26 de enero de 2012

El Bautismo y la Eucaristía: sacramentos de vida nueva

EL AGUA Y LA SANGRE
QUE BROTAN DEL COSTADO TRASPASADO DE CRISTO CRUCIFICADO

La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado (cf. Jn 19,34)
son figuras del Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos de la vida nueva (cf 1 Jn 5,6-8):
desde entonces, es posible "nacer del agua y del Espíritu" para entrar en el Reino de Dios (Jn 3,5).
(Catecismo de la Iglesia Católica, n.1225)
Los Santos Padres vieron en el agua y la sangre, que brotaron del costado traspasado de Jesucristo crucificado, un símbolo de los dos sacramentos, el bautismo y la Eucaristía, que edifican la Iglesia. Reconocen allí el nacimiento de la Iglesia: así como Eva "nació" del costado del durmiente Adán, así la nueva Eva, la Iglesia, "nació" del costado del nuevo Adán, "durmiendo" en la cruz.Estos dos sacramentos edifican la Iglesia, y nos edifican a nosotros mismos espiritualmente. A través el bautismo nacemos a la vida cristiana y a través de la Eucaristía crecemos en esta misma vida. Si queremos asegurar la calidad de nuestra vida cristiana, tenemos que tener una vida eucarística fuerte.En la celebración de la santa misa, cada uno de los bautizados está llamado a unirse a la Iglesia y a Jesucristo para ofrecer, haciéndolo suyo, el sacrificio de Cristo. Más aún, está llamado a participar en esa oblación, ofreciéndose a sí mismo, junto con Jesucristo, a Dios y a los hombres. Cuando el sacerdote eleva la sagrada forma, está poniendo allí la vida de cada uno de los fieles que participan; de este modo, el cristiano hace de su vida y de cada uno de sus actos, ofrecidos en la Eucaristía, una ofrenda viviente que agrada a Dios; participa así en la misión redentora de Jesucristo, y obtiene de Dios gracias especiales de santificación personal y para toda la Iglesia.

Himno "JESU DULCIS MEMORIA"

El himno “Jesu dulcis memoria”, durante mucho tiempo atribuido a San Bernardo, es un modelo notable de devoción al Santo Nombre de Jesús, marcada por las características de la espiritualidad medieval. La inspirada traducción de un poeta argentino y católico, Francisco Luis Bernárdez de dicho himno latino de Vísperas dice así:
Oh Jesús de dulcísima memoria,
Que nos das la alegría verdadera:
Más dulce que la miel y toda cosa
Es para nuestras almas tu presencia.

Nada tan suave para ser cantado,
Nada tan grato para ser oído,
Nada tan dulce para ser pensado,
Como Jesús, el Hijo del Altísimo.

Tú que eres esperanza del que sufre,
Tú que eres tierno con el que te ruega,
Tú que eres bueno con el que te busca:
¿Qué no serás con el que al fin te encuentra?

No hay lengua que en verdad pueda decirlo
Ni letra que en verdad pueda expresarlo:
Tan sólo quien su amor experimenta
Es capaz de saber lo que es amarlo.

Sé nuestro regocijo en este día,
Tú que serás nuestro futuro premio,
Y haz que sólo se cifre nuestra gloria
En la tuya sin límite y sin tiempo.

Catequesis de Benedicto XI

Queridos hermanos y hermanas:

Participando en la Eucaristía, vivimos de modo extraordinario la oración que Jesús hizo y hace continuamente por cada uno a fin de que el mal, que todos encontramos en la vida, no llegue a vencer, y obre en nosotros la fuerza transformadora de la muerte y resurrección de Cristo.

En la Eucaristía la Iglesia responde al mandamiento de Jesús: «Haced esto en memoria mía» (Lc 22, 19; cf. 1 Co 11, 24-26); repite la oración de acción de gracias y de bendición y, con ella, las palabras de la transustanciación del pan y del vino en Cuerpo y la Sangre del Señor.

En nuestras Eucaristías somos atraídos a aquel momento de oración, nos unimos siempre de nuevo a la oración de Jesús en la Ultima Cena. Desde el principio, la Iglesia comprendió las palabras de la consagración como parte de la oración rezada junto con Jesús; como parte central de la alabanza impregnada de gratitud, a través de la cual Dios nos dona nuevamente el fruto de la tierra y del trabajo del hombre como cuerpo y sangre de Jesús, como auto-donación de Dios mismo en el amor del Hijo que nos acoge (cf. Jesús de Nazaret, II, p. 154).

Participando en la Eucaristía, nutriéndonos de la Carne y de la Sangre del Hijo de Dios, unimos nuestra oración a la del Cordero pascual en su noche suprema, para que nuestra vida no se pierda, no obstante nuestra debilidad y nuestras infidelidades, sino que sea transformada.

Queridos amigos, pidamos al Señor que nuestra participación en su Eucaristía, indispensable para la vida cristiana, después de prepararnos debidamente, también con el sacramento de la Penitencia, sea siempre el punto más alto de toda nuestra oración. Pidamos que, unidos pro- fundamente en su mismo ofrecimiento al Padre, también nosotros transformemos nuestras cruces en sacrificio, libre y responsable, de amor a Dios y a los hermanos.

(En lengua española, tras saludar en particular a los grupos provenientes de España, México y otros países latinoamericanos, invitó a todos ) «a participar con fe y devoción en la Eucaristía, a unirse más profundamente a la ofrenda de alabanza y bendición de Jesús al Padre, y así poder trasformar vuestra cruz en sacrificio libre y responsable, en amor a Dios y a los hermanos».






(Catequesis del Miércoles 11 de Enero de 2012)

19 de enero de 2012

“Cuando se haya elevado el Hijo del hombre, entonces comprenderéis que Yo Soy”



¿Quieres saber el valor de la sangre de Cristo? Remontémonos a las figuras que profetizaron y recorramos las antiguas Escrituras. Inmolad ¬¬–dice Moisés¬- un cordero de un año; tomad su sangre y rociad las dos jambas y el dintel de la casa. «¿Qué dices Moisés? La sangre de un cordero irracional, ¿puede salvar a los hombre dotados de razón?» «Sin duda –responde Moisés-: no porque se trate de sangre, sino porque en esta sangre se contiene una profecía de la sangre del Señor.»
Si hoy, pues, el enemigo, en lugar de ver las puertas rociadas con sangre simbólica, ve brillar en los labios de los fieles, puertas de los templos de Cristo, la sangre del verdadero Cordero, huirá todavía más lejos.
¿Deseas descubrir aún por otro medio el valor de esta sangre? Mira de dónde brotó y cuál sea su fuente. Empezó a brotar de la misma cruz y su fuente fue el costado del Señor. Pues muerto ya el Señor, dice el Evangelio. Uno de los soldados se acercó con la lanza y le traspasó el costado, y al punto salió agua y sangre: agua, como símbolo del bautismo; sangre, como figura de la eucaristía. El soldado le traspasó el costado, abrió una brecha en el muro del templo santo, y yo encuentro el tesoro escondido y me alegro con la riqueza hallada. Esto fue lo que ocurrió con el cordero: los judíos sacrificaron el cordero, y yo recibo el fruto del sacrificio.
Del costado salió sangre y agua. No quiero, amado oyente, que pases con indiferencia ante tan gran misterio, pues me falta explicarte aún otra interpretación mística. He dicho que esta agua y esta sangre eran símbolos del bautismo y de la eucaristía. Pues bien, con estos dos sacramentos se edifica la Iglesia: con el agua de la regeneración y con la renovación del Espíritu Santo, es decir, con el bautismo y la eucaristía, que han brotado ambos del costado. Del costado de Jesús se formó, pues, la Iglesia, como del costado de Adán fue formada Eva.
Por esta misma razón, afirma San Pablo: Somos miembros de su cuerpo, formado de sus huesos, aludiendo con ello al costado de Cristo. Pues del mismo modo que Dios hizo a la mujer del costado de Adán, de igual manera Jesucristo nos dio el agua y la sangre salida de su costado, para edificar la Iglesia. Y de la misma manera que entonces Dios tomó la costilla de Adán, mientras éste dormía, así también nos dio el agua y la sangre después que Cristo hubo muerto.
Mirad de qué manera Cristo se ha unido a su esposa, considerad con qué alimento la nutre. Con un mismo alimento hemos nacido y nos alimentamos. De la misma manera que la mujer se siente impulsada por su misma naturaleza a alimentar con su propia sangre, y con su leche a aquel a quien ha dado a luz, así también Cristo alimenta siempre con su sangre a aquellos a quienes Él mismo ha hecho renacer.
San Juan Crisóstomo (v. 345-407), Padre de Antioquía después Obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Catequesis Bautismal, n° 3, 16 s

11 de enero de 2012

Marta lo recibe en su casa...; María...escucha su palabra



Habiendo recibido a Nuestro Señor en la Eucaristía, teniéndolo presente en nuestro cuerpo, no vayamos a dejarlo completamente solo, para ocuparnos de otra cosa, sin hacerle más caso...: que él sea nuestra única ocupación. Dirijámonos a él con una oración ferviente; entretengámonos con él con entusiastas meditaciones. Digamos con el profeta: «Escucharé las palabras que el Señor me dice en lo más íntimo de mi corazón» (Sal. 84,9). Ya que, si... le prestamos toda nuestra atención, no dejará de pronunciar en nuestro interior, bajo forma de inspiraciones, tal o cual palabra destinada a aportarnos un gran consuelo espiritual y de provecho para nuestra alma.



Seamos pues a la vez Marta y María. Con Marta, procuremos que toda nuestra actividad exterior sea en beneficio de Él, consiste en hacerle buen recibimiento, a Él primero, y también por amor a Él, a todos los que le acompañan, es decir, a los pobres de los que Él mismo tiene a cada uno, no sólo por su discípulo, sino por sí mismo: «Lo que hacéis al más pequeño de mis hermanos, a mí mismo me lo hacéis» (Mt 25,40)... Esforcémonos en retener a nuestro huésped. Digámosle con los dos discípulos de Emaús: «Quédate con nosotros, Señor» (Lc 24,29). Y entonces, estemos seguros, de que no se alejará de nosotros, a menos que nosotros mismos le alejemos por nuestra ingratitud.




Santo Tomas Moro (1478-1535), hombre de Estado inglés, mártir
Tratado para recibir el Cuerpo del Señor

6 de enero de 2012

La Eucaristía es epifanía de comunión



Epifanía representa el desarrollo completo del misterio de Navidad. "El que aquel día nació de la Virgen - dice San León -, hoy ha sido reconocido por el mundo entero". Dios ha aparecido en el mundo no solamente tomando carne mortal, sino manifestándose a los hombres, mostrando sus obras y su poder, y tomando posesión de su Pueblo al modo que los antiguos reyes la tomaban solemnemente de sus ciudades. Todo esto ha significado en el decurso del tiempo la palabra epifanía – o más tarde teofanía – y algo de esto se encuentra en la rica liturgia de esta festividad. En la adoración de los Magos han visto todos los Santos Padres la manifestación de Cristo a los paganos y al mundo en general, en el milagro de las Bodas de Caná la manifestación de su poder y en el Bautismo del Jordán, la purificación y toma de posesión de su Iglesia y de cada una de las almas.
Este es el triple misterio de la Epifanía, que resume admirablemente la antífona del Benedictus de la fiesta que, al mismo tiempo, nos hace ver la vida sacramental de la Iglesia: "Hoy la Iglesia se ha unido al Esposo celestial, pues en el Jordán Él la lavó de sus crímenes. Los Magos corren con sus presentes a las nupcias reales y los invitados se regocijan del agua convertida en vino".
En esta antífona se nos presenta la aparición de Dios en el mundo bajo el símbolo nupcial, tan usado en el Antiguo y Nuevo Testamento para expresar la unión de Dios con su pueblo. Yahvé es el esposo; el pueblo de Israel, la esposa. Cristo el esposo, y la Iglesia la esposa. La esposa de Yahvé fue infiel y, por lo tanto, repudiada por Dios. La esposa de Cristo, lavada de sus iniquidades en el Jordán - bautismo - como reina, sin arruga ni mancilla, avanza con los Magos, que son sus primicias, hacia el convite real que le prepara su esposo, y se sienta a su lado en la mesa, donde se alimenta de su cuerpo y se llena de gozo con el vino de su sangre. Todavía quedaba subrayada esta idea de las nupcias reales en la Eucaristía con el milagro de la multiplicación del pan y de los peces, que durante muchos siglos se conmemoraba asimismo el día de la Epifanía.
¡He aquí la idea de la manifestación de Dios en el mundo en toda su extensión y profundidad! Dios, que como esposo divino sale de los tálamos eternos para darse a conocer a la humanidad con su presencia, con su poder y con su gracia sacramental, con la cual penetra en lo más profundo del alma, a la que se une más íntimamente que el esposo a la esposa, encarnándose en cierto modo en ella. Esta unión y transformación son el último desplegamiento de la gracia de Navidad.
No basta celebrar Navidad con alegría, entusiasmo y fervor. Para sacar todas las consecuencias del misterio, hay que vivirlo en lo más íntimo del corazón, meditándolo, revolviéndolo, como lo hacía María en estos días: "María, nos dice San Lucas, conservaba todas estas palabras, meditándolas en su corazón". Como lo hace la Iglesia, que a medida que va alejándose de la festividad parece descubrir más profundas y nuevas perspectivas de aquel "grande y admirable sacramento" de "aquel maravilloso comercio". Todo lo que va de Navidad a Epifanía no es en la liturgia otra cosa que un engolfarse en el misterio.
ADALBERTO M. FRANQUESA, O.S.B.

3 de enero de 2012

Fiesta del Santísimo Nombre de Jesús



Como nos lo dice la Escritura, ante el santísimo Nombre de Jesús toda rodilla debe doblarse, en el cielo, la tierra y los abismos (Cf Flp 2,10). El amor que sintieron los cristianos de los primeros siglos hacia el Nombre de Jesús y que llevó a muchos al martirio, fue adquiriendo un mayor desarrollo con el correr de los siglos. En la tradición de la Iglesia oriental, se desarrolló en íntima relación con la espiritualidad monástica llamada "contemplación imperturbable". En occidente, en cambio, la devoción al Nombre de Jesús se presenta bajo determinadas formas de devoción popular y en conexión con el ciclo de las celebraciones navideñas. A partir del siglo XII, adquiere gran auge por el influjo de los monasterios donde esta devoción tuvo especial fervor, cuyo mayor testimonio es el conocido himno «Iesu, dulcis memoria».

Honramos el Nombre de Jesús no porque creamos que existe un poder intrínseco escondido en las letras que lo componen, sino porque el nombre de Jesús nos recuerda todas las bendiciones que recibimos a través de Nuestro Santo Redentor.
Para agradecer estas bendiciones reverenciamos el Santo Nombre, así como honramos la Pasión de Cristo honrando Su Cruz. Descubrimos nuestras cabezas y doblamos nuestras rodillas ante el Santísimo Nombre de Jesús.

Él da sentido a todos nuestros afanes, como indicaba el emperador Justiniano en su libro de leyes: "En el Nombre de Nuestro Señor Jesús empezamos todas nuestras deliberaciones". El Nombre de Jesús, invocado con confianza:
- Brinda ayuda a necesidades corporales, según la promesa de Cristo: "En mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien" (Marcos 16, 17-18). En el Nombre de Jesús los Apóstoles dieron fuerza a los lisiados (Hechos 3, 6; 9, 34) y vida a los muertos (Hechos 9, 40).
- Da consuelo en las aflicciones espirituales. El Nombre de Jesús le recuerda al pecador al padre del Hijo Pródigo y del Buen Samaritano; le recuerda al justo el sufrimiento y la muerte del inocente Cordero de Dios.
- Nos protege de Satanás y sus engaños, ya que el Demonio teme el Nombre de Jesús, Quien lo ha vencido en la Cruz.
- En el nombre de Jesús obtenemos toda bendición y gracia en el tiempo y la eternidad, pues Cristo dijo: "lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre." (Juan 16, 23). Por eso la Iglesia concluye todas sus plegarias con las palabras: "Por Jesucristo Nuestro Señor", etc.

Así se cumple la palabra de San Pablo: "Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos." (Fil 2, 10).

Oh Jesús, de dulcísima memoria,
que nos das la alegría verdadera,
más que miel y que toda otra cosa,
nos infunde dulzura tu presencia.

No habrá canto más suave al oído
ni que grato resulte al escucharlo
ni tan dulce para ser recordado
como tú, oh Jesús, el Hijo amado.

En Jesús se confía el que sufre.
¡Qué piadoso te muestras al que ruega!
¡Qué bondad en ti encuentra el que te busca!
¡Qué dichoso será el que te encuentra!

No habrá lengua que pueda expresarlo,
ni palabra que pueda traducirlo,
pues tan sólo el que lo ha experimentado
es capaz de saber lo que es amarlo.

Sé Jesús nuestro gozo anticipado,
Tú que un día serás también el premio,
y haz que sólo se cifre nuestra gloria
en la tuya sin límite y sin tiempo. Amén.

La Navidad y la Eucaristía

La Iglesia posee, en su riquísimo tesoro artístico-musical, bellísimos cantos que alaban el Misterio de la Encarnación de Dios.
Dos ejemplos de esta oración de alabanza a Jesucristo, que se hizo hombre para nuestra redención, y que se ofrece en cada Eucaristía para fortalecernos en la fe, la esperanza y la caridad.
1)En el link: http://youtu.be/VFHV36groRw
se presenta el Coro de las hermanas de María de Shoenstatt, que cantan un villancico, con melodías folklóricas autóctonas, en la Iglesia de Dios Padre de Nuevo Shoenstatt, en Florencio Varela. Es un síntesis de la historia de la salvación, que hace hincapié en el Dios hecho hombre, que se hace Pan.

Su letra, de profunda sabiduría, es la siguiente:

Mi Dios hecho hombre,

mi Dios-hombre hecho Pan,

te quiero adorar.

El Dios todopoderoso

que el universo creó

junto a sus hijos paseaba

en cada puesta de sol.

Y cuando el hombre orgulloso

del Padre se separó

con su ternura infinita

una promesa nos dio.

En el arca de Alianza

entre su Pueblo habitó,

¡qué Pueblo tan bendecido,

tiene tan cerca a su Dios!.

Al alborear la mañana

de nuestra Redención,

el corazón de una Niña

fue enamorada de Dios.

Y por su “sí” generoso

el Verbo eterno bajó

a su purísimo seno

y hecho Niño se nos dio.

Amándonos hasta el extremo

con corazón de hombre­-Dios

su omnipotencia y ternura

la Eucaristía nos dio.

Y este es nuestro tesoro,

Pan de vida y amor,

¡qué Pueblo tan bendecido

tan cerca está nuestro Dios!


2)El segundo link es: http://youtu.be/9y9yM53TowA

El Coro de la Catedral de Westminster, en Londres, la sede primada católica de Inglaterra, durante el ofertorio de la Misa de Nochebuena (que preside el actual Arzobispo), entona la antigua antífona de Maitines de Navidad “OH MAGNUM MYSTERIUM”.

La música es de un compositor contemporáneo de Estados Unidos (Morten Lauridsen, nacido en 1943) que conjuga el canto gregoriano con la polifonía moderna. Hay que escucharlo y meditarlo. Las imágenes de la Catedral de Westminster son magníficas.La tradición viva de la Iglesia nos enseña la riqueza de lo que celebramos con pocas palabras, de gran belleza y verdad. Con la maravilla del canto sagrado bien cantado. Hermosa meditación para la octava de Navidad.