Exposición del Santísimo y canto de adoración
PRIMER MISTERIO GLORIOSO
LA RESURRECCIÓN
“Digno es el Cordero degollada de recibir el poder, la riqueza, la
sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza” (Ap. 5,12).
LA GLORIA DE LA FE
“La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que
no se ven” (Hb. 11,1)
La gloriosa resurrección de
nuestro Señor se prolonga en la gloria del Santísimo Sacramento, porque aquí es
donde permanece nuestro Salvador Resucitado, derramando Su vida, Su luz y Su
amor, sobre todos los que vienen ante Su presencia. Este es el sacramento de la
pascua, porque la
Eucaristía hace presente todo el Misterio Pascual de Cristo y
es la consumación de los misterios de Su vida, muerte y resurrección. La Eucaristía es nuestro
Señor Resucitado de donde brota el poder de Su resurrección y se derrama sobre
todos los que vienen ante su presencia eucarística, para que Su imagen y
semejanza crezca en nosotros. El verdadero cristiano es el que cree que Cristo
está vivo hoy en el Santísimo Sacramento, donde permanece amándonos y
llamándonos para que vayamos a Él.
“Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero,
y al que Tú has enviado” (Jn. 17,3).
Si nuestra fe en la Eucaristía es débil,
sólo tenemos que decirle:
“Creo, ayuda a mi poca fe” (Mc. 9,24).
Para recibir el regalo de la fe
lo único que hay que hacer es pedirlo:
“Yo os digo: Pedid y se so dará; buscad y hallaréis; llamad y se os
abrirá” (Lc. 11,9).
Supliquémosle humildemente como
lo hicieron los apóstoles:
“Auméntanos la fe” (Lc. 17,5), y como Pedro, preguntémosle:
“Señor, ¿dónde quién vamos a ir? Tú tiene palabras de vida eterna, y
nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios” (Jn. 6, 68-69)
Cuando Jesús se apareció a los apóstoles
le dijo a Tomás:
“Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han
creído” (Jn. 20,29).
Con estas palabras Jesús te llama
a ti dichoso por tu fe en la
Eucaristía. ¡Esta es la gloria de la fe! Creemos en Su
presencia real, creemos en la transubstanciación, no porque lo vemos o entendemos
cómo ocurre, sino por nuestra FE EN JESÚS, quien
“Mientras estaban comiendo, tomó pan y lo bendijo, lo partió y
dándoselo a Sus discípulos dijo: Tomad, comed, ÉSTE ES MI CUERPO” (Mt. 26, 26)
En Su discurso eucarístico le
preguntaron a Jesús:
“¿Qué tenemos que hacer para obrar las obras de Dios? Él respondió: “La
obra de Dios es QUE CREÁIS EN QUEN ÉL HA ENVIADO” (Jn. 6,28-29).
Si pudiésemos ver a Jesús, todo
el mundo querría estar con Él, pero oculta su gloria y su belleza en el
Santísimo Sacramento porque quiere que vengamos a Él por la fe PARA QUE LO
AMEMOS POR SÍ MISMO.
Jesús recompensa la fe de todos
los que vienen a Él y hace brillar sobre cada persona Su gloria oculta bañando
a cada uno con Su belleza; para que en cada momento pasado ante Su presencia
eucarística en la tierra, cada alma sea más gloriosa y más bella para el cielo.
“Llenaré de gloria esta Casa... grande será la gloria de esta Casa... y
en este lugar daré yo paz” (Ag. 2,7-9)
Aquí encontramos a Jesús como Sus
discípulos lo encontraron en el camino de Emaús, y Él nos habla a nuestro
corazón:
“La paz con vosotros” (Jn. 20,19). “Ánimo, que soy yo, no temáis” (Mt.
14, 27).
Juan Bautista dio testimonio de
Jesús en el Jordán y proclamó
“He ahí el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1, 29).
Nosotros también damos testimonio
de nuestra fe con cada hora santa que hacemos y proclamamos a todo el mundo:
“He ahí el Cordero de Dios” (Jn. 1, 29).
“Digno es el Cordero... de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría,
la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza” (Ap. 5,12)
Aquí está Jesús, el Cordero
Pascual digno e infinitamente merecedor de nuestra adoración incesante, porque
Él es
la Víctima Divina
que murió por nuestra salvación y continúa inmolándose en
la Sagrada Eucaristía.
Como el Cordero de Apocalipsis,
Jesús da vida al mundo a través de este Santísimo Sacramento. “En el banquete
pascual Cristo es consumido, la mente se llena de gracia, y se nos da una
prenda de la gloria futura”
En este misterio Eucarístico
Jesús exclama:
“Yo soy la resurrección y la vida” (Jn. 11, 25).
Con nuestra adoración eucarística
damos testimonio de Su resurrección y le decimos al mundo entero: “Es verdad. El Señor ha resucitado” (Lc. 24,
34). “He aquí a Dios mi Salvador... Yahveh es mi fuerza y mi canción” (Is. 12,
2).
Oración final
Jesús, aumenta nuestra fe en Tu
presencia real en el Santísimo Sacramento que es el misterio de nuestra fe;
para que, como los discípulos que te reconocieron “en la fracción del pan” (Lc.
24, 35) lleguemos a conocerte en la Eucaristía de manera íntima y personal.
Danos una fe viva y profunda, que
crezca hasta ser para nosotros “la
garantía de lo que se espera, la prueba de las realidades que no se ven” (Hb.
11,1), y nos hagas capaces de conocer la dulzura de tu amor, “que excede a todo conocimiento” (Ef. 3, 19).
Te rogamos, por medio del Corazón
Inmaculado de María, que ayudes a nuestra parroquia, y a todas las demás
parroquias del mundo a ser comunidades de fe para que respondan a Tu deseo de
ser amado día y noche en el Santísimo Sacramento, donde Tú nos llamas a orar “constantemente” (1 Ts. 5, 17), porque
aquí es donde vives Tú, Nuestro Salvador resucitado, ayudándonos con el poder
de Tu resurrección a tener parte en Tus sufrimientos, para que podamos
compartir la gloria de Tu resurrección. Con cada ‘Avemaría’ de este misterio profundiza nuestra unión
contigo, hasta que nuestra oración sincera sea: “LO ÚNICO QUE QUIERO ES CONOCER
A CRISTO JESÚS” (Flp. 3, 10).