19 de septiembre de 2010

El misterio de la navidad (de Edith Stein)

“Vivir eucarísticamente significa salir de las angustias de la propia vida y adentrarse en el horizonte infinito de la vida de Cristo. Quien busca al Señor en Su casa, no se preocupará tan sólo de hablarle de sí mismo y de sus preocupaciones. Empezará a interesarse de las preocupaciones del Señor.

La participación cotidiana en el Sacrificio eucarístico nos arrastra, sin que nos demos cuenta, en la gran corriente de la vida litúrgica. Las oraciones y los gestos de la celebración litúrgica nos representan continuamente, durante el año litúrgico, la historia de la Salvación, y nos ayudan a entrar cada vez más en su sentido. Y el mismo Sacrificio va imprimiendo en nosotros el misterio central de nuestra fe, punto cardinal de la Historia de la Salvación, el misterio de la Encarnación y de la Redención.

¿Quien podría participar con empatía de espíritu y corazón en la Eucaristía sin venir atrapado por el espíritu de sacrificio, por el deseo de empeñarse con su vida y su existencia en la gran obra de Redención del Salvador?”
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La exaltación de la Cruz

Debemos gloriarnos en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo

Con esta frase de San Pablo a los Gálatas, comienza la Santa Misa de este día. El Apóstol y la Iglesia con él, nos exhortan, a gloriarnos en la Cruz del Señor. Precisamente esto, es lo que hacemos en cada Misa. Celebramos el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Asistimos a la renovación del único y divino sacrificio del Calvario.

A fin de hacer más patente esta realidad, la Cruz preside nuestros altares, en medio de los cirios. A ella se dirigen las miradas del sacerdote y los fieles. A ella se la honra con reverencias y nubes de incienso. A sus pies se anuncia al Evangelio y se consagran las Especies Sacramentales.

Posemos nuestra mira en esa Cruz. De ella pende un hombre agonizante. Su rostro refleja un dolor atroz. Su cabeza está coronada de espinas. Sus manos y pies, traspasados por tres clavos, que lo fijan al madero. Su costado, está abierto por un golpe de lanza. De él ha brotado sangre y agua. Su cuerpo está enteramente llagado. Este es el Dios de los cristianos. Está en la cruz por amor.

La Cruz es el signo del inmenso amor de Dios por lo hombres. Por medio de ella, podemos llegar a enteneder de algún modo, la infinita misericordia de Dios. Santa Edith Stein afirma: "No hay inteligencia humana que nos pueda ayudar, sino unicamente la pasión de Cristo". Sólo a la luz del misterio de la Cruz podremos comprender lo desordenado y horrendo del pecado.

En este día, la Santa Madre Iglesia, pone en boca del celebrante al cantar el prefacio, estas palabras: “has puesto la salvación del género humano en el árbol de la cruz, para que donde tuvo origen la muerte, de allí resurgiera la vida, y el que venció en un árbol, fuera en un árbol vencido, por Cristo, Señor nuestro”.

El sacrificio de Cristo, ha transformado para siempre la realidad de la Cruz. Lo que en otro tiempo ha sido un instrumento de dolor y tortura, al que los hombres tenían temor y repulsión; es hoy un signo venerable de esperanza y felicidad para la humanidad. La Cruz, ha sido desde entonces, el signo del cristiano. A ella, los hombres asociarán sus propias cruces, sabiendo que el mismo Jesucristro, quiso compartir sus propios sufrimientos. Bajo el signo de la Cruz, comenzarán y terminarán el día, el trabajo, el descanso, la oración, y las ceremonias de culto de los católicos. En la Cruz, se depositarán los dolores, las alegrías y las esperanzas de los fieles de todos los tiempos. En ella se hallará consuelo en el sufrimiento, alegría en la tristeza, compañía en la soledad y fortaleza en la debilidad. Con el paso de los siglos, la Santa Cruz, estará presente en las torres de las iglesias, en los hogares cristianos, en el cruce de los caminos, en las cumbres de las montañas, sobre el pecho de los obispos, en las tumbas de los muertos y sobre todo, en los altares.

La Santa Cruz será objeto de culto y devoción. Se la expondrá en los templos. Se la representará adornada ricamente. El culto a la Cruz, llevará a los cristianos a ir en busca de las reliquias de la verdadera cruz, donde Jesús consumó el sacrificio redentor.

El 14 de septiembre del año 335, fue dedicada la basílica levantada por el emperador Constantino en el monte Calvario, en el lugar donde su madre, Santa Elena encontró la cruz del Señor y las de los dos ladrones. La fiesta de hoy, que celebramos con el nombre de Exaltación de la Santa Cruz conmemora, a la vez, la recuperación de las reliquias de la Cruz obtenida en el año 614 por el emperador Heraclio, quien la logró rescatar de los persas que la habían robado de Jerusalén.

La Cruz es motivo de gloria para los cristianos, pues en ella, Cristo Señor Nuestro, entregó su vida en sacrificio para la redención del mundo, para restaurar nuestra antigua dignidad. La muerte de Cristo en la cruz y su Resurrección de entre los muertos, es el centro y raíz de nuestra Fe. La Santa Madre Iglesia, nos enseña que la Santa Misa es la renovación de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. El concilio de Trento afirma: “El Sacrificio de la Cruz y el Sacrificio de la Misa son un solo y mismo Sacrificio.”

En el altar de la cruz, el Hijo de Dios se ofreció como una víctima sangrienta; en al Santa Misa se ofrece de nuevo. Ruperto, abad de Deuz, se expresa así: “Tan cierto es que Cristo en la cruz alcanzó el perdón de nuestros pecados, como que bajo las especies sacramentales nos concede la misma gracia.”

Como podemos ver, todo en la Santa Misa, nos lleva a recordar la Cruz. La Santa Misa y la Cruz son realidades inseparablemente unidas. Quien quiera participar devotamente de la Misa, debe amar y la Pasión del Señor. Quien quiera llevar su cruz y seguir a Jesús, como el nos manda en el Evangelio, debe amar la Santa Misa. A la Misa como a la Cruz, debemos asociar nuestras, alegrías, penas, gozos y sufrimientos, y los de la humanidad entera.

Que con Santa Rosa Lima, podamos exclamar: “Fuera de la cruz no hay otra escala por donde subir al cielo.”