29 de mayo de 2010

La gracia de la Eucaristía: "Dios con nosotros" - Charles de Foucauld

Textos tomados del libro "Legado Espiritual", de Charles de Foucauld, editorial Bonum, 2005.

En la Santa Comunión, Dios nos habita físicamente. Como lo hicieron María, José, Magdalena, tocamos con nuestros labios el cuerpo de Nuestro Señor...

La Eucaristía no es solamente el "beso" de Jesús, la consumación de nuestro "matrimonio" con él. La Eucaristía nos hace sagrarios vivos, portadores de Dios. Jesús está en la mesa de nuestros altares "todos los días hasta la consumación de los siglos" como un "Dios con nosotros" que se ofrece en todo momento en todos los lugares de la Tierra. Él se hace pan eucarístico para nuestra mirada, nuestra adoración y nuestro amor. Su permanente presencia ilumina con dulzura la noche de nuestra vida...

Dios con nosotros. Dios en nosotros. Eso es la Eucaristía. Dios que se da en todo momento para que lo amemos, lo adoremos, lo abracemos y lo poseamos. ¡A Él sea la gloria, la alabanza y el honor por los siglos de los siglos!

Nos dice Jesús: "Hijo mío, permanece a los pies de la hostia, allí donde la encuentres. Donde está la santa hostia, allí está presente Dios vivo, tu Salvador. Igual que cuando vivía y hablaba en Galilea y en Judea. El mismo que ahora está en el cielo".

¡Amemos a Jesús, que derramó su sangre para salvar nuestras almas y obtener nuestro amor! Amemos a Jesús obedeciéndolo, imitándolo, contemplándolo... Fortalezcamos nuestro amor uniéndonos a él en la Santa Eucaristía con la mayor frecuencia posible. Abandonémonos a él como la esposa al esposo, hagamos por él los mayores sacrificios: todo lo que él nos presente, todo lo que nos permita.

Y puesto que está siempre con nosotros en la Santa Eucaristía, estemos siempre con ella, hagámosle compañía en el sagrario, no perdamos un solo minuto de los que pasamos junto a ella. Dios está ahí. ¿Qué vamos a buscar a otra parte? El Bienamado está ahí todo para nosotros. ¿Por qué no nos arrojamos a sus tiernos brazos en vez de pasar de largo?

La Santa Eucaristía es Jesús ¡todo Jesús! Lo demás es cosa muerta. ¡No permanezcamos más lejos de la presencia eucarística! ¡Aprovechemos ese instante en el que Jesús nos permite quedarnos con él!

"Busco hacer cada día la voluntad de Jesús y siento una gran paz interior... No te atormentes al verme solo, sin amigos, sin ayuda espiritual: no sufro en absoluto la soledad. Por el contrario, la encuentro muy dulce; tengo al Santo Sacramento, el mejor de los amigos, con quien hablar día y noche; soy feliz y no me falta nada".

28 de mayo de 2010

De los sermones de san Agustín, padre de la Iglesia

Comer aquella comida y beber aquella bebida es permanecer en Cristo y tener a Cristo como huésped dentro de ti.

Acercate a Cristo con alegría. Con tal que te presentes con humildad, no serás rechazado.

Él bajó del cielo a la tierra no para hacer la voluntad propia, sino la de aquel que lo envió.

Descendió humilde, vino a enseñar la humildad, apareció como maestro de humildad. Si te acercas a Él, te incorporas a Él; acercándote, serás humilde; si te unes con Él, serás humilde, porque no haces tu voluntad, sino la de Dios.

Si te domina la soberbia, estás muy lejos de este pan del cielo y no puedes sentir hambre de él.

El soberbio tiene estragado el paladar del corazón. Aunque tiene los oídos abiertos, es sordo, y aunque tiene vista, permanece ciego. No entiende nada de este pan bajado del cielo, porque, harto de su justicia, no puede tener hambre de la justicia de Dios.

El humilde, desconfiado de sus fuerzas, es ayudado de la gracia, y la caridad se derrama en su corazón por medio del Espíritu Santo. El humilde cree, tiene hambre y come; el que místicamente renace, místicamente se robustece.

En su interior es como niño y en su interior se renueva; donde se renueva, allí recibe el alimento.

Acércate a comer, tú que comes, y a beber, tú que bebes. Ten hambre, ten sed; come la vida, bebe la vida.

Es un manjar que restaura. Restáurate, pues, de modo que jamás pierda su eficacia aquello con que te repararás.

Y beber aquella bebida, ¿qué otra cosa es más que vivir? Come la vida, bebe la vida. Así tendrás la vida, y la vida íntegra.

¡Oh, misterio de amor! ¡Oh, signo de unidad! ¡Oh, vínculo de caridad! El que quiera vivir, tiene dónde vivir, tiene de qué vivir. Me acercaré y creeré; me incorporaré para ser vivificado.

¡Ah! que no sea yo un miembro separado del organismo, ni un miembro enfermo que haya que cortar, ni un órgano desproporcionado que sirva de sonrojo a los demás, sea yo un miembro bello, bien constituido, sano y unido al cuerpo, y viva de ti y por ti, esforzándome ahora en la tierra para reinar después en el cielo.

Embriágame, Señor, de la abundancia de tu casa y dame de beber del torrente de tus delicias. Porque en ti está la fuente de mi vida; no en parte alguna fuera de ti, sino en ti únicamente está la fuente de la vida. Quiero beber para vivir; no quiero vivir mi vida, que sería como perderme, ni alimentarme de mí mismo, que sería aridecer, sino que anhelo poner mi boca en el surtidor de la fuente, donde jamás disminuye el agua.

Quitaré de en medio todas las falsas y culpables excusas, y acudiré al banquete que debe interiormente nutrirme.

No me sirva de impedimento la arrogante soberbia. No, que no me haga altivo la soberbia. Ni siquiera me entretenga la ilícita curiosidad, y me aleje de ti. No me impida el placer carnal gustar el del corazón.

Haz que me acerque y me nutra; deja que me acerque, no obstante ser mendigo, débil, inválido y ciego. A nuestra cena no vienen los ricos sanos, los que creen caminar bien y tener bien despierta la vista; los que presumen mucho de sí mismos y son, por ende, tanto más incurables cuanto más soberbios.

Yo me acercaré como mendigo, porque me invitas tú, que por mí te hiciste pobre siendo rico, a fin de enriquecerme con tu pobreza. Me acercaré como débil, porque no son los sanos los que tienen necesidad de médico, sino los que han perdido la salud. Me acercaré como inválido y te diré: "Afianza mis pasos en tus caminos". Me acercaré como ciego, y te diré: "Ilumina mis ojos, para que yo no me duerma con sueño de muerte."

18 de mayo de 2010

Hora Santa de Mayo

Publicamos la hora santa de mayo, con textos del Beato Manuel González, el Padre R. Cantalamessa ofmcap, el Padre Molinié op, y la oración final de Santa Teresita:

Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración y en la contemplación llena de fe”.

Juan Pablo II

“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré á él, y cenaré con él, y él conmigo".

Ap 3, 20

‘Quizá Dios quiere que te quedes con una sola palabra de estas líneas y que con esa sola palabra lo mires, y te quedes ahí: tu deber más estricto será entonces no preocuparte de las otras’.

El Corazón De Jesús Está Aquí

“Llamo tu atención, toda tu atención, lector, sobre la ocupación primera que he descubierto del Corazón de Jesús: estar.

Estar… y no añado ningún verbo que exprese un fin, una manera, un tiempo, una acción de estar.

No te fijes ahora en que está allí consolando, iluminando, curando, alimentando…, sino sólo en esto, en que está.

Pero ¿es una ocupación?, me argüirá alguno. ¡Si parece que estar es lo opuesto a hacer!

Y, sin embargo, te aseguro, después de haber meditado en ese verbo aplicado al Corazón de Jesús en su vida de Sagrario, que pocos, si hay alguno, expresarán más actividad, más laboriosidad, más amor en incendio que ese verbo estar.

¿Vamos a verlo?

Estar en la Hostia significa venir del cielo todo un Dios, hacer el milagro más estupendo de sabiduría, poder y amor para poder llegar hasta la ruindad del hombre, quedarse quieto, callado y hasta gustoso, lo traten bien o lo traten mal, lo pongan en casa rica o miserable, lo busquen o lo desprecien, lo alaben o lo maldigan, lo adoren como a Dios o lo desechen como mueble viejo… y repetir eso mañana, y pasado mañana, y el mes que viene, y un año, y un siglo, y hasta el fin de los siglos… y repetirlo en esta Hostia y en otras que haya en templos vecinos y en todos los pueblos… y repetir eso entre almas buenas, finas y agradecidas, y entre almas tibias, olvidadizas, inconstantes y almas frías, duras, pérfidas, sacrílegas…

Eso es estar el Corazón de Jesús en la Hostia, poner actividad infinita un amor, una paciencia, una condescendencia tan grandes por lo menos como el poder que se necesita para amarrar a todo un Dios al carro de tantas humillaciones.

¡Está Aquí!

¡Santa, deliciosa, arrebatadora palabra que dice a mi fe más que todas las maravillas de la tierra y todos los milagros del Evangelio, que da a mi esperanza la posesión anticipada de todas las promesas y que pone estremecimientos de placer divino en el amor de mi alma!

Está Aquí

Sabedlo, demonios que queréis perderme, que tratáis de molestarme, enfermedades que ponéis tristeza en mi vida, contrariedades, desengaños, que arrancáis lágrimas a mis ojos y gotas de sangre a mi corazón, pecados que me atormentáis con vuestros remordimientos, cosas malas que me asediáis, sabedlo, que el Vencedor, el Fuerte, el Médico, el Grande, el Buenísimo Corazón de Jesús está aquí, ¡aquí en el Sagrario mío!

Padre eterno, ¡bendita sea la hora en que los labios de Jesús se abrieron en la tierra para dejar salir estas palabras: “¡Sabed que yo estoy todos los días con vosotros hasta la consumación de los siglos!”.

Padre, Hijo y Espíritu Santo, benditos seáis por cada uno de los segundos que está con nosotros el Corazón de Jesús en cada una de las Hostias y Sagrarios de la tierra.”

¿Cómo contemplarte, Señor? ¿Cómo mirar tu estar? ¿Cómo agradecerte el estar por mí ahí, ahora… siempre?

“…realizaba una óptima contemplación eucarística aquel campesino de la parroquia de Ars que pasaba horas y horas inmóvil, en la iglesia, con su mirada fija en el sagrario y cuando el santo cura le pregunto por qué estaba así todo el día, respondió: “Nada, yo lo miro a él y él me mira a mí”… son siempre dos miradas que se encuentran: nuestra mirada sobre Dios y la mirada de Dios sobre nosotros. Si a veces se baja nuestra mirada o desaparece, nunca ocurre lo mismo con la mirada de Dios. La contemplación eucarística es reducida, en alguna ocasión, a hacerle compañía a Jesús simplemente, a estar bajo su mirada, dándole la alegría de contemplarnos a nosotros que, a pesar de ser criaturas insignificantes y pecadoras, somos sin embargo el fruto de su pasión, aquellos por los que dio su vida: “¡El me mira!”.

“Jesús sabe que podríamos marcharnos y hacer cientos de cosas mucho más gratificantes, mientras permanecemos allí quemando nuestro tiempo, perdiéndolo ‘miserablemente’”.

¿Cómo permanecer con Vos? ¿Cómo estar con Vos? ¿Qué tengo que hacer? ¿Qué puedo ofrecerte?

“Un santo es un ser que se consume en la llama de Dios, por nada. ‘Yo sueño con otra cosa: con deshojarme…’ (Teresa del Niño Jesús, La rosa deshojada). Perderse en Dios, perderse por Dios… proclamar que sólo Dios es importante…

Tal es la eucaristía: ‘Alegraos siempre, dando gracias por todo”. Damos gracias de ser tan preciosos, nosotros que somos inútiles. Entonces derramamos nuestras fuerzas en libación, es decir, para nada, para agradar a Dios, para que se gasten y se consuman en la llama de Dios.

Eso debe liberarnos de toda preocupación (no os preocupéis por nada, dice san Pablo)… el interés de nuestra vida es no tener preocupaciones: somos un canto a la gloria de Dios, y no somos más que eso.

Nuestras miserias, nuestros sufrimientos, nuestros defectos, nuestros mismos pecados, todos esos días que tenemos la impresión de perder, si pudiéramos comprender que el problema no está en funcionar bien, sino en ofrecer, ¡cuánto más sencillo sería todo! La materia de un sacrificio no tiene necesidad de ser noble, basta que sea ofrecida. Entonces, en lugar de ofrecer una jornada ‘perfecta’ (pero ¿qué significa ‘perfecto’?), ofrecemos una jornada lamentable: ¡qué importa, si la ofrecemos!

¿Es, por tanto, un espíritu de despreocupación? Sí, y eso no quiere decir que no sea importante: el menor detalle de inquietud o de aspereza que ahogue en nosotros ese espíritu es importante y serio (en la medida en que es voluntario). La vida es seria, porque no se puede perder el tiempo. No hay que olvidar ni un solo instante estar despreocupado. Dios puede hacer de la menor gota de nuestra vida algo maravilloso si queremos ofrecérsela, pero tal como es. Para ser liberados de nuestros complejos, lo más sencillo es darlos como son: ¡no intentéis liberaros de ellos antes de presentaros a Dios! Los que se intentan embellecerlos antes de presentarse, demuestran que no quieren darlo todo, sólo quieren dar lo que es hermoso. Pero lo que desea Jesucristo… para curarnos es precisamente lo feo. No son los sanos los que tienen necesidad del médico…

Entonces, vamos allá decididos. No rehusemos nada, demos todo, sin separar nada ni siquiera hacer el inventario. Las cosas son creadas para ser quemadas, pulverizadas, arrojadas por la ventana. Para tal uso, importa poco que sean bonitas o feas: las cenizas serán las mismas…

Se comprende mejor, bajo esta luz, por qué Teresa del Niño Jesús decía a una de sus hermanas después de un pequeño sacrificio oscuro: ‘Lo que acabas de hacer es más importante que si hubieras obtenido la restauración de las órdenes religiosas en Francia’. Nosotros nos resistimos a creerlo, ‘encajamos’ mal una perspectiva semejante: es la lucha eterna entre el espíritu de Dios y el espíritu del hombre, que quisiera establecer unas moradas definitivas. Y, sin embargo, si nuestras moradas no son destruidas, no servirán a la gloria de Dios.

El mundo detesta a los que han comprendido esto, porque está animado por una concupiscencia de rendimiento, al que toda idea de gratuidad es insoportable. Hay puntos en los que debemos ser conciliadores y hacer concesiones. Pero en esto no podemos, y es eso lo que el mundo difícilmente nos perdonará: el no tomar la humanidad verdaderamente en serio…, precisamente porque conocemos su verdadero precio, que no es ser seria, sino animada (sólo Dios es serio).

Notad bien que a todo esto no he dicho todavía una palabra del sufrimiento. Pretendo separar lo que hay de difícil en la vida cristiana sin evocar el sufrimiento, porque no es el sufrimiento el que hace difícil la vida cristiana. El sufrimiento es doloroso, pero no peligroso: Dios no lo envía para ponernos en peligro, sino para salvarnos del peligro. No es por el sufrimiento por lo que corremos el riesgo de pasar al lado de la puerta estrecha. A Lucifer y a nuestros primeros padres, no fue el sufrimiento el que los hizo caer, sino el misterio mismo de Dios… y su libertad. El peligro no está en donde nosotros suponemos.

El día en que aceptemos totalmente juicios como el que acabo de citar (el de Teresa a su hermana), seremos reconciliados con Dios y la vida comenzará a hacerse dulce: intentemos comprenderlo…”

“No son los gobiernos, ni los genios, ni los hombres de acción los que sostienen la humanidad: son los adoradores. ¿Qué les pide Dios? Poca cosa: creer en El. Si ellos rehúsan un poco creer en El, de ahí se sigue todo lo demás: los gérmenes de los pecados ya no encuentran obstáculos y se desarrollan…

Frente a este mundo cuyos valores se vienen abajo, si buscáis con fiebre e inquietud lo que hay que hacer, no habéis comprendido que Dios quiere ser el único en salvarnos: va en ello su gloria. Cuando uno se apoya sobre la acción o sobre los valores naturales, ataca la gloria de Dios.

Dicho de otra manera, debemos aceptar ser místicos, en el sentido auténtico de la palabra, es decir, seres que han penetrado un secreto, el secreto de nuestro amigo, de nuestro salvador… para entrar en él es necesario llevar una vida en la que no hagamos pie… Esa es toda la sal de la vida mística.

Esta obligación (de no hacer pie) puede estar en el origen de un verdadero drama. Una historia verdadera os lo hará comprender. Una madre tenía dos hijos, uno de cuatro años y otro de siete. Ella jugaba a menudo a hacerles girar en torno a ella agarrándolos por las muñecas. Un día les dice: ‘Hace mucho tiempo que no jugamos a dar vueltas. ¿Vamos a jugar?’ El más pequeño responde inmediatamente: ‘Oh, ¡sí, sí!...’, pero el mayor: ‘De acuerdo, pero no irás más de prisa de lo que yo quiera’. El más pequeño era todavía un místico; el mayor había dejado de serlo. Había ‘rebasado’ el espíritu de infancia, quería ser ‘mayor y responsable’.

Debemos aceptar ser arrastrados en un movimiento donde estamos seguros de ser desbordados, de no poder hacer pie. Ahora bien, quizá me equivoque, pero tengo la impresión de que las llamadas del Corazón de Jesús y las apariciones de la santísima Virgen manifiestan bien eso que, por mi parte, siento a veces: que los mismos cristianos se niegan dejarse llevar más allá de todo. Quieren correr, pero no quieren volar… Pues bien, hay que cerrar los ojos, partir a la ventura, ‘perder la propia alma’, abandonar todo para seguir a Jesucristo.

Si los cristianos quisieran dejar ‘prender’ la llama de la vida divina, sería lo bastante violenta como para arrebatarlo todo: ‘Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, y ¿qué voy a querer sino que arda?’.”


Oración a Jesús en el Sagrario

Santa Teresita del Niño Jesús

¡Oh Dios escondido en la prisión del sagrario!, todas las noches vengo feliz a tu lado para darte gracias por todos los beneficios que me has concedido y para pedirte perdón por las faltas que he cometido en esta jornada, que acaba de pasar como un sueño...

¡Qué feliz sería, Jesús, si hubiese sido enteramente fiel! Pero, ¡ay!, muchas veces por la noche estoy triste porque veo que hubiera podido responder mejor a tus gracias... Si hubiese estado más unida a ti, si hubiera sido más caritativa con mis hermanas, más humilde y más mortificada, me costaría menos hablar contigo en la oración.

Sin embargo, Dios mío, lejos de desalentarme a la vista de mis miserias, vengo a ti confiada, acordándome de que "no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos". Te pido, pues, que me cures, que me perdones, y yo, Señor, recordaré que "el alma a la que más has perdonado debe amarte también más que las otras..." Te ofrezco todos los latidos de mi corazón como otros tantos actos de amor y de reparación, y los uno a tus méritos infinitos. Y te pido, divino Esposo mío, que seas tú mismo el Reparador de mi alma y que actúes en mí sin hacer caso de mis resistencias; en una palabra, ya no quiero tener más voluntad que la tuya. Y mañana, con la ayuda de tu gracia, volveré a comenzar una vida nueva, cada uno de cuyos instantes será un acto de amor y de renuncia.

Después de haber venido así, cada noche, al pie de tu altar, llegaré por fin a la última noche de mi vida, y entonces comenzará para mí el día sin ocaso de la eternidad, en el que descansaré sobre tu divino Corazón de las luchas del destierro... Amén.

Bendito sea Dios.
Bendito sea su Santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo verdadero Dios y verdadero Hombre.
Bendito sea el Nombre de Jesús.
Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
Bendito sea su Preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea el Espíritu Santo Consolador.
Bendita sea la Incomparable Madre de Dios la Santísima Virgen María.
Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
Bendita sea su gloriosa Asunción.
Bendito sea el Nombre de María Virgen y Madre.
Bendito sea San José su casto esposo.
Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos.

Oh Dios, que en este sacramento admirable
nos dejaste el memorial de Tú pasión;

Te pedimos nos concedas venerar de tal modo
los sagrados misterios de Tu Cuerpo y de Tu Sangre,
que experimentemos constantemente en nosotros
el fruto de Tu redención.

Tú que vives y reinas
por los siglos de los siglos.
Amen.

A la sombra de la Eucaristía - de Robert de Langeac

Muy lindo texto para rezar a la sombra de la Eucaristía y ver cómo el Señor obra en nuestros corazones con su gracia.

A la sombra de la Eucaristía

El alma interior, dichosísima por ser amada tan profundamente por Cristo Jesús, quiere testimoniarle a su vez el afecto que le profesa. Sabe que ahora Él habita en el Tabernáculo. Y, atormentada de amor, se retira allí cada noche para adorar, alabar, gemir, sufrir, orar y amar, muy cerca de Él, en el silencio del corazón.

El alma interior entra en sí misma, cierra la puerta del santuario y se queda completamente sola con Dios… Quedan verdaderamente cara a cara, quedan, sobre todo, en una divina presencia de corazones. Al alma le parece, y es verdad, que ya no tiene que hacer sino una sola cosa: amar. Y ama horas enteras, sin cansarse. Si pudiera, se quedaría allí siempre, para amar siempre.

Mientras el alma interior dialoga con Jesús, al pie del Tabernáculo, vuelve a su mente el recuerdo de sus actos del día. Se pregunta si todo ha estado bien. Vislumbra los defectos que se le escaparon en el momento de la acción. No dijo bien aquella palabra, no hizo bien tal gestión, no aceptó de primera intención y con alegría aquel sufrimiento o aquella contradicción. Se ve entonces carente de gracia ante los ojos de su Amado Salvador. Lleva algunas manchitas en las manos y en el rostro. Y ello le duele, sobre todo por Él, que merecía ser mejor amado y mejor servido. Unas lágrimas de pesar le suben desde el corazón hasta los ojos. Comprende que para reparar es menester amar mucho más. Y bajo el aguijón del dolor, su amor por Jesús se aviva, es más fuerte y más ardiente que nunca; su llama es purificadora. Y así como el fuego hace desaparecer las menores huellas de orín, el ardor de la caridad borra también hasta las más mínimas imperfecciones. El alma interior no ignora este proceso y se alegra de él. Pues siente entonces que la paz perfecta vuelve otra vez a asentarse en el fondo de si misma.

¿Qué hay de más dulce para el alma interior que la sombra de Jesús-Hostia? Es allí donde desea sentarse la Esposa, y donde, por otra parte, la espera Él. Hay una sombra espiritual de la Custodia, como también la hay del Tabernáculo. No todos la ven ni todos se ocultan en ella. Pero quienes saben acogerse a ella, descansan allí embelesados. Pues en silencio y en paz se alimentan con un fruto dulcísimo; comen un pan sustancial, él mismo Cristo Jesús. Y poco a poco ellos mismos se mudan en ese Divino alimento. Son metamorfoseados y se transforman en Jesús. Sus apariencias siguen siendo las mismas o casi las mismas, pero lo que en ellos hay de más íntimo y de más profundo se convierte en algo muy distinto. Es Él quien piensa, habla y obra por ellos; es Él quien vive por ellos. ¿Puede haber nada más dulce para el alma que verse así transformada en su Salvador gracias a la sombra de la Hostia?

El Hermano Rafael y la Eucaristía

Pensamientos y escritos de Rafael Arnáiz Barón (más conocido como Hermano Rafael) sobre la Eucaristía.

Palabras que contagian amor a Jesús...

"Me levanto todos los días a las siete y media de la mañana. Podréis creerlo o no creerlo, pero es la verdad, pues antes tenía la buena costumbre de ir a comulgar todos los días, y he comprobado que empezando el día entregándome en manos de Dios, sale todo mucho mejor, el estudio aprovecha más, y si no fuese por el Amo que tanto me ayuda, yo no serviría para nada, y además, a alguien tengo que dar cuenta de todos mis actos, buenos o malos, ¿no te parece?"


"Acabo de recibir al Señor. Fui a misa de ocho con mi padre... Qué dulce es el Señor, ¿verdad? Cómo atrae y de qué manera. Mira, a la puerta del Cenáculo se está muy bien, y viéndole repartir el pan a sus discípulos, siempre quedan unas migajas para ti, ¿no te parece?... El te las da, y llenan de tal manera... ¡Qué bueno es Jesús! Te manda con una tierna mirada acercarte, contarle tus cosas, consolarle... Todo desaparece: los discípulos e incluso tú mismo... El lo llena todo. ¡Qué bueno es Jesús! Entonces no hay penas ni alegrías, no sabemos qué decir... No podemos; quedamos abismados en su regazo, y El, entonces, habla al alma con una dulzura tan grande... ¡Qué bueno es Jesús! y cómo nos quiere. Te aseguro que es para deshacerse.
Déjale hacer a El y ya verás; e aseguro que con una buena comunión tendríamos bastante para toda la vida, si supiéramos hacerla... Pero somos tan miserables."


"Estoy tan contento, aunque hoy me falta algo..., no he podido ir a comulgar; no me ha despertado mi padre... Los días que no recibo al Señor, estoy como descentrado y echando de menos algo que para mí es todo."


"Hoy en la santa comunión, cuando tenía a Jesús en mi pecho, mi alma nadaba en la enorme e inmensa alegría de poseer la Verdad... Me veía dueño de Dios y Dios dueño de mí... Nada deseaba más que amar profundísimamente a este Señor que en su inmensa bondad consolaba mi corazón sediente de algo que yo no sabía lo que era y que en la criatura buscaba en vano, y el Señor me hace comprender, sin ruido de palabras, que lo que mi alma desea es El... Que la Verdad, la Vida y el Amor es El... Y teniéndole a El, ¿qué busco? ¿qué pido?..., ¿qué quiero?"


"Multitud de sagrarios existen en la redondez de la tierra, pero solamente un Dios, que es Jesús Sacramentado. Consoladora verdad que hacer estar tan unidos el monje en su coro, el misionero en tierra de infieles y el seglar en su parroquia. Ni hay distancias, ni hay edades... Al pie del Sagrario estamos todos cerca, Dios nos une. Pidámosle por mediación de María que, algún día allá en el cielo, podamos contemplar a ese Dios que por amor al hombre, se oculta bajo las especies de pan y vino"


"En este momento de empezarte a escribir, llego del convento de las Esclavas. Son las seis y media. Allí, delante del Señor y con tu carta en el bolsillo, casi lloro de alegría... ¡Cuánto me quieres Señor! Mira, a Jesús fui a contárselo todo como siempre que recibo carta tuya... Primero hice un acto de agradecimiento. El me trata como no merezco. En fin, para qué te voy a decir lo de siempre. Después considerando delante de El unas cosas que me dices... Yo se lo dije al Señor y nos reímos los dos un poco... Me estuve en la iglesia hasta que me echaron... ¡Qué feliz soy! ¡Cómo me quiere Jesús!"


"En este momento llego de hacer la visita al Señor en las Esclavas... Fui a decirle todo lo que te he dicho en esta carta... Se me pasó el tiempo volando."


"El mundo no sabe que Jesús está en el Sagrario, que no hace más que esperar a que sus hijos vayan un ratito, aunque no sea más que un minuto, a estar con El."


"Se ofrece en el Sagrario, donde está día y noche, exclusivamente para atenderme en todo lo que le pida..."

"Alegrémonos de que es Dios quien nos llama y quien nos espera en el Sagrario"


"Jesús está en el Sagrario. Allí recibe a sus amigos, allí los consuela, los cura y los perdona."


"Quisiera estar arrodillado ante tu Sagrario día y noche."

9 de mayo de 2010

Oración de Santa Teresita a Jesús en el Sagrario

¡Oh Dios escondido en la prisión del sagrario!, todas las noches vengo feliz a tu lado para darte gracias por todos los beneficios que me has concedido y para pedirte perdón por las faltas que he cometido en esta jornada, que acaba de pasar como un sueño...

¡Qué feliz sería, Jesús, si hubiese sido enteramente fiel! Pero, ¡ay!, muchas veces por la noche estoy triste porque veo que hubiera podido responder mejor a tus gracias... Si hubiese estado más unida a ti, si hubiera sido más caritativa con mis hermanas, más humilde y más mortificada, me costaría menos hablar contigo en la oración.

Sin embargo, Dios mío, lejos de desalentarme a la vista de mis miserias, vengo a ti confiada, acordándome de que "no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos". Te pido, pues, que me cures, que me perdones, y yo, Señor, recordaré que "el alma a la que más has perdonado debe amarte también más que las otras..." Te ofrezco todos los latidos de mi corazón como otros tantos actos de amor y de reparación, y los uno a tus méritos infinitos. Y te pido, divino Esposo mío, que seas tú mismo el Reparador de mi alma y que actúes en mí sin hacer caso de mis resistencias; en una palabra, ya no quiero tener más voluntad que la tuya. Y mañana, con la ayuda de tu gracia, volveré a comenzar una vida nueva, cada uno de cuyos instantes será un acto de amor y de renuncia.

Después de haber venido así, cada noche, al pie de tu altar, llegaré por fin a la última noche de mi vida, y entonces comenzará para mí el día sin ocaso de la eternidad, en el que descansaré sobre tu divino Corazón de las luchas del destierro... Amén.

6 de mayo de 2010

Necesidad de la Eucaristía

Extraido del capítulo XXI "Cómo se ha de comulgar", del libro "Introducción a la vida devota" de San Francisco de Sales, libro de consejos espirituales a una persona llamada Filotea:

Tu gran anhelo, en la comunión, ha de ser avanzar, robustecerte y consolarte en el amor de Dios, ya que por amor, debes recibir al que, sólo por amor, se da a ti.

No, el Salvador no puede ser considerado en una acción ni más amorosa ni más tierna que ésta, en la cual podemos afirmar que se anonada y convierte en manjar, para penetrar en nuestras almas y unirse íntimamente al corazón y al cuerpo de sus fieles.

Si los mundanos te preguntan por qué comulgas con tanta frecuencia, diles que lo haces para aprender a amar a Dios, para purificarte de tus imperfecciones, para consolarte en sus aflicciones, para apoyarte en tus debilidades.

Diles que son dos las clases de personas que han de comulgar con frecuencia: las perfectas, porque, estando bien dispuestas, faltarían, si no se acercasen al manantial y a la fuente de perfección, y las imperfectas, precisamente para que puedan aspirar a ella; las fuertes, para no enflaquecer, y las débiles, para robustecerse; las enfermas, para sanar, y las que gozan de salud, para no caer enfermas; y tú, como imperfecta, débil y enferma, tienes necesidad de unirte, con frecuencia, con tu perfección, con tu fuerza y con tu médico. Diles que los que no están muy atareados han de comulgar con frecuencia, porque tienen tiempo para ello, y que los que tienen mucho trabajo también, porque lo necesitan, pues los que trabajan mucho y andan cargados de penas, han de tomar manjares sólidos y frecuentes. Diles que recibes el Santísimo Sacramento para aprender a recibirlo bien, porque no se hace bien lo que no se hace con frecuencia.

Filotea, comulga mucho, tanto cuanto puedas, con el parecer de tu padre espiritual; y, créeme, las liebres de nuestras montañas, en invierno, se vuelven blancas porque no ven ni comen más que nieve; y tú, a fuerza de adorar y comer la belleza, la bondad y la pureza misma, en este divino Sacramento, llegarás a ser toda hermosa, toda buena y toda pura.