30 de octubre de 2011

En la Eucaristía participamos de la Vida de Dios

 La comunión no es simplemente comer la hostia. Ése es sola el gesto exterior. Lo que se realiza en el sacramento de su cuerpo y de su sangre es entrar en comunión con Cristo recibiendo su vida.
Cuando Jesús nos da su vida y nos entrega su Cuerpo y su Sangre, no lo hace como lo haría un animalito del que nos alimentamos. Cuando comemos su Cuerpo y bebemos su Sangre, la vida de Jesús toma posesión de nosotros y de nuestra vida.
Y llega a suceder lo que san Pablo decía: - ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. ¡Qué fuerte!: ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Como podría decir la tierra en la que se ha sembrado un carozo: ya no vivo yo, es el árbol quien vive en mí. El árbol ha tomado posesión de este trozo de geografía y ahora es él el que vive en esa tierra que recibió.
Comulgar, queridos jóvenes, es participar de la Vida de Dios. Jesús llega a decir: quien no come mi cuerpo y no bebe mi sangre no tiene vida eterna. Está viviendo, sí, este trozo de vida que ama y no quiere perder. Pero no tiene la Vida que perdura. Si queremos que cuando termine, esta vida continúe, tenemos que aceptar en nosotros la vida de Dios. Vida que comenzó en el bautismo, la vida del Padre, que es la presencia del Espíritu Santo. Pero para que esa vida crezca y se desarrollo tenemos que alimentarla con la vida de Jesús.
Recibir en mí la vida de Dios tiene exigencias previas. Exigencias previas, como la de la tierra que debe estar medianamente preparada y cuidada para recibir la semilla. No hay que ser santos para recibir el Cuerpo de Cristo. Pero recibimos el cuerpo de Cristo para ser santos, y por eso tenemos que estar abiertos a esa realidad. Si tenemos una falta seria debemos arrepentirnos. Recibir el Cuerpo y la Sangre de Jesús, recibir en nosotros la vida de Jesús, es una cosa exigente para todos. Si yo recibo la Vida de Dios, y por otro lado estoy viviendo a propósito en pecado, y sin deseos de cambiar ¿qué sentido tiene comulgar su Vida? Tenemos que estar preparados, abiertos, arrepentidos de nuestras faltas, y conscientes de que no somos dignos, y estamos necesitados de su vida. Amamos la vida y no queremos perderla, por eso aceptamos que Jesús nos dé su visa y que esa vida tome posesión de nosotros.
La Eucaristía es memoria, es sacrificio, es comunión, es una ofrenda al Padre y es a la vez una fuente de gracia que viene hacia nosotros. En ella nos apropiamos de la vida de Dios y la hacemos nuestra.
La Eucaristía es la fuente y la meta de todo lo que sucede en la Iglesia. De ella sacan su fuerza los demás sacramentos y la misma vida de la Iglesia. Todos los demás sacramentos nos capacitan para celebrarla dignamente a fin de que la Vida de Cristo vaya llevando a la plenitud la obra de Dios en nosotros. Hasta el día feliz en que podamos reunirnos todos en la casa del Tata Dios para el banquete de la Vida Eterna.

29 de octubre de 2011

La importancia del silencio

 CONDICIONES PERSONALES
PARA UNA PARTICIPACIÓN AUTÉNTICA EN LA SAGRADA EUCARISTÍA.



LA IMPORTANCIA DEL RECOGIMIENTO Y EL SILENCIO




Exhortación apostólica



SACRAMENTUM CARITATIS



DE S.S. BENEDICTO XVI (N.55)



Al considerar el tema de la actuosa participatio de los fieles en la Eucaristía, los Padres sinodales han resaltado también las condiciones personales de cada uno para una fructuosa participación.
Una de ellas es ciertamente el espíritu de conversión continua que ha de caracterizar la vida de cada fiel. No se puede esperar una participación activa en la liturgia eucarística cuando se asiste superficialmente, sin antes examinar la propia vida.
Favorece dicha disposición interior, por ejemplo, el recogimiento y el silencio, al menos unos instantes antes de comenzar la liturgia, el ayuno y, cuando sea necesario, la confesión sacramental. Un corazón reconciliado con Dios permite la verdadera participación. En particular, es preciso persuadir a los fieles de que no puede haber una actuosa participatio en los santos Misterios si no se toma al mismo tiempo parte activa en la vida eclesial en su totalidad, la cual comprende también el compromiso misionero de llevar el amor de Cristo a la sociedad.
Sin duda, la plena participación en la Eucaristía se da cuando nos acercamos también personalmente al altar para recibir la Comunión. No obstante, se ha de poner atención para que esta afirmación correcta no induzca a un cierto automatismo entre los fieles, como si por el solo hecho de encontrarse en la iglesia durante la liturgia se tenga ya el derecho o quizás incluso el deber de acercarse a la Mesa eucarística. Aun cuando no es posible acercarse a la Comunión sacramental, la participación en la santa Misa sigue siendo necesaria, válida, significativa y fructuosa. En estas circunstancias, es bueno cultivar el deseo de la plena unión con Cristo, practicando, por ejemplo, la comunión espiritual, recordada por Juan Pablo II y recomendada por los Santos maestros de la vida espiritual.

27 de octubre de 2011

Jornada Mundial por la Paz

La Eucaristía es la plenitud de diálogo que el hombre puede alcanzar con Dios. Por eso quien vive de la Euacristía también se capacita para dialogar con los hermanos. Compartimos esta intervención del Santo Padre Benedicto XVI para que nos sirva de meditación para adorar al santísimo sacramento:


Jornada de Reflexión, Diálogo y Oración por la Paz y la Justicia en el Mundo.
“Peregrinos de la Verdad, Peregrinos de la Paz”
Intervención del Santo Padre Benedicto XVI
Asís, Basílica de Santa María de los Ángeles
Jueves 27 de octubre de 2011


Queridos hermanos y hermanas,
Distinguidos Jefes y representantes de las Iglesias y Comunidades eclesiales
y de las Religiones del mundo,
queridos amigos


Han pasado veinticinco años desde que el beato Papa Juan Pablo II invitó por vez primera a los representantes de las religiones del mundo a Asís para una oración por la paz. ¿Qué ha ocurrido desde entonces? ¿A qué punto está hoy la causa de la paz? En aquel entonces, la gran amenaza para la paz en el mundo provenía de la división del planeta en dos bloques contrastantes entre sí. El símbolo llamativo de esta división era el muro de Berlín que, pasando por el medio de la ciudad, trazaba la frontera entre dos mundos. En 1989, tres años después de Asís, el muro cayó sin derramamiento de sangre. De repente, los enormes arsenales que había tras el muro dejaron de tener sentido alguno. Perdieron su capacidad de aterrorizar. El deseo de los pueblos de ser libres era más fuerte que los armamentos de la violencia. La cuestión sobre las causas de este derrumbe es compleja y no puede encontrar una respuesta con fórmulas simples. Pero, junto a los factores económicos y políticos, la causa más profunda de dicho acontecimiento es de carácter espiritual: detrás del poder material ya no había ninguna convicción espiritual. Al final, la voluntad de ser libres fue más fuerte que el miedo ante la violencia, que ya no contaba con ningún respaldo espiritual. Apreciamos esta victoria de la libertad, que fue sobre todo también una victoria de la paz. Y es preciso añadir en este contexto que, aunque no se tratara sólo, y quizás ni siquiera en primer lugar, de la libertad de creer, también se trataba de ella. Por eso podemos relacionar también todo esto en cierto modo con la oración por la paz.
Pero, ¿qué ha sucedido después? Desgraciadamente, no podemos decir que desde entonces la situación se haya caracterizado por la libertad y la paz. Aunque no haya a la vista amenazas de una gran guerra, el mundo está desafortunadamente lleno de discordia. No se trata sólo de que haya guerras frecuentemente aquí o allá; es que la violencia en cuanto tal siempre está potencialmente presente, y caracteriza la condición de nuestro mundo. La libertad es un gran bien. Pero el mundo de la libertad se ha mostrado en buena parte carente de orientación, y muchos tergiversan la libertad entendiéndola como libertad también para la violencia. La discordia asume formas nuevas y espantosas, y la lucha por la paz nos debe estimular a todos nosotros de modo nuevo.
Tratemos de identificar más de cerca los nuevos rostros de la violencia y la discordia. A grandes líneas –según mi parecer– se pueden identificar dos tipologías diferentes de nuevas formas de violencia, diametralmente opuestas por su motivación, y que manifiestan luego muchas variantes en sus particularidades. Tenemos ante todo el terrorismo, en el cual, en lugar de una gran guerra, se emplean ataques muy precisos, que deben golpear destructivamente en puntos importantes al adversario, sin ningún respeto por las vidas humanas inocentes que de este modo resultan cruelmente heridas o muertas. A los ojos de los responsables, la gran causa de perjudicar al enemigo justifica toda forma de crueldad. Se deja de lado todo lo que en el derecho internacional ha sido comúnmente reconocido y sancionado como límite a la violencia. Sabemos que el terrorismo es a menudo motivado religiosamente y que, precisamente el carácter religioso de los ataques sirve como justificación para una crueldad despiadada, que cree poder relegar las normas del derecho en razón del «bien» pretendido. Aquí, la religión no está al servicio de la paz, sino de la justificación de la violencia.
A partir de la Ilustración, la crítica de la religión ha sostenido reiteradamente que la religión era causa de violencia, y con eso ha fomentado la hostilidad contra las religiones. En este punto, que la religión motive de hecho la violencia es algo que, como personas religiosas, nos debe preocupar profundamente. De una forma más sutil, pero siempre cruel, vemos la religión como causa de violencia también allí donde se practica la violencia por parte de defensores de una religión contra los otros. Los representantes de las religiones reunidos en Asís en 1986 quisieron decir – y nosotros lo repetimos con vigor y gran firmeza – que esta no es la verdadera naturaleza de la religión. Es más bien su deformación y contribuye a su destrucción. Contra eso, se objeta: Pero, ¿cómo sabéis cuál es la verdadera naturaleza de la religión? Vuestra pretensión, ¿no se deriva quizás de que la fuerza de la religión se ha apagado entre vosotros? Y otros dirán: ¿Acaso existe realmente una naturaleza común de la religión, que se manifiesta en todas las religiones y que, por tanto, es válida para todas? Debemos afrontar estas preguntas si queremos contrastar de manera realista y creíble el recurso a la violencia por motivos religiosos. Aquí se coloca una tarea fundamental del diálogo interreligioso, una tarea que se ha de subrayar de nuevo en este encuentro. A este punto, quisiera decir como cristiano: Sí, también en nombre de la fe cristiana se ha recurrido a la violencia en la historia. Lo reconocemos llenos de vergüenza. Pero es absolutamente claro que éste ha sido un uso abusivo de la fe cristiana, en claro contraste con su verdadera naturaleza. El Dios en que nosotros los cristianos creemos es el Creador y Padre de todos los hombres, por el cual todos son entre sí hermanos y hermanas y forman una única familia. La Cruz de Cristo es para nosotros el signo del Dios que, en el puesto de la violencia, pone el sufrir con el otro y el amar con el otro. Su nombre es «Dios del amor y de la paz» (2 Co 13,11). Es tarea de todos los que tienen alguna responsabilidad de la fe cristiana el purificar constantemente la religión de los cristianos partiendo de su centro interior, para que – no obstante la debilidad del hombre – sea realmente instrumento de la paz de Dios en el mundo.
Si bien una tipología fundamental de la violencia se funda hoy religiosamente, poniendo con ello a las religiones frente a la cuestión sobre su naturaleza, y obligándonos todos a una purificación, una segunda tipología de violencia de aspecto multiforme tiene una motivación exactamente opuesta: es la consecuencia de la ausencia de Dios, de su negación, que va a la par con la pérdida de humanidad. Los enemigos de la religión – como hemos dicho – ven en ella una fuente primaria de violencia en la historia de la humanidad, y pretenden por tanto la desaparición de la religión. Pero el «no» a Dios ha producido una crueldad y una violencia sin medida, que ha sido posible sólo porque el hombre ya no reconocía norma alguna ni juez alguno por encima de sí, sino que tomaba como norma solamente a sí mismo. Los horrores de los campos de concentración muestran con toda claridad las consecuencias de la ausencia de Dios.
Pero no quisiera detenerme aquí sobre el ateísmo impuesto por el Estado; quisiera hablar más bien de la «decadencia» del hombre, como consecuencia de la cual se produce de manera silenciosa, y por tanto más peligrosa, un cambio del clima espiritual. La adoración de Mamón, del tener y del poder, se revela una anti-religión, en la cual ya no cuenta el hombre, sino únicamente el beneficio personal. El deseo de felicidad degenera, por ejemplo, en un afán desenfrenado e inhumano, como se manifiesta en el sometimiento a la droga en sus diversas formas. Hay algunos poderosos que hacen con ella sus negocios, y después muchos otros seducidos y arruinados por ella, tanto en el cuerpo como en el ánimo. La violencia se convierte en algo normal y amenaza con destruir nuestra juventud en algunas partes del mundo. Puesto que la violencia llega a hacerse normal, se destruye la paz y, en esta falta de paz, el hombre se destruye a sí mismo
La ausencia de Dios lleva al decaimiento del hombre y del humanismo. Pero, ¿dónde está Dios? ¿Lo conocemos y lo podemos mostrar de nuevo a la humanidad para fundar una verdadera paz? Resumamos ante todo brevemente las reflexiones que hemos hecho hasta ahora. He dicho que hay una concepción y un uso de la religión por la que esta se convierte en fuente de violencia, mientras que la orientación del hombre hacia Dios, vivido rectamente, es una fuerza de paz. En este contexto me he referido a la necesidad del diálogo, y he hablado de la purificación, siempre necesaria, de la religión vivida. Por otro lado, he afirmado que la negación de Dios corrompe al hombre, le priva de medidas y le lleva a la violencia.
Junto a estas dos formas de religión y anti-religión, existe también en el mundo en expansión del agnosticismo otra orientación de fondo: personas a las que no les ha sido dado el don de poder creer y que, sin embargo, buscan la verdad, están en la búsqueda de Dios. Personas como éstas no afirman simplemente: «No existe ningún Dios». Sufren a causa de su ausencia y, buscando lo auténtico y lo bueno, están interiormente en camino hacia Él. Son «peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz». Plantean preguntas tanto a una como a la otra parte. Despojan a los ateos combativos de su falsa certeza, con la cual pretenden saber que no hay un Dios, y los invitan a que, en vez de polémicos, se conviertan en personas en búsqueda, que no pierden la esperanza de que la verdad exista y que nosotros podemos y debemos vivir en función de ella. Pero también llaman en causa a los seguidores de las religiones, para que no consideren a Dios como una propiedad que les pertenece a ellos hasta el punto de sentirse autorizados a la violencia respecto a los demás. Estas personas buscan la verdad, buscan al verdadero Dios, cuya imagen en las religiones, por el modo en que muchas veces se practican, queda frecuentemente oculta. Que ellos no logren encontrar a Dios, depende también de los creyentes, con su imagen reducida o deformada de Dios. Así, su lucha interior y su interrogarse es también una llamada a los creyentes a purificar su propia fe, para que Dios – el verdadero Dios – se haga accesible. Por eso he invitado de propósito a representantes de este tercer grupo a nuestro encuentro en Asís, que no sólo reúne representantes de instituciones religiosas. Se trata más bien del estar juntos en camino hacia la verdad, del compromiso decidido por la dignidad del hombre y de hacerse cargo en común de la causa de la paz, contra toda especie de violencia destructora del derecho. Para concluir, quisiera aseguraros que la Iglesia católica no cejará en la lucha contra la violencia, en su compromiso por la paz en el mundo. Estamos animados por el deseo común de ser «peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz».
www.vatica.va

26 de octubre de 2011

Mensaje de Benedicto XVI para la celebración de la XLIV Jornada Mundial de la Paz

Transcribimos el texto de nuestro pontífice sobre la celebración de la Paz. La Eucaristía nos trae a Jesús que es nuestra Paz. De ahí que es el santísimo sacramento del altar el camino privilegiado para alcanzar esto que nos propone el santo Padre:

LA LIBERTAD RELIGIOSA, CAMINO PARA LA PAZ




Vivir en el amor y en la verdad
En un mundo globalizado, caracterizado por sociedades cada vez más multiétnicas y multiconfesionales, las grandes religiones pueden constituir un importante factor de unidad y de paz para la familia humana. Sobre la base de las respectivas convicciones religiosas y de la búsqueda racional del bien común, sus seguidores están llamados a vivir con responsabilidad su propio compromiso en un contexto de libertad religiosa. En las diversas culturas religiosas, a la vez que se debe rechazar todo aquello que va contra la dignidad del hombre y la mujer, se ha de tener en cuenta lo que resulta positivo para la convivencia civil. …
Los cristianos, por su parte, están llamados por la misma fe en Dios, Padre del Señor Jesucristo, a vivir como hermanos que se encuentran en la Iglesia y colaboran en la edificación de un mundo en el que las personas y los pueblos «no harán daño ni estrago […], porque está lleno el país de la ciencia del Señor, como las aguas colman el mar» (Is 11, 9).






La libertad religiosa, camino para la paz
El mundo tiene necesidad de Dios. Tiene necesidad de valores éticos y espirituales, universales y compartidos, y la religión puede contribuir de manera preciosa a su búsqueda, para la construcción de un orden social justo y pacífico, a nivel nacional e internacional.
La paz es un don de Dios y al mismo tiempo un proyecto que realizar, pero que nunca se cumplirá totalmente. Una sociedad reconciliada con Dios está más cerca de la paz, que no es la simple ausencia de la guerra, ni el mero fruto del predominio militar o económico, ni mucho menos de astucias engañosas o de hábiles manipulaciones. La paz, por el contrario, es el resultado de un proceso de purificación y elevación cultural, moral y espiritual de cada persona y cada pueblo, en el que la dignidad humana es respetada plenamente. Invito a todos los que desean ser constructores de paz, y sobre todo a los jóvenes, a escuchar la propia voz interior, para encontrar en Dios referencia segura para la conquista de una auténtica libertad, la fuerza inagotable para orientar el mundo con un espíritu nuevo, capaz de no repetir los errores del pasado. Como enseña el Siervo de Dios Pablo VI, a cuya sabiduría y clarividencia se debe la institución de la Jornada Mundial de la Paz: «Ante todo, hay que dar a la Paz otras armas que no sean las destinadas a matar y a exterminar a la humanidad. Son necesarias, sobre todo, las armas morales, que den fuerza y prestigio al derecho internacional; primeramente, la de observar los pactos». La libertad religiosa es un arma auténtica de la paz, con una misión histórica y profética. En efecto, ella valoriza y hace fructificar las más profundas cualidades y potencialidades de la persona humana, capaces de cambiar y mejorar el mundo. Ella permite alimentar la esperanza en un futuro de justicia y paz, también ante las graves injusticias y miserias materiales y morales. Que todos los hombres y las sociedades, en todos los ámbitos y ángulos de la Tierra, puedan experimentar pronto la libertad religiosa, camino para la paz.



24 de octubre de 2011

San Antonio María Claret

 La clave de toda la espiritualidad de San Antonio es el amor al Santísimo Sacramento, que devoró su corazón durante toda su vida. Este amor es el que le hace transformarse en Cristo, en Cristo paciente y sacrificado.

Desde niño acudía con frecuencia a la Santa Misa, reconociendo a Cristo realmente presente en la Eucaristía, fuente de toda su vida.
Dice San Antonio: "Sentía cómo el Señor me llamaba y me concedía el poder identificarme con Él. Le pedía que hiciese siempre su voluntad.”
La vivencia de la presencia de Jesús en la Eucaristía, en la celebración de la Misa o en la adoración de Jesús Sacramentado era tan profunda que no la sabía explicar. “Sentía y siento su presencia tan viva y cercana que me resulta violento separarme del Señor para continuar mis tareas ordinarias".
Un privilegio incomparable del que fue objeto fue la conservación de las especies sacramentales de una comunión a otra durante nueve años. Así lo escribió en su Autobiografía: "El día 26 de agosto de 1861, hallándome en oración en la iglesia del Rosario de La Granja, a las siete de la tarde, el Señor me concedió la gracia grande de la conservación de las especies sacramentales, y tener siempre día y noche el santísimo sacramento en mi pecho. Desde entonces debía estar con mucho más devoción y recogimiento interior. También tenía que orar y hacer frente a todos los males de España, como así me lo manifestaba el Señor en otras oraciones."
Esta presencia, casi sensible, de Jesús en el P. Claret debió ser tan grande, que llegó a exclamar: "En ningún lugar me encuentro tan recogido como en medio de las muchedumbres".

23 de octubre de 2011

Contemplemos a Jesús con los ojos del espíritu

San Juan Crisóstomo

Enseñanzas de los Santos Padres de la Iglesia sobre la Eucaristía
Tomen y coman, dice Jesús, este es mi cuerpo que se da por ustedes (1 Co 11,24). ¿Cómo no se turbaron los discípulos al escuchar estas palabras? Porque Cristo les había hablado ya mucho sobre esta materia (cf. Jn 6). No insiste sobre ello, pues estima que les había hablado lo suficiente...
Confiemos también nosotros plenamente en Dios. No le pongamos dificultades, aunque lo que diga parezca ser contrario a nuestros razonamientos y a lo que vemos. Que más bien su palabra sea maestra de nuestra razón y de nuestra misma visión. Tengamos esta actitud frente a los misterios sagrados: no veamos en ellos solamente lo que se ofrece a nuestros sentidos, sino que tengamos sobre todo en cuenta las palabras del Señor. Su palabra no puede engañarnos, mientras que nuestros sentidos fácilmente nos equivocan; ella jamás comete un fallo, pero nuestros sentidos fallan a menudo. Cuando el Verbo dice: Esto es mi cuerpo, fiémonos de él, creamos y contemplémosle con los ojos del espíritu. Porque Cristo no nos ha dado nada puramente sensible: aun en las mismas realidades sensibles, todo es espiritual.
¡Cuántas personas dicen hoy: “Quisiera ver el rostro de Cristo, sus rasgos, sus vestidos, sus calzados!”. Pues bien, precisamente lo estás viendo a él, lo tocas, lo comes. Deseabas ver sus vestidos; y él mismo se te entrega no solamente para que lo veas, sino también para que lo toques, lo comas, lo recibas en tu corazón. Que nadie se acerque con indiferencia o con apatía; sino que todos vengan a él animados de un ardiente amor.

22 de octubre de 2011

22 de Octubre: Fiesta litúrgica del Beato Juan Pablo II

Oración de S.S. Juan Pablo II a Jesús Sacramentado antes de la bendición eucarística
Plaza de San Marcos, Venecia, 16 de junio de 1985;


Señor Jesús, estamos reunidos ante Ti, el Sucesor de tu Apóstol Pedro y la Iglesia que Tú has congregado en esta ciudad de Venecia. Tú eres el Hijo de Dios hecho hombre, crucificado por nosotros y resucitado por el Padre. Tú, el viviente, realmente presente en medio de nosotros. Tú, el camino, la verdad y la vida: Tú, el único que tienes palabras de vida eterna. Tú, el único fundamento de nuestra salvación y el único nombre que podemos invocar para tener esperanza. Tú, el Amor: el Amor no amado. Señor Jesús, nosotros creemos en ti, te adoramos, te amamos con todo nuestro corazón, y proclamamos tu nombre por encima de todo otro nombre.
En este momento, grande y solemne, te pedimos por esta ciudad y por su territorio. Mírala, Cristo, desde tu cruz, y sálvala. Mira a los pobres, enfermos, ancianos, marginados, a los jóvenes y a las mujeres que se han metido por caminos desesperados, a tantas familias en dificultades y afectadas por las desgracias y los disturbios sociales. ¡Mira y ten piedad! Mira a los que no saben ya creer en el Padre que está en los cielos y no perciben ya su ternura, a los que no logran leer en tu rostro, oh Crucificado, su dolor, su promesa y sus angustias. Mira a cuantos yacen en el pecado, lejos de Ti, que eres la fuente del agua viva: el único que apaga la sed y aplaca el deseo y el ansia inquieta del corazón humano. Míralos y ten piedad.

Bendice a esta ciudad y a su territorio: desde Venecia a las islas, desde las Caorlas a Mira. Bendice a Mestre y Marghera, con las fábricas y el puerto. Bendice a todos los trabajadores que con la fatiga cotidiana proveen a las necesidades de la familia y al progreso de la sociedad. Bendice a los jóvenes, para que nunca se extinga en su corazón la esperanza de un mundo mejor, y la voluntad de gastarse generosamente para edificarlo. Bendice a los que nos gobiernan, para que sean agentes de justicia y de paz. Bendice a los sacerdotes que guían a las comunidades, a los religiosas y a las religiosas. Bendice al seminario, y concédenos a esta Iglesia, jóvenes y muchachas generosos, dispuestos a acoger la llamada al don total de sí en el servicio al Evangelio y a los hermanos.
Concede , Señor Jesús, a esta Iglesia, que se confirme en la fe del bautismo, para que tenga la alegría y la verdad, único camino que lleva a la vida. Concédele la gracia de la reconciliación que brota de tu costado abierto, oh Crucificado: a fin de que, reconciliada y unida, pueda convertirse en fuerza que supera las divisiones, en levadura de una mentalidad nueva de solidaridad y coparticipación, en viviente invitación a seguirte a ti que te has hecho hermano de todos. Concédele finalmente que sea una Iglesia mensajera de esperanza para todos los hombres, a fin de que por este testimonio de esperanza todos se sientan estimulados a comprometerse, trabajando por un mundo más solidario y pacífico conforme a la voluntad de tu Padre, nuestro Creador.
Señor Jesús, danos al paz, Tú que eres la paz y en tu cruz has vencido toda división. Y has de nosotros verdaderos realizadores de paz y de justicia: hombres y mujeres que se comprometan a construír un mundo más justo, más solidario y más fraterno. Señor Jesús, vuelve a nosotros y haznos vigilantes en la esperanza de tu venida. Amén.

Próximas Elecciones: "Coherencia Eucarística"

Coherencia eucarística
Los cuatro valores “no negociables”
Del número 83 de la Carta Apostólica “Sacramentum Caritatis” de S.S. Benedicto XVI

Es importante notar lo que los Padres sinodales han denominado coherencia eucarística, a la cual está llamada objetivamente nuestra vida. En efecto, el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como:

· el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural,
· la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer,
· la libertad de educación de los hijos
· y la promoción del bien común en todas sus formas.

Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana. Esto tiene además una relación objetiva con la Eucaristía (cf. 1 Co 11,27-29). Los Obispos han de llamar constantemente la atención sobre estos valores. Ello es parte de su responsabilidad para con la grey que se les ha confiado.

19 de octubre de 2011

PORTA FIDEI

EL AÑO DE LA FE anunciado por el Papa Benedicto XVI que se desarrollará del 11 de octubre de 2012 hasta la solemnidad de Cristo Rey, 24 de noviembre de 2013 en los números 8-9 nos dice:
En esta feliz conmemoración del Año de la Fe, deseo invitar a los hermanos Obispos de todo el Orbe a que se unan al Sucesor de Pedro en el tiempo de gracia espiritual que el Señor nos ofrece para rememorar el don precioso de la fe. Queremos celebrar este Año de manera digna y fecunda. Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo. Tendremos la oportunidad de confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo; en nuestras casas y con nuestras familias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre. En este Año, las comunidades religiosas, así como las parroquiales, y todas las realidades eclesiales antiguas y nuevas, encontrarán la manera de profesar públicamente el Credo.
Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza. Será también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es «la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza». Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en este Año.
No por casualidad, los cristianos en los primeros siglos estaban obligados a aprender de memoria el Credo. Esto les servía como oración cotidiana para no olvidar el compromiso asumido con el bautismo. San Agustín lo recuerda con unas palabras de profundo significado, cuando en un sermón sobre la redditio symboli, la entrega del Credo, dice: «El símbolo del sacrosanto misterio que recibisteis todos a la vez y que hoy habéis recitado uno a uno, no es otra cosa que las palabras en las que se apoya sólidamente la fe de la Iglesia, nuestra madre, sobre la base inconmovible que es Cristo el Señor. […] Recibisteis y recitasteis algo que debéis retener siempre en vuestra mente y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que tenéis que pensar cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando coméis, de forma que, incluso cuando dormís corporalmente, vigiléis con el corazón».

16 de octubre de 2011

Cada domingo somos vivificados con el santo Cuerpo de Cristo

Enseñanzas de los Santos Padres de la Iglesia sobre la Eucaristía

EUSEBIO DE CESAREA
“Los seguidores de Moisés inmolaban el cordero pascual una vez al año, el día catorce del primer mes, al atardecer. En cambio, nosotros, los hombres de la nueva Alianza, que todos los domingos celebramos nuestra Pascua, constantemente somos saciados con el cuerpo del Salvador, constantemente participamos de la sangre del Cordero; constantemente llevamos ceñida la cintura de nuestra alma con la castidad y la modestia, constantemente están nuestros pies dispuestos a caminar según el evangelio, constantemente tenemos el bastón en la mano y descansamos apoyados en la vara que brota de la raíz de Jesé, constantemente nos vamos alejando de Egipto, constantemente vamos en busca de la soledad de la vida humana, constantemente caminamos al encuentro con Dios, constantemente celebramos la fiesta del “paso” (Pascua).
Nosotros celebramos a lo largo del año unos mismos misterios, conmemorando con el ayuno la pasión del Salvador el Sábado precedente, como primero lo hicieron los apóstoles cuando se les llevaron el Esposo. Cada domingo somos vivificados con el santo Cuerpo de su Pascua de salvación, y recibimos en el alma el sello de su preciosa sangre.”

15 de octubre de 2011

Santa Teresa de Jesús y la importancia de la Eucaristía


Santa Teresa de Jesús, fundadora de tantos conventos carmelitas, tenía la firme convicción de que una nueva casa religiosa sólo quedaba erigida y fundada, cuando se celebraba en ella la primera Misa, y quedaba reservado en la capilla el Santísimo Sacramento.
Tal convicción se debía a la idea que ella tenía de la centralidad del Sacramento de la Eucaristía en la buena marcha de la casa religiosa y de la vida fraterna en comunidad. El centro de la vida de la Iglesia es la Eucaristía. En torno a esa convicción vive su drama de fundadora con episodios emocionantes, como se puede ver en la fundación de Medina del Campo (cfr. Fundaciones, capítulo 3). Esta fundación es del año 1567.
Episodios parecidos a los de Medina del Campo se repetirán prácticamente en cada fundación: Toledo, Segovia... Hasta la fundación de Burgos, la más penosa de todas, sin duda. El Arzobispo de la ciudad de Burgos no consiente que la casa de Dª Catalina, (en la que reside la pequeña comunidad que acompaña a la Santa Madre fundadora), rehabilite su antigua capilla para celebrar la Misa cada día. Por ello tendrán que madrugar cada mañana, atravesar la plaza de Huerto del Rey, subir una de las escalinatas de la iglesia de San Gil, y asistir a la primera Misa que se celebraba en la ciudad en la capilla de Nuestra Señora de la Buena Mañana, para regresar de nuevo, en silencio y a oscuras todavía, a la casa de Dª Catalina. La misma Teresa de Jesús, al hacer balance de su tarea de fundadora, percibe dicho quehacer, ante todo como implantación de la Eucaristía en un templo más, o como colaboración a la difusión de la presencia eucarística del Señor en medio de los hombres: "porque para mí es grandísimo consuelo ver una Iglesia más adonde haya Santísimo Sacramento" (Fundaciones, capítulo 3,10).

Toda la Iglesia vive de la Eucaristía

El Sacerdocio ha de tener “forma eucarística”


Carta de Juan Pablo II a los Sacerdotes para el Jueves Santo de 2005

Queridos sacerdotes:

1. En el Año de la Eucaristía, me es particularmente grato el anual encuentro espiritual con vosotros con ocasión del Jueves Santo, día del amor de Cristo llevado «hasta el extremo» (Jn 13, 1), día de la Eucaristía, día de nuestro sacerdocio.

Os envío mi mensaje desde el hospital, donde estoy algún tiempo con tratamiento médico y ejercicios de rehabilitación, enfermo entre los enfermos, uniendo en la Eucaristía mi sufrimiento al de Cristo. Con este espíritu deseo reflexionar con vosotros sobre algunos aspectos de nuestra espiritualidad sacerdotal.

Lo haré dejándome guiar por las palabras de la institución de la Eucaristía, las que pronunciamos cada día in persona Christi, para hacer presente sobre nuestros altares el sacrificio realizado de una vez por todas en el Calvario. De ellas surgen indicaciones iluminadoras para la espiritualidad sacerdotal: puesto que toda la Iglesia vive de la Eucaristía, la existencia sacerdotal ha de tener, por un título especial, «forma eucarística». Por tanto, las palabras de la institución de la Eucaristía no deben ser para nosotros únicamente una fórmula consagratoria, sino también una «fórmula de vida».
Una existencia profundamente «agradecida»
2. «Tibi gratias agens benedixit...». En cada Santa Misa recordamos y revivimos el primer sentimiento expresado por Jesús en el momento de partir el pan, el de dar gracias. El agradecimiento es la actitud que está en la base del nombre mismo de «Eucaristía». En esta expresión de gratitud confluye toda la espiritualidad bíblica de la alabanza por los mirabilia Dei. Dios nos ama, se anticipa con su Providencia, nos acompaña con intervenciones continuas de salvación.
En la Eucaristía Jesús da gracias al Padre con nosotros y por nosotros. Esta acción de gracias de Jesús ¿cómo no ha de plasmar la vida del sacerdote? Él sabe que debe fomentar constantemente un espíritu de gratitud por tantos dones recibidos a lo largo de su existencia y, en particular, por el don de la fe, que ahora tiene el ministerio de anunciar, y por el del sacerdocio, que lo consagra completamente al servicio del Reino de Dios. Tenemos ciertamente nuestras cruces —y ¡no somos los únicos que las tienen!—, pero los dones recibidos son tan grandes que no podemos dejar de cantar desde lo más profundo del corazón nuestro Magnificat.

Una existencia «entregada»


3. «Accipite et manducate... Accipite et bibite...». La autodonación de Cristo, que tiene sus orígenes en la vida trinitaria del Dios-Amor, alcanza su expresión más alta en el sacrificio de la Cruz, anticipado sacramentalmente en la Última Cena. No se pueden repetir las palabras de la consagración sin sentirse implicados en este movimiento espiritual. En cierto sentido, el sacerdote debe aprender a decir también de sí mismo, con verdad y generosidad, «tomad y comed». En efecto, su vida tiene sentido si sabe hacerse don, poniéndose a disposición de la comunidad y al servicio de todos los necesitados.
Precisamente esto es lo que Jesús esperaba de sus apóstoles, como lo subraya el evangelista Juan al narrar el lavatorio de los pies. Es también lo que el Pueblo de Dios espera del sacerdote. Pensándolo bien, la obediencia a la que se ha comprometido el día de la ordenación y la promesa que se le invita a renovar en la Misa crismal, se ilumina por esta relación con la Eucaristía. Al obedecer por amor, renunciando tal vez a un legítimo margen de libertad, cuando se trata de su adhesión a las disposiciones de los Obispos, el sacerdote pone en práctica en su propia carne aquel « tomad y comed », con el que Cristo, en la última Cena, se entregó a sí mismo a la Iglesia.

Una existencia «salvada» para salvar


4. «Hoc est enim corpus meum quod pro vobis tradetur». El cuerpo y la sangre de Cristo se han entregado para la salvación del hombre, de todo el hombre y de todos los hombres. Es una salvación integral y al mismo tiempo universal, porque nadie, a menos que lo rechace libremente, es excluido del poder salvador de la sangre de Cristo: «qui pro vobis et pro multis effundetur». Se trata de un sacrificio ofrecido por «muchos», como dice el texto bíblico (Mc 14, 24; Mt 26, 28; cf. Is 53, 11-12), con una expresión típicamente semítica, que indica la multitud a la que llega la salvación lograda por el único Cristo y, al mismo tiempo, la totalidad de los seres humanos a los que ha sido ofrecida: es sangre «derramada por vosotros y por todos», como explicitan acertadamente algunas traducciones. En efecto, la carne de Cristo se da « para la vida del mundo » (Jn 6, 51; cf. 1 Jn 2, 2).

Cuando repetimos en el recogimiento silencioso de la asamblea litúrgica las palabras venerables de Cristo, nosotros, sacerdotes, nos convertimos en anunciadores privilegiados de este misterio de salvación. Pero ¿cómo serlo eficazmente sin sentirnos salvados nosotros mismos? Somos los primeros a quienes llega en lo más íntimo la gracia que, superando nuestras fragilidades, nos hace clamar «Abba, Padre» con la confianza propia de los hijos (cf. Ga 4, 6; Rm 8, 15). Y esto nos compromete a progresar en el camino de perfección. En efecto, la santidad es la expresión plena de la salvación. Sólo viviendo como salvados podemos ser anunciadores creíbles de la salvación. Por otro lado, tomar conciencia cada vez de la voluntad de Cristo de ofrecer a todos la salvación obliga a reavivar en nuestro ánimo el ardor misionero, estimulando a cada uno de nosotros a hacerse « todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos » (1 Co 9, 22).

Una existencia que «recuerda»


5. «Hoc facite in meam commemorationem». Estas palabras de Jesús nos han llegado, tanto a través de Lucas (22, 19) como de Pablo (1 Co 11, 24). El contexto en el que fueron pronunciadas —hay que tenerlo bien presente— es el de la cena pascual, que para los judíos era un « memorial » (zikkarôn, en hebreo). En dicha ocasión los hebreos revivían ante todo el Éxodo, pero también los demás acontecimientos importantes de su historia: la vocación de Abraham, el sacrificio de Isaac, la alianza del Sinaí y tantas otras intervenciones de Dios en favor de su pueblo. También para los cristianos la Eucaristía es el «memorial», pero lo es de un modo único: no sólo es un recuerdo, sino que actualiza sacramentalmente la muerte y resurrección del Señor.

Quisiera subrayar también que Jesús ha dicho: «Haced esto en memoria mía». La Eucaristía no recuerda un simple hecho; ¡recuerda a Él! Para el sacerdote, repetir cada día, in persona Christi, las palabras del «memorial» es una invitación a desarrollar una «espiritualidad de la memoria». En un tiempo en que los rápidos cambios culturales y sociales oscurecen el sentido de la tradición y exponen, especialmente a las nuevas generaciones, al riesgo de perder la relación con las propias raíces, el sacerdote está llamado a ser, en la comunidad que se le ha confiado, el hombre del recuerdo fiel de Cristo y todo su misterio: su prefiguración en el Antiguo Testamento, su realización en el Nuevo y su progresiva profundización bajo la guía del Espíritu Santo, en virtud de aquella promesa explícita: «Él será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho» (Jn 14, 26).

Una existencia «consagrada»


6. «Mysterium fidei!». Con esta exclamación el sacerdote manifiesta, después de la consagración del pan y el vino, el estupor siempre nuevo por el prodigio extraordinario que ha tenido lugar entre sus manos. Un prodigio que sólo los ojos de la fe pueden percibir. Los elementos naturales no pierden sus características externas, ya que las especies siguen siendo las del pan y del vino; pero su sustancia, por el poder de la palabra de Cristo y la acción del Espíritu Santo, se convierte en la sustancia del cuerpo y la sangre de Cristo. Por eso, sobre el altar está presente «verdadera, real, sustancialmente» Cristo muerto y resucitado en toda su humanidad y divinidad. Así pues, es una realidad eminentemente sagrada. Por este motivo la Iglesia trata este Misterio con suma reverencia, y vigila atentamente para que se observen las normas litúrgicas, establecidas para tutelar la santidad de un Sacramento tan grande.

Nosotros, sacerdotes, somos los celebrantes, pero también los custodios de este sacrosanto Misterio. De nuestra relación con la Eucaristía se desprende también, en su sentido más exigente, la condición «sagrada» de nuestra vida. Una condición que se ha de reflejar en todo nuestro modo de ser, pero ante todo en el modo mismo de celebrar. ¡Acudamos para ello a la escuela de los Santos! El Año de la Eucaristía nos invita a fijarnos en los Santos que con mayor vigor han manifestado la devoción a la Eucaristía (cf. Mane nobiscum Domine, 31). En esto, muchos sacerdotes beatificados y canonizados han dado un testimonio ejemplar, suscitando fervor en los fieles que participaban en sus Misas. Muchos se han distinguido por la prolongada adoración eucarística. Estar ante Jesús Eucaristía, aprovechar, en cierto sentido, nuestras «soledades» para llenarlas de esta Presencia, significa dar a nuestra consagración todo el calor de la intimidad con Cristo, el cual llena de gozo y sentido nuestra vida.

Una existencia orientada a Cristo


7. «Mortem tuam annuntiamus, Domine, et tuam resurrectionem confitemur, donec venias». Cada vez que celebramos la Eucaristía, la memoria de Cristo en su misterio pascual se convierte en deseo del encuentro pleno y definitivo con Él. Nosotros vivimos en espera de su venida. En la espiritualidad sacerdotal, esta tensión se ha de vivir en la forma propia de la caridad pastoral que nos compromete a vivir en medio del Pueblo de Dios para orientar su camino y alimentar su esperanza. Ésta es una tarea que exige del sacerdote una actitud interior similar a la que el apóstol Pablo vivió en sí mismo: «Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta» (Flp 3, 13-14). El sacerdote es alguien que, no obstante el paso de los años, continua irradiando juventud y como «contagiándola» a las personas que encuentra en su camino. Su secreto reside en la « pasión » que tiene por Cristo. Como decía san Pablo: «Para mí la vida es Cristo» (Flp 1, 21).

Sobre todo en el contexto de la nueva evangelización, la gente tiene derecho a dirigirse a los sacerdotes con la esperanza de « ver » en ellos a Cristo (cf. Jn 12, 21). Tienen necesidad de ello particularmente los jóvenes, a los cuales Cristo sigue llamando para que sean sus amigos y para proponer a algunos la entrega total a la causa del Reino. No faltarán ciertamente vocaciones si se eleva el tono de nuestra vida sacerdotal, si fuéramos más santos, más alegres, más apasionados en el ejercicio de nuestro ministerio. Un sacerdote «conquistado» por Cristo (cf. Flp 3, 12) «conquista» más fácilmente a otros para que se decidan a compartir la misma aventura.

Una existencia «eucarística» aprendida de María


8. Como he recordado en la Encíclica Ecclesia de Eucharistia (cf. nn. 53-58), la Santísima Virgen tiene una relación muy estrecha con la Eucaristía. Lo subrayan, aun en la sobriedad del lenguaje litúrgico, todas las Plegarias eucarísticas. Así, en el Canon romano se dice: «Reunidos en comunión con toda la Iglesia, veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor». En las otras Plegarias eucarísticas, la veneración se transforma en imploración, como, por ejemplo, en la Anáfora II: «Con María, la Virgen Madre de Dios [...], merezcamos [...] compartir la vida eterna».

Al insistir en estos años, especialmente en la Novo millennio ineunte (cf. nn. 23 ss.) y en la Rosarium Virginis Mariae (cf. nn. 9 ss.), sobre la contemplación del rostro de Cristo, he indicado a María como la gran maestra. En la encíclica sobre la Eucaristía la he presentado también como «Mujer eucarística» (cf. n. 53). ¿Quién puede hacernos gustar la grandeza del misterio eucarístico mejor que María? Nadie cómo ella puede enseñarnos con qué fervor se han de celebrar los santos Misterios y cómo hemos estar en compañía de su Hijo escondido bajo las especies eucarísticas. Así pues, la imploro por todos vosotros, confiándole especialmente a los más ancianos, a los enfermos y a cuantos se encuentran en dificultad. En esta Pascua del Año de la Eucaristía me complace hacerme eco para todos vosotros de aquellas palabras dulces y confortantes de Jesús: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 27).

Con estos sentimientos, os bendigo a todos de corazón, deseándoos una intensa alegría pascual.

Policlínico Gemelli, Roma, 13 de marzo, V domingo de Cuaresma, de 2005, vigésimo séptimo de Pontificado.

14 de octubre de 2011

Él es un alimento y una bebida absolutamente inagotable

Enseñanzas de los Santos Padres de la Iglesia sobre la Eucaristía





San Columbano
Queridos hermanos, si su alma tiene sed de la fuente divina de que les voy a hablar, aviven esta sed y no la apaguen. Beban pero sin hartarse. Porque la fuente viva nos llama, la fuente de vida nos dice: El que tenga sed que venga a mí y beba. ¿Beber qué? Escúchenlo. El profeta nos lo dice, la misma fuente lo declara: Me han abandonado a mí, que soy la fuente de vida, dice el Señor (Jr 2, 13). El mismo Señor, Jesucristo nuestro Señor, es la fuente de vida, y por eso nos invita para que lo bebamos. Lo bebe el que lo ama; lo bebe el que se sacia con la Palabra de Dios, la ama y la desea; lo bebe el que arde de amor por la sabiduría...

Vean de dónde brota esta fuente: viene del lugar de donde descendió el Pan; porque el Pan y la fuente son uno: el Hijo único, nuestro Dios, Jesucristo el Señor, del que siempre hemos de tener sed. Aunque lo comemos y lo devoramos con nuestro amor, nuestro deseo nos produce todavía más sed de Él. Como el agua de una fuente, bebámoslo sin cesar con un inmenso amor, bebámoslo con toda nuestra avidez, y deleitémonos con su dulzura. Porque el Señor es dulce y es bueno. Que lo comamos o lo bebamos, siempre tendremos hambre y sed de él, porque él es un alimento y una bebida absolutamente Inagotables. Cuando se lo come, no se consume; cuando se lo bebe, no desaparece; porque nuestro Pan es eterno y perpetúa nuestra fuente, nuestra dulce fuente.




De ahí lo que dice el profeta: Los que tienen sed acudan a la fuente (Is 55, 1). En efecto, es la fuente de los sedientos, no la de los satisfechos. A los sedientos, que en otra parte los declara bienaventurados (Mt 5, 6), los invita: los que no tienen bastante para beber, pero que cuanto más beben más sed tienen.

Hermanos, la fuente es la sabiduría, la Palabra de Dios en las alturas (Si 1, 5), deseémosla, busquémosla: en ella están ocultos, como dice el Apóstol, todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2, 3); ella invita a los que tienen sed a que se lleguen a beber. Si tú tienes sed bebe en la fuente de vida; si tienes hambre, come el Pan de vida. Dichosos los que tienen hambre de este Pan y sed de esta fuente. Comen y beben sin cesar y desean seguir bebiendo y comiendo. Qué bueno es poder comer y beber siempre, sin perder la sed ni el apetito, aquello que continuamente se puede gustar sin dejar de desearlo. El rey profeta lo dice: Gusten y vean qué bueno es el Señor (Sal 33, 9)»15.

13 de octubre de 2011

La oración más querida por la Madre de Dios


Octubre: Mes del Rosario

El Papa Benedicto XVI en el rezo del Ángelus dominical se refirió al mes de octubre como el "mes del Rosario", en el que "se trata de una entonación espiritual dada por la memoria litúrgica de Nuestra Señora del Rosario, que se celebra el día 7" y señaló a los presentes la importancia del rezo del Rosario: la oración más querida por la Madre de Dios y que conduce directamente a Cristo.

Así mismo recordó que "estamos invitados a dejarnos guiar por María en esta oración antigua y siempre nueva, muy apreciada por ella porque nos conduce directamente a Jesús, contemplado en sus misterios de salvación: de gozo, de luz, de dolor y gloriosos".

"El Rosario –continuó el Papa recordando al venerable Juan Pablo II– es la oración bíblica, totalmente tejida por la Sagrada Escritura. Es una oración del corazón, en la que la repetición del 'Ave María' orienta el pensamiento y el afecto hacia Cristo. Es la oración que ayuda a meditar la Palabra de Dios bajo el modelo de María que custodiaba en su corazón todo lo que Jesús hacía y decía, y su misma presencia".

www.aica.org.ar

12 de octubre de 2011

Santuario eucarístico bajo la advocación de Nuestra Señora del Pilar

El Santuario Eucarístico, en donde se dinamiza la Espiritualidad Eucarística, con actitudes de REPARACION - AMOR – CONFIANZA según lo expresó la Beata Madre Caridad, integrando la religiosidad popular, como iglesia universal para realizar una pastoral profética, misericordiosa, solidaria y de oración Eucarística, a semejanza de María quien nos invita a escuchar y hacer lo que Jesús nos diga. Jn. 2,5
El Santuario está ubicado en la ciudad de Pasto, Parroquia San Andrés. Calle 18 Nº 32A-01 Barrio Maridíaz. Para las Hermanas Franciscanas de María Inmaculada, Maridíaz es la Casa Madre de la Congregación. Está bajo la advocación de Nuestra Señora del Pilar.
Para la Madre Caridad, el SANTISIMO fue el centro de su vida, era asidua en la Adoración a Jesús Sacramentado.
Cuando en el Instituto se introdujo la Adoración Perpetua, dijo la Madre Caridad, que el fin principal de la Adoración era orar por los Sacerdotes" (V.VII)
La Madre Fundadora en su carta de agradecimiento al Santo Padre por la Adoración Perpetua, expresó: "Las intenciones de vuestra Santidad y el triunfo de la Santa Madre Iglesia son nuestras intenciones que incesantemente ponemos al pie de su Divina Majestad".
Todo bautizado necesita cultivar y alimentar su fe por medio de la Palabra de Dios y de los Sacramentos; las personas que diariamente visitan el Santuario, encuentran un espacio privilegiado para orar, alabar y dar gracias individualmente o en comunidad, realizan este encuentro con Jesucristo vivo, para madurar su fe.
Particularmente la sociedad de Pasto, Nariño y Colombia valoran la gracia de tener este Santuario Eucarístico. Lo justifican con su presencia, colaboración y amor a Jesús Sacramentado.
Merece la atención en la Provincia y aún en la CongregEación, la participación de los seglares en la Adoración diurna y nocturna. La nocturna debido a la iniciativa y entusiasmo de la Hermana Deifilia Insuasty Muñoz, apostolado que se inaguró el 1° de febrero de 1977 con la aprobación del Gobierno Provincial, el que se ha mantenido hasta el día hoy. Monseñor Arturo Salazar Mejía, condecoró a la Hermana Deifilia Insuasty Muñoz, por la organización de este apostolado el 16 de octubre de 1977.


MISION
El Santuario Eucarístico es el lugar que permite el encuentro del hombre con Dios, mediante la experiencia vivificante del misterio proclamado y celebrado, la profundización de su Palabra y el fomento de la vida litúrgica, para dinamizar la espiritualidad eucarística integrando la religiosidad popular con una pastoral profética, misericordiosa y solidaria.
VISION
El Santuario Eucarístico es el lugar de la alianza, donde se expresa y se regenera siempre de forma nueva la comunidad del pacto. Donde el creyente orienta y expresa su fe desarrollando su compromiso pastoral, y traduce en su vida personal y eclesial, la experiencia del encuentro con Dios, siendo testigo de la múltiple riqueza de su acción salvífica.
OBJETIVO
Revitalizar la fuerza evangelizadora con audacia, ardor apostólico y espíritu misionero en la pastoral del Santuario donde se adora perpetuamente a JESÚS EUCARISTÍA mediante el compromiso de sacerdotes, Hermanas y laicos, como discípulos(as) misioneros(as) de Jesucristo, en comunión y participación eclesial para ser testigos de la esperanza y el amor misericordioso de Dios con los pobres y necesitados de hoy.
OBJETIVOS ESPECIFICOS
1- Orar por la Iglesia y la santificación de los sacerdotes.
2- Preparar agentes de pastoral para los diferentes servicios: lectores, acólitos, ministros de la eucaristía, canto y música.
3- Realizar celebraciones apropiadas para niños, jóvenes, ancianos, enfermos, parejas y familias.
4- Trabajar la pastoral del Santuario Eucarístico en comunión y participación con la Iglesia Particular y Local.
5- Revitalizar la fe de nuestro pueblo, promoviendo una mayor organización y participación de los laicos en el movimiento MIFRAMI, en la animación de la liturgia, en la adoración del Santísimo, en la práctica de: la solidaridad y la justicia manifestadas en acciones concretas a favor de los más necesitados.
6- Proyectar la vivencia Eucarística, por medio de la Palabra de Dios, celebración de los sacramentos de Reconciliación y la Eucaristía, a través de nuestra vida comunitaria, familiar, y social, llevando la Buena Noticia del Reino de manera que transforme la realidad.


11 de octubre de 2011

Encuentro del Papa con las Familias y con los Sacerdotes

Queridos sacerdotes y queridos esposos:
El monte sobre el que está construida esta catedral nos ha permitido una bellísima vista sobre la ciudad y sobre el mar; pero al cruzar el majestuoso portal, el ánimo queda fascinado por la armonía del estilo románico, enriquecido por una trama de influencias bizantinas y elementos góticos. También en vuestra presencia —sacerdotes y esposos procedentes de las diversas diócesis italianas— se percibe la belleza de la armonía y de la complementariedad de vuestras diferentes vocaciones. El conocimiento mutuo y la estima recíproca, al compartir la misma fe, llevan a apreciar el carisma del otro y a reconocerse dentro del único «edificio espiritual» (1 P 2, 5) que, teniendo como piedra angular al propio Jesucristo, crece bien ordenado para ser templo santo en el Señor (cf. Ef 2, 20-21). Gracias, pues, por este encuentro: al querido arzobispo, monseñor Edoardo Menichelli —también por las expresiones con las que lo ha introducido—, y a cada uno de vosotros.
Deseo detenerme brevemente en la necesidad de reconducir orden sagrado y matrimonio hacia la única fuente eucarística. Los dos estados de vida tienen, en efecto, en el amor de Cristo —que se da a sí mismo para la salvación de la humanidad—, la misma raíz; están llamados a una misión común: la de testimoniar y hacer presente este amor al servicio de la comunidad, para la edificación del Pueblo de Dios (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1534). Esta perspectiva permite ante todo superar una visión reductiva de la familia, que la considera como mera destinataria de la acción pastoral. Es cierto que, en esta época difícil, la familia necesita particulares atenciones. Pero no por ello hay que disminuir su identidad ni mortificar su responsabilidad específica. La familia es riqueza para los esposos, bien insustituible para los hijos, fundamento indispensable de la sociedad, comunidad vital para el camino de la Iglesia.
En el plano eclesial, valorar a la familia significa reconocer su relevancia en la acción pastoral. El ministerio que nace del sacramento del matrimonio es importante para la vida de la Iglesia: la familia es lugar privilegiado de educación humana y cristiana, y permanece, por esta finalidad, como la mejor aliada del ministerio sacerdotal; ella es un don valioso para la edificación de la comunidad. La cercanía del sacerdote a la familia, a su vez, la ayuda a tomar conciencia de la propia realidad profunda y de la propia misión, favoreciendo el desarrollo de una fuerte sensibilidad eclesial. Ninguna vocación es una cuestión privada; tampoco aquella al matrimonio, porque su horizonte es la Iglesia entera. Se trata, por lo tanto, de saber integrar y armonizar, en la acción pastoral, el ministerio sacerdotal con «el auténtico Evangelio del matrimonio y de la familia» (Directorio de pastoral familiar, Conferencia episcopal italiana, 25 de julio de 1993, n. 8) para una comunión eficaz y fraterna. Y la Eucaristía es el centro y la fuente de esta unidad que anima toda la acción de la Iglesia.

Queridos sacerdotes, por el don que habéis recibido en la ordenación, estáis llamados a servir como pastores a la comunidad eclesial, que es «familia de familias», y, por lo tanto, a amar a cada uno con corazón paterno, con auténtico desprendimiento de vosotros mismos, con entrega plena, continua y fiel: vosotros sois signo vivo que remite a Jesucristo, el único Buen Pastor. Conformaos a él, a su estilo de vida, con ese servicio total y exclusivo del que el celibato es expresión. También el sacerdote tiene una dimensión esponsal; es identificarse con el corazón de Cristo Esposo que da la vida por la Iglesia, su esposa (cf. Exhort. ap. postsin. Sacramentum caritatis, 24). Cultivad una profunda familiaridad con la Palabra de Dios, luz en vuestro camino. Que la celebración cotidiana y fiel de la Eucaristía sea el lugar donde se obtenga la fuerza para donaros vosotros mismos cada día en el ministerio y vivir constantemente en la presencia de Dios: es él vuestra morada y vuestra herencia. De esto debéis ser testigos para la familia y para cada persona que el Señor pone en vuestro camino, también en las circunstancias más difíciles (cf. ib., 80). Alentad a los cónyuges, compartid sus responsabilidades educativas, ayudadles a renovar continuamente la gracia de su matrimonio. Haced a la familia protagonista en la acción pastoral. Sed acogedores y misericordiosos, también con quienes les cuesta más cumplir con los compromisos asumidos con el vínculo matrimonial y con cuantos, lamentablemente, han faltado a ellos.
Queridos esposos, vuestro matrimonio se arraiga en la fe de que «Dios es amor» (1 Jn 4, 8) y que seguir a Cristo significa «permanecer en el amor» (cf. Jn 15, 9-10). Vuestra unión —como enseña el apóstol san Pablo— es signo sacramental del amor de Cristo por la Iglesia (cf. Ef 5, 32), amor que culmina en la Cruz y que «se significa y se actualiza en la Eucaristía» (Exhort. ap. postsin.Sacramentum caritatis, 29). Que el misterio eucarístico incida cada vez con mayor profundidad en vuestra vida diaria: sacad inspiración y fuerza de este sacramento para vuestra relación conyugal y para la misión educativa a la que estáis llamados; construid vuestras familias en la unidad, don que viene de lo alto y que alimenta vuestro compromiso en la Iglesia y en la promoción de un mundo justo y fraterno. Amad a vuestros sacerdotes, expresadles aprecio por el generoso servicio que realizan. Sabed soportar también sus limitaciones, sin renuncia jamás a pedirles que sean entre vosotros ministros ejemplares que os hablan de Dios y que os conducen a Dios. Vuestra fraternidad es para ellos una ayuda espiritual valiosa y un apoyo en las pruebas de la vida.
Queridos sacerdotes y queridos esposos, que sepáis encontrar siempre en la santa misa la fuerza para vivir la pertenencia a Cristo y a su Iglesia, en el perdón, en el don de uno mismo y en la gratitud. Que vuestro hacer cotidiano tenga en la comunión sacramental su origen y su centro, a fin de que todo se realice para la gloria de Dios. De este modo, el sacrificio de amor de Cristo os transformará, hasta haceros en él «un solo cuerpo y un solo espíritu» (cf. Ef 4, 4-6). La educación de las nuevas generaciones en la fe pasa también a través de vuestra coherencia. Dadles testimonio de la belleza exigente de la vida cristiana, con la confianza y la paciencia de quien conoce el poder de la semilla sembrada en la tierra. Como en el episodio evangélico que hemos escuchado (Mc 5, 21-24.35-43), sed, para cuantos están encomendados a vuestra responsabilidad, signo de la benevolencia y de la ternura de Jesús: en él se hace visible cómo el Dios que ama la vida no es ajeno o distante de las vicisitudes humanas, sino que es el Amigo que nunca abandona. Y en los momentos en que se insinúe la tentación de que todo esfuerzo educativo es vano, sacad de la Eucaristía la luz para reforzar la fe, seguros de que la gracia y el poder de Jesucristo pueden alcanzar al hombre en cualquier situación, incluso la más difícil.
Queridos amigos, os encomiendo a todos a la protección de María, venerada en esta catedral con el título de «Reina de todos los santos». La tradición vincula su imagen al exvoto de un marinero, en agradecimiento por la salvación del hijo, sano y salvo de una tempestad marina. Que la mirada materna de la Madre acompañe también vuestros pasos en la santidad hacia un arribo de paz. Gracias.


10 de octubre de 2011

Del Cardenal Piacenza a los seminaristas

El futuro de la Iglesia, que es cierto, porque está en las manos de su Cabeza y Señor, que es Cristo, pulsa en vuestras existencias. Los seminaristas de hoy, Sacerdotes de mañana, son la esperanza viva del camino que la Iglesia siempre realiza en el mundo. Gracias de corazón, en nombre de la Iglesia, por el vuestro sí ¡tan generoso! Sabed desde ahora, que el Prefecto de la Congregación para el Clero reza por vosotros, para que el vuestro sí al Señor sea total e incondicionado.

Esto es el secreto de la felicidad, el secreto de la plena realización de la vida Sacerdotal: donar todo, sin conservar nada para uno mismo, ¡siguiendo el ejemplo de Jesús!

No pretendo en este encuentro proponeros una conferencia, sino, sencillamente, un coloquio informal, concediendo espacio a vuestras eventuales preguntas espontáneas. A vuestras preguntas antepongo algunas breves reflexiones sobre lo que juzgo fundamental hoy, y siempre, en la formación sacerdotal.

1. El primado de Dios

Es algo adquirido por la experiencia eclesial, que las vocaciones nacen, florecen, se desarrollan y llegan a madurez sólo donde se reconoce claramente el primado de Dios. Cualquier otra motivación, que también puede acompañar el inicio de la percepción de una llamada al sacerdocio, confluye en el movimiento de total donación al Señor y en el reconocimiento de su primado en nuestra vida, en la vida de la Iglesia y en la del mundo.

Primado de Dios significa primado de la oración, de la intimidad divina; primado de la vida espiritual y sacramental. La Iglesia no tiene necesidad de gestores, ¡sino de hombres de Dios! No tiene necesidad de sociólogos, psicólogos, antropólogos, politólogos - y todas las demás actuaciones que conocemos y podemos imaginar.

La Iglesia tiene necesidad de hombres creyentes y , por tanto, creíbles, de hombres que, acogida la llamada del Señor, ¡sean sus motivados testigos en el mundo!

Primado de Dios significa primado de la vida sacramental, vivida hoy y ofrecida, a su tiempo, ¡a todos nuestros hermanos! Muchas cosas pueden encontrar los hombres en los otros; en el Sacerdote, sin embargo, buscan lo que sólo él puede dar: la divina Misericordia, el Pan de vida eterna, un nuevo horizonte de significado ¡que haga más humana la vida presente y posible la eterna!


Vivid, queridísimos Seminaristas, este tiempo del seminario – que es transeúnte – como la gran ocasión que se os da para realizar una extraordinaria experiencia de intimidad con Dios.

La relación que habréis tejido con Él en estos años, ciertamente se profundizará y cambiará durante la vida, pero los fundamentos, el meollo de aquella relación, ¡se constituyen ahora! El tiempo del Seminario es, en dicho sentido, ¡irrepetible! No obstante cualquier buena experiencia que pueda acaecer en nuestra vida, antes y después de este tiempo, la sabiduría de la Iglesia indica el momento formativo comunitario como necesario para la formación de sus Sacerdotes.

¡La Iglesia tiene necesidad de hombres fuertes! De hombres firmes en la fe, capaces de conducir a los hermanos a una auténtica experiencia de Dios.

La Iglesia tiene necesidad de sacerdotes que, en las tempestades de la cultura dominante, cuando “la barca de no pocos hermanos es combatida por las olas del relativismo” (cfr. J. Ratzinger, Homilía en la Santa Misa Eligendo Romano Pontifice), sepan, en efectiva comunión con Pedro, tener firme el timón de la propia existencia, de las comunidades que les han sido confiadas y de los hermanos que piden luz y ayuda para su camino de fe.

2. Las prioridades de la formación

Además del primado indiscutido de Dios, es necesario que la formación humana ocupe el puesto fundamental que le corresponde. Nadie puede esperar una humanidad perfecta para acceder a las órdenes sagradas, pero es indispensable, con toda honestidad, ponerse en juego, confiando a Dios, a través del Director espiritual, todo sobre uno mismo. No cedáis a la ilusión por la que las cuestiones no resueltas (o no debidamente afrontadas) se podrán improvisamente resolver después de la ordenación. ¡No es así! ¡Y la experiencia lo demuestra!

La formación humana tiene ciertamente necesidad de un justo grado de auto-conocimiento, y en este sentido las llamadas ciencias humanas pueden ofrecer una válida ayuda, ¡pero sobre todo tiene necesidad de “estar en contacto” con la Santa Humanidad de Cristo!

¡Estando con Él nosotros somos plasmados progresivamente! ¡Es Él, de verdad, formador! En este sentido, ¡la adoración eucarística prolongada desempeña también un papel fundamental y sobre todo en la formación humana! Dejarse “broncear” por el Sol eucarístico, significa, en el tiempo, limar las propias aristas, aprender del humilde por excelencia, estar en la escuela de la Caridad hecha carne.

Juntamente con la formación humana, es central la intelectual. No cabe duda de que ésta ha ocupado, en los últimos decenios, una importante parte de toda formación seminarista. Ahora, muy probablemente, en este ámbito es necesario valorar atentamente las proporciones y los equilibrios. Aunque se desea para todos una buena formación, no todos los Sacerdotes deberán ser teólogos.

La formación intelectual debe tender a transmitir los contenidos ciertos de la fe, argumentado razonablemente sus fundamentos escriturísticos, los de la gran Tradición eclesial y del Magisterio y hacerse acompañar por los ejemplos de vida de Sacerdotes santos. No debéis desorientaros en los meandros de las diversas opiniones teológicas que no dan certeza y ponen la Verdad revelada a la par de cualquier otro “pensamiento humano”. Uno se forma en las certezas y tratando de tener en el propio equipaje una visión de síntesis con el entusiasmo de la misión.

Estoy personalmente convencido de que una buena y sólida formación teológica, que descubra también el fundamento filosófico de la metafísica y no tema acoger toda la Verdad completa, es el mejor antídoto a las tantas “crisis de identidad” que algunos viven, por desgracia. En este sentido, el Santo Padre Benedicto XVI ha recordado varias veces la imprescindible utilización del Catecismo de la Iglesia Católica como horizonte al que mirar y como referencia cierta de nuestro actual pensamiento teológico.

El Catecismo es también el gran instrumento que el Beato Juan Pablo II donó a toda la Iglesia, para la correcta hermenéutica del Concilio Vaticano II. También bajo este aspecto es necesario que la formación intelectual no viva equívocos de ningún género.

Vosotros habéis nacido en el Postconcilio (creo casi todos) y quizás, por eso sois hijos del Concilio, en cuanto más inmunes a las polarizaciones, a veces ideológicas, que la interpretación de aquel Acontecimiento providencial ha suscitado.

Seréis vosotros, probablemente, la primera generación que interpretará correctamente el Concilio Vaticano II, no según el “espíritu” del Concilio, que tanta desorientación ha traído a la Iglesia, sino según cuanto realmente el Acontecimiento Conciliar ha dicho, en sus textos, a la Iglesia y al mundo.

¡No existe un Concilio Vaticano II diverso del que ha producido los textos hoy en nuestra posesión! Y en estos textos nosotros encontramos la voluntad de Dios para su Iglesia y con ellos es necesario confrontarse, acompañados por dos mil años de Tradición y de vida cristiana.
La renovación es siempre necesaria a la Iglesia, porque siempre necesaria es la conversión de sus miembros, ¡pobres pecadores! ¡Pero no existe, ni podría existir una Iglesia pre-Conciliar y una post-Conciliar! Si fuera así, la segunda – la nuestra – ¡sería histórica y teológicamente ilegítima!

Existe una única Iglesia de Cristo, de la que vosotros formáis parte, que va desde Nuestro Señor hasta los Apóstoles, desde la Bienaventurada Virgen María hasta los Padres y Doctores de la Iglesia, desde el Medioevo hasta el Renacimiento, desde el Románico hasta el Gótico, el Barroco, y así sucesivamente hasta nuestros días, ininterrumpidamente, sin alguna solución de continuidad, ¡nunca!

¡Y todo porque la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, es la unidad de su Persona que se nos dona a nosotros, sus miembros!

Vosotros, queridísimos Seminaristas, seréis sacerdotes de la Iglesia de San Agustín, de San Ambrosio, de Santo Tomás de Aquino, de San Carlos Borromeo, de San Juan Maria Vianney, de San Juan Bosco, de San Pío X, hasta el santo Padre Pío, a San José María Escrivá y el Beato Juan Pablo II. Seréis sacerdotes de la Iglesia que está formada por tantísimos santos Sacerdotes que durante los siglos han hecho luminoso, bello, irradiante y por tanto fácilmente reconocible, el rostro de Cristo, Señor, en el mundo.

La verdadera prioridad y la verdadera modernidad, pues, queridos míos, ¡es la santidad! El único posible recurso para una auténtica y profunda reforma es la santidad y ¡nosotros tenemos necesidad de reforma! ¡Para la Santidad no existe un seminario, a no ser el de la Gracia de Nuestro Señor y de la libertad que se abre humildemente a su acción plasmadora y renovadora!

El Seminario de la Santidad, tiene, pues, un Rector verdaderamente magnífico y es una mujer: la Bienaventurada Virgen María. ¡Que Ella, que durante toda la vida nos repetirá: “Haced lo que Él os diga”, pueda acompañarnos en este arduo pero fascinador camino!

He aquí, pues, que os he dicho parte de cuanto deseaba deciros; lo demás os lo diré en la oración de cada día porque desde ahora en adelante os llevaré conmigo todos los días al altar, y recordaros que ser sacerdote en estos tiempos difíciles es bello, pero sacerdotes de verdad. Se es feliz si no se está a medias tintas: ¡o todo o nada!


7 de octubre de 2011

San Francisco de Asís y su devoción eucarística

De Tomás de Celano, fraile italiano franciscano 1200-1267, hagiógrafo de San Francisco:

“Ardía en fervor -que le penetraba hasta la médula- para con el sacramento del Cuerpo del Señor. Juzgaba notable desprecio no oír cada día, a lo menos, una misa, pudiendo oírla.

Comulgaba con frecuencia y con devoción tal, como para infundirla también en los demás.

Como tenía en gran reverencia lo que es digno de toda reverencia, ofrecía el sacrificio de todos los hermanos, y al recibir al Cordero inmolado inmolaba también el alma en el fuego que le ardía de continuo en el altar del corazón.

Quiso enviar por el mundo hermanos que llevasen copones preciosos, con el fin de que allí donde vieran que estaba colocado con indecencia lo que es el precio de la redención, lo reservaran en el lugar más escogido.

Quería que se tuvieran en mucha veneración las manos del sacerdote, a las cuales se ha concedido el poder tan divino de realizarlo.
Decía con frecuencia: «Si me sucediere encontrarme al mismo tiempo con algún santo que viene del cielo y con un sacerdote pobrecillo, me adelantaría a presentar mis respetos al presbítero y correría a besarle las manos, y diría: "¡Oye, San Lorenzo, espera!, porque las manos de éste tocan al Verbo de vida y poseen algo que está por encima de lo humano" (2Cel 201)

5 de octubre de 2011

La Eucaristía y santa Faustina




Santa María Faustina, apóstol de la Divina Misericordia, forma parte del círculo de santos de la Iglesia más conocidos. A través de ella el Señor Jesús transmite al mundo el gran mensaje de la Divina Misericordia y presenta el modelo de la perfección cristiana basada sobre la confianza en Dios y la actitud de caridad hacia el prójimo.
Su espiritualidad se basa en el misterio de la Divina Misericordia, que ella meditaba en la Palabra de Dios y contemplaba en lo cotidiano de su vida. El conocimiento y la contemplación del misterio de la Divina Misericordia desarrollaban en ella una actitud de confianza de niño hacia Dios y la caridad hacia el prójimo. Oh Jesús mío —escribió— cada uno de tus santos refleja en sí una de tus virtudes, yo deseo reflejar tu Corazón compasivo y lleno de misericordia, deseo glorificarlo. Que tu misericordia, oh Jesús, quede impresa sobre mi corazón y mi alma como un sello y éste será mi signo distintivo en esta vida y en la otra. (Diario 1242). Sor Faustina era una fiel hija de la Iglesia a la que amaba como a Madre y como el Cuerpo Místico de Jesucristo. Consciente de su papel en la Iglesia, colaboró con la Divina Misericordia en la obra de salvar a las almas perdidas. Con este propósito se ofreció como víctima cumpliendo el deseo del Señor Jesús y siguiendo su ejemplo. Su vida espiritual se caracterizó por el amor a la Eucaristía y por una profunda devoción a la Madre de la Divina Misericordia.

“Oh Hostia Viva, mi única Fortaleza, Fuente de Amor y de Misericordia, abrazo al mundo entero, fortifica a las almas débiles. Oh, bendito sea el instante y el momento en que Jesús [nos] dejó su misericordiosisimo Corazón.” (Diario Sor Faustina, 223).

“Vivo este tiempo con la Santísima Virgen y me preparo a este solemne momento de la venida de Jesús. La Santísima Virgen me enseña sobre la vida interior del alma con Jesús, especialmente en la Santa Comunión. Solamente en la eternidad conoceremos qué gran misterio realiza en nosotros la Santa Comunión. ¡Oh los momentos más preciosos de mi vida!.” (Diario Sor Faustina, 840).

4 de octubre de 2011

La Eucaristía y san Francisco de Asís



Dice San Buenaventura (Leyenda Mayor (LM 9,2)):
"Su amor al sacramento del cuerpo del Señor era un fuego que abrasaba todo su ser, sumergiéndose en sumo estupor al contemplar tal condescendencia amorosa y un amor tan condescendiente. Comulgaba frecuentemente y con tal devoción, que contagiaba su fervor a los demás, y al degustar la suavidad del Cordero inmaculado, era muchas veces, como ebrio de espíritu, arrebatado en éxtasis."

Palabras de san Francisco de Asís:
"Así, pues: Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo seréis de pesado corazón? (Sal 4,3).¿Por qué no reconocéis la verdad y creéis en el Hijo de Dios? (cf. Jn 9,35). Ved que diariamente se humilla (cf. Fil 2,8), como cuando desde el trono real (Sab 18,15) vino al útero de la Virgen; diariamente viene a nosotros él mismo apareciendo humilde; diariamente desciende del seno del Padre (cf. Jn 1,18) sobre el altar en las manos del sacerdote. Y como se mostró a los santos apóstoles en carne verdadera, así también ahora se nos muestra a nosotros en el pan sagrado. Y como ellos, con la mirada de su carne, sólo veían la carne de él, pero, contemplándolo con ojos espirituales, creían que él era Dios, así también nosotros, viendo el pan y el vino con los ojos corporales, veamos y creamos firmemente que es su santísimo cuerpo y sangre vivo y verdadero.
Y de este modo siempre está el Señor con sus fieles, como él mismo dice: Ved que yo estoy con vosotros hasta la consumación del siglo (cf. Mt 28,20)."
Les escribe a los sacerdotes:
"Ved vuestra dignidad, hermanos sacerdotes (cf. 1 Cor 1,26), y sed santos, porque él es santo (cf. Lev 19,2). Y así como el Señor Dios os ha honrado a vosotros sobre todos por causa de este ministerio, así también vosotros, sobre todos, amadlo, reverenciadlo y honradlo. Gran miseria y miserable debilidad, que cuando lo tenéis tan presente a él en persona, vosotros os preocupéis de cualquier otra cosa en todo el mundo. ¡Tiemble el hombre entero, que se estremezca el mundo entero, y que el cielo exulte, cuando sobre el altar, en las manos del sacerdote, está Cristo, el Hijo del Dios vivo (Jn 11,27)! ¡Oh admirable celsitud y asombrosa condescendencia! ¡Oh humildad sublime! ¡Oh sublimidad humilde, pues el Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, de tal manera se humilla, que por nuestra salvación se esconde bajo una pequeña forma de pan! Ved, hermanos, la humildad de Dios y derramad ante él vuestros corazones (Sal 61,9); humillaos también vosotros para que seáis ensalzados por él (cf. 1 Pe 5,6; Sant 4,10). Por consiguiente, nada de vosotros retengáis para vosotros, a fin de que os reciba todo enteros el que se os ofrece todo entero."

3 de octubre de 2011

El Papa y el encuentro con novios



DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Plaza del Plebiscito, Ancona
Domingo 11 de septiembre de 2011

Queridos novios:
Me alegra concluir esta intensa jornada, culmen del Congreso eucarístico nacional, encontrándoos a vosotros, casi para querer confiar la herencia de este acontecimiento de gracia a vuestras jóvenes vidas. Además, la Eucaristía, don de Cristo para la salvación del mundo, indica y contiene el horizonte más verdadero de la experiencia que estáis viviendo: el amor de Cristo como plenitud del amor humano.
Doy las gracias al arzobispo de Ancona-Ósimo, monseñor Edoardo Menichelli, por su cordial y profundo saludo, y a todos vosotros por esta vivaz participación; gracias también por las preguntas que me habéis dirigido y que acojo confiando en la presencia, en medio de nosotros, del Señor Jesús: ¡sólo él tiene palabras de vida eterna, palabras de vida para vosotros y vuestro futuro!

Lo que planteáis son interrogantes que, en el actual contexto social, asumen un peso aún mayor. Deseo ofreceros sólo alguna orientación por respuesta. En ciertos aspectos nuestro tiempo no es fácil, sobre todo para vosotros, los jóvenes. La mesa está surtida de muchas cosas deliciosas, pero, como en el episodio evangélico de las bodas de Caná, parece que falta el vino de la fiesta. Sobre todo la dificultad de encontrar un trabajo estable extiende un velo de incertidumbre sobre el futuro. Esta condición contribuye a posponer la toma de decisiones definitivas, e incide de modo negativo en el crecimiento de la sociedad, que no consigue valorar plenamente la riqueza de energías, de competencias y de creatividad de vuestra generación.
Falta el vino de la fiesta también a una cultura que tiende a prescindir de criterios morales claros: en la desorientación, cada uno se ve impulsado a moverse de manera individual y autónoma, frecuentemente en el único perímetro del presente. La fragmentación del tejido comunitario se refleja en un relativismo que mella los valores esenciales; la consonancia de sensaciones, de estados de ánimo y de emociones parece más importante que compartir un proyecto de vida. También las elecciones de fondo se vuelven entonces frágiles, expuestas a una perenne revocabilidad, que a menudo se considera como expresión de libertad, mientras que más bien señala su carencia. Asimismo, pertenece a una cultura carente del vino de la fiesta la aparente exaltación del cuerpo, que en realidad banaliza la sexualidad y tiende a que se viva fuera de un contexto de comunión de vida y de amor.
Queridos jóvenes, ¡no tengáis miedo de afrontar estos desafíos! No perdáis nunca la esperanza. Tened valor, también en las dificultades, permaneciendo firmes en la fe. Estad seguros de que, en toda circunstancia, sois amados y estáis custodiados por el amor de Dios, que es nuestra fuerza. Dios es bueno. Por esto es importante que el encuentro con Dios, sobre todo en la oración personal y comunitaria, sea constante, fiel, precisamente como es el camino de vuestro amor: amar a Dios y sentir que él me ama. ¡Nada nos puede separar del amor de Dios! Estad seguros, además, de que también la Iglesia está cerca de vosotros, os sostiene, no cesa de miraros con gran confianza. Ella sabe que tenéis sed de valores, los valores verdaderos, sobre lo que vale la pena construir vuestra casa. El valor de la fe, de la persona, de la familia, de las relaciones humanas, de la justicia. No os desaniméis ante las carencias que parecen apagar la alegría en la mesa de la vida. En las bodas de Caná, cuando falta el vino, María invitó a los sirvientes a dirigirse a Jesús y les dio una indicación precisa: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5). Atesorad estas palabras, las últimas de María citadas en los Evangelios, casi su testamento espiritual, y tendréis siempre la alegría de la fiesta: ¡Jesús es el vino de la fiesta!
Como novios estáis viviendo una época única que abre a la maravilla del encuentro y permite descubrir la belleza de existir y de ser valiosos para alguien, de poderos decir recíprocamente: tú eres importante para mí. Vivid con intensidad, gradualidad y verdad este camino. No renunciéis a perseguir un ideal alto de amor, reflejo y testimonio del amor de Dios. ¿Pero cómo vivir esta etapa de vuestra vida, testimoniar el amor en la comunidad? Deseo deciros ante todo que evitéis cerraros en relaciones intimistas, falsamente tranquilizadoras; haced más bien que vuestra relación se convierta en levadura de una presencia activa y responsable en la comunidad. No olvidéis, además, que, para ser auténtico, también el amor requiere un camino de maduración: a partir de la atracción inicial y de «sentirse bien» con el otro, educaos a «querer bien» al otro, a «querer el bien» del otro. El amor vive de gratuidad, de sacrificio de uno mismo, de perdón y de respeto del otro.
Queridos amigos, todo amor humano es signo del Amor eterno que nos ha creado y cuya gracia santifica la elección de un hombre y de una mujer de entregarse recíprocamente la vida en el matrimonio. Vivid este tiempo del noviazgo en la espera confiada de tal don, que hay que acoger recorriendo un camino de conocimiento, de respeto, de atenciones que jamás debéis perder: sólo con esta condición el lenguaje del amor seguirá siendo significativo también con el paso de los años. Educaos, también, desde ahora en la libertad de la fidelidad, que lleva a custodiarse recíprocamente, hasta vivir el uno para el otro. Preparaos a elegir con convicción el «para siempre» que connota el amor: la indisolubilidad, antes que una condición, es un don que hay que desear, pedir y vivir, más allá de cualquier situación humana mutable. Y no penséis, según una mentalidad extendida, que la convivencia sea garantía para el futuro. Quemar etapas acaba por «quemar» el amor, que en cambio necesita respetar los tiempos y la gradualidad en las expresiones; necesita dar espacio a Cristo, que es capaz de hacer un amor humano fiel, feliz e indisoluble. La fidelidad y la continuidad de que os queráis bien os harán capaces también de estar abiertos a la vida, de ser padres: la estabilidad de vuestra unión en el sacramento del matrimonio permitirá a los hijos que Dios quiera daros crecer con confianza en la bondad de la vida. Fidelidad, indisolubilidad y transmisión de la vida son los pilares de toda familia, verdadero bien común, valioso patrimonio para toda la sociedad. Desde ahora, fundad en ellos vuestro camino hacia el matrimonio y testimoniadlo también a vuestros coetáneos: ¡es un valioso servicio! Sed agradecidos con cuantos, con empeño, competencia y disponibilidad os acompañan en la formación: son signo de la atención y de la solicitud que la comunidad cristiana os reserva. No estáis solos: sed los primeros en buscar y acoger la compañía de la Iglesia.
Deseo volver de nuevo sobre un punto esencial: la experiencia del amor tiene en su interior la tensión hacia Dios. El verdadero amor promete el infinito. Haced, por lo tanto, de este tiempo vuestro de preparación al matrimonio un itinerario de fe: redescubrid para vuestra vida de pareja la centralidad de Jesucristo y de caminar en la Iglesia. María nos enseña que el bien de cada uno depende de la escucha dócil de la palabra del Hijo. En quien se fía de él, el agua de la vida cotidiana se transforma en el vino de un amor que hace buena, bella y fecunda la vida. Caná, de hecho, es anuncio y anticipación del don del vino nuevo de la Eucaristía, sacrificio y banquete en el cual el Señor nos alcanza, nos renueva y transforma. Y no perdáis la importancia vital de este encuentro: que la asamblea litúrgica dominical os encuentre plenamente partícipes: de la Eucaristía brota el sentido cristiano de la existencia y un nuevo modo de vivir (cf. Exhort. ap. postsin.Sacramentum caritatis, 72-73). No tendréis, entonces, miedo al asumir la esforzada responsabilidad de la opción conyugal; no temeréis entrar en este «gran misterio» en el que dos personas llegan a ser una sola carne (cf. Ef 5, 31-32).
Queridísimos jóvenes, os encomiendo a la protección de san José y de María santísima; siguiendo la invitación de la Virgen Madre —«Haced lo que él os diga»— no os faltará el sabor de la verdadera fiesta y sabréis llevar el «vino» mejor, el que Cristo dona para la Iglesia y para el mundo. Deseo deciros que también yo estoy cerca de vosotros y de cuantos, como vosotros, viven este maravilloso camino de amor. ¡Os bendigo con todo el corazón!