3 de julio de 2012

Santo Tomás apóstol: "Señor mío y Dios mío" que vives en la eucaristía



Cuando Tomás vió y oyó a Jesús expresó en pocas palabras lo que sentía en su corazón:  "!Señor mío y Dios mío!", exclama conmovido hasta lo más hondo de su ser. Es a la vez un acto de fe, de entrega y de amor. Confiesa abiertamente que Jesús es Dios y le reconoce como su Señor. Jesús le contestó: "Porque me has visto has creído, bienaventurados  los que sin ver creyeron."

Y comenta el papa Juan Pablo II: "Ésta es la fe que nosotros debemos renovar, siguiendo la estela de incontables generaciones cristianas que a lo largo de dos mil años han confesado a Cristo, Señor invisible, llegando incluso al martirio. Debemos hacer nuestras, como las hicieron suyas antes otros muchos, las palabras de Pedro en su primera carta: "Vosotros no lo visteis, pero lo amáis: ahora, creyendo en Él sin verlo, sentís un gozo indecible." Ésta es la auténtica fe: entrega absoluta a cosas que no se ven, pero que son capaces de colmar y ennoblecer toda una vida.

De esto se trata nuestra fe en la Eucaristía.

Desde aquel momento, Tomás fue un hombre distinto, gracias en buena parte a la caridad fraterna que tuvieron con él los demás Apóstoles. Su fidelidad al Maestro, que parecía imposible en aquellos días de oscuridad, fue para siempre firme e incondicional. Sus palabras nos han servido quizá para hacer muchas veces un acto de fe - "!Señor mío y Dios mío!"- al pasar delante de un sagrario o en el momento de la consagración de la Santa Misa.

Su figura es hoy para nosotros motivo de confianza en el Señor, que nunca nos dejará, y motivo de esperanza si alguna vez aquellos que tenemos más cerca por voluntad divina pasan momentos de desconcierto en su fidelidad a Dios. Nuestro aliento en esa situación y la gracia del Señor Eucarístico harán milagros.

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