29 de mayo de 2012

Eucaristía y Santísima Trinidad




San Gregorio Nacianceno debería haber suscitado en nosotros un deseo ardiente hacia la Trinidad: hacer de ella “nuestra” Trinidad, la “querida” Trinidad, la “amada” Trinidad. Algunos de estos acentos de conmovida adoración y asombro, resuenan en los textos de la solemnidad de la Santísima Trinidad. Debemos hacerla pasar de la liturgia a la vida. Hay algo más dichoso que podemos hacer en relación a la Trinidad que tratar de entenderla, ¡y es entrar en ella! No podemos abrazar el océano, pero podemos entrar en él; no podemos abrazar el misterio de la Trinidad con nuestras mentes, ¡pero podemos entrar en ella!

La “puerta” para entrar en la Trinidad es una sola, Jesucristo. Con su muerte y resurrección, él nos ha abierto un camino nuevo para entrar en el santo de los santos que es la Trinidad (cf. Hb. 10,19-20) y nos dejó los medios para seguirlo en este camino de retorno. El primero y más universal es la iglesia. Cuando se quiere cruzar un estrecho, dijo Agustín, lo más importante no consiste en sentarse en la orilla y agudizar la vista para ver lo que hay en la orilla opuesta, sino subirse sobre la barca que lleva a aquella orilla. Y para nosotros lo más importante no es especular sobre la Trinidad, sino permanecer en la fe de la Iglesia que se dirige hacia ella.

En la Iglesia, la Eucaristía es el medio por excelencia. La misa es una acción trinitaria de principio a fin; comienza en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y termina con la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esa es la oferta que Jesús, cabeza y cuerpo místico, hace de sí mismo al Padre en el Espíritu Santo. A través de ella entramos verdaderamente en el corazón mismo de la Trinidad.

Extraído de escritos del P. Raniero Cantalamessa

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