aquí la célebre exclamación del mismo san Ambrosio, en uno de sus himnos que todavía hoy se recita en la Liturgia de las Horas: “¡Bebamos con alegría la sobria abundancia del Espíritu!” La sobria embriaguez no es un tema solamente poético, sino que está lleno de significado y de verdad. El efecto de la embriaguez es siempre el de hacer salir al hombre de sí mismo, de sus estrechos límites. Pero mientras que en la embriaguez material (vino, droga) el hombre sale de sí para vivir “por encima” de la propia razón, en el horizonte mismo de Dios. Toda comunión debería terminar en un éxtasis, si entendemos con esta palabra no los fenómenos extraordinarios y accidentales que alguna vez acompañan en los místicos, sino literalmente, como la salida (extasis) del hombre de sí mismo, el “ya no soy yo quien vive, SINO Cristo que vive en Mí” de Pablo.

Lo que los padres de la Iglesia querían decir con el lenguaje figurado de la embriaguez, santo Tomás de Aquino lo expresa en términos más racionales, diciendo que la eucaristía es “el sacramento del amor”. La unión con el Cristo vivo no puede tener lugar de modo distinto que en el amor; el amor, en efecto, es la única realidad gracias a la cual dos seres vivos distintos, permaneciendo cada uno en su propio ser, pueden unirse para formar una sola cosa. Si el Espíritu Santo es llamado “la misma comunión” con Cristo, es, precisamente, porque él es el Amor mismo de Dios. Todo encuentro con la Eucaristía que no se concluye con un acto de amor, es incompleta. Yo comulgo plena y definitivamente con Cristo, que se me ha comunicado, sólo cuando consigo decirle con sinceridad y sencillez de corazón, como Pedro: “Señor, tú sabes que te quiero” .

1 de mayo de 2012

San José trabajó para alimentar al Pan de Vida



El mantenimiento y la educación de Jesús en Nazaret

El crecimiento de Jesús «en sabiduría, edad y gracia» (Lc 2, 52) se desarrolla en el ámbito de la Sagrada Familia, a la vista de José, que tenía la alta misión de «criarle», esto es, alimentar, vestir e instruir a Jesús en la Ley y en un oficio, como corresponde a los deberes propios del padre.

En el sacrificio eucarístico la Iglesia venera ante todo la memoria de la gloriosa siempre Virgen María, pero también la del bienaventurado José, porque «alimentó a aquel que los fieles comerían como pan de vida eterna».

Por su parte, Jesús «vivía sujeto a ellos» (Lc 2, 51), correspondiendo con el respeto a las atenciones de sus «padres». De esta manera quiso santificar los deberes de la familia y del trabajo que desempeñaba al lado de José

Redemptoris Custos 16, 
del Beato Juan Pablo II