22 de julio de 2012

La vida consagrada femenina: mujeres que derrochan unguento para el Señor como lo hizo la mujer del evangelio


En este día, 22 de julio memoria de Santa María Magdalena, miramos a las religiosas como aquellas mujeres llamadas a impregnar la Iglesia con el prefume de su consagración.

Leemos a la Madre Teresa:

... Nuestra vocación se basa en esta convicción: «Yo le pertenezco». Y como le pertenezco, El tiene que ser libre para usarme y yo tengo que abandonarme completamente...

... ¿Cuál es nuestra vocación? ¿A qué llamamos vocación? Nuestra vocación es Jesús. En la Escritura lo encontramos expresado con mucha claridad: «Te he llamado por tu nombre, eres precioso para mí... Te he llamado amigo mío. Las aguas no te ahogarán». (Las aguas simbolizan todas las tentaciones del mal.) «Te daré naciones; tú eres precioso para mí». «Cómo puede una madre olvidarse de su hijo o una mujer del hijo que lleva en sus entrañas? Pues aunque una madre pudiera olvidarse, yo nunca te olvidaré. Tú eres precioso para mí; te llevo grabado en la palma de mi mano».

¿Por qué estamos aquí? Sin duda porque hemos oído cómo Jesús nos llamaba por nuestro nombre. Somos como san Pablo. Una vez que cayó en la cuenta del amor de Cristo, no se preocupó de nada más. No le preocupó si era azotado o encarcelado. Para él sólo había una cosa importante: Jesucristo...


Dios no quiere una congregación más en el mundo —simplemente tres mil monjas más—. Hemos sido creadas y elegidas para proclamar su amor, de manera que las per¬sonas puedan ver las maravillosas obras de Dios. Nunca olvidaré a un hombre de Kalighat que observaba como una hermana cuidaba a un paciente. La hermana no sabía que la estaban mirando. Después, aquel hombre se acercó a mí, y me dijo: «Madre, cuando llegué aquí yo no creía en Dios. Hoy lo he encontrado en esa hermana, en la manera en que miraba al enfermo y lo cuidaba». Para esto hemos sido creados: para proclamar el amor de Cristo, para proclamar su presencia.

... La vocación es, sencillamente, una llamada a pertenecer por entero a Cristo, con la convicción de que nada puede separarme de su amor. La vocación es una invitación a Permanecer siempre en el amor de Dios y a dar testimonio de ese amor siempre y en todas partes.

Para hablar sobre qué significa ser consagrada alegre, me parecía lo mejor empezar con estas citas de la Madre Teresa, ya que ella tenía una clara idea de lo que significa ser una consagrada alegre, esto es, pertenecer por entero al corazón de Jesús. La Madre Teresa tenía muy claro que ser consagrada, no es ni más ni menos que ser esposa de Jesucristo. Y esta es nuestra alegría, la alegría de pertenecer por completo a un Jesús que nos amó primero y nos llamó a cada uno por nuestro nombre. Es responder libremente a esta llamada suya.

(Leemos Mc. 14, 3 – 9).

Quizás esta imagen bíblica refleje muy bien esto que estamos diciendo. Entender que el valor de la vida consagrada está en el de ser una respuesta de amor y de entrega incondicionada a Dios que llama y que nos ha amado primero.

Ser consagrada es animarse a vivir toda la vida como esta mujer, ... vivir rompiendo el frasco de perfume, derrochando este unguento para ungir a Jesús, ... vivir siguiendo más de cerca al Señor Jesús, sabiendo que Él puede y debe ser amado con un corazón indiviso, sabiendo que se puede entregar a Él toda la vida, y no sólo algunos gestos, momentos o ciertas actividades, sino toda la vida. (“Yo soy para mi Amado, y mi Amado es para mí.”).

El perfume derramado como puro acto de amor, es signo de una sobreabundancia de gratuidad, tal como se manifiesta en una vida gastada en amar y servir al Señor, para dedicarse a su Persona y a su Cuerpo Místico. De esta vida derramada sin escatimar nada se difunde la alegría, el aroma que llena toda la casa.

Lo que a los ojos de los hombres puede parecer un despilfarro (pensemos en el pensamiento de Judas en el pasaje evangélico), para la persona seducida en el secreto de su corazón por la belleza y la bondad del Señor es una respuesta obvia de amor. Ser consagrada es conocer y gustar el amor Divino, y entonces conociendo y gustando este amor uno se anima a darle todo con alegría: uno no solo deja las otras criaturas, sino a sí mismo, y con todo su ser ama a este Dios de amor.

Leemos a la Madre Teresa:

.. No olviden que nuestra razón de ser no es otra que saciar la sed de Jesús, sed de amor y de almas, trabajando por la salvación y la santificación de los más pobres entre los pobres. No me cabe la menor duda de que no tenemos otra razón de existir, sino la de saciar la sed de Jesús ... Su grito angustioso, inscrito en la pared de cada una de nuestras capillas, no es algo del pasado, sino actual, pronunciado aquí y ahora para cada uno de nosotros. Saciar la sed de Jesús viviente entre los pobres es la única razón de nuestra congregación.

Este grito que es actual, según Madre Teresa, me lleva a reflexionar la alegría de la consagración de ustedes, desde la misma Eucaristía. Ya que Jesús se queda en la Eucaristía y así ese grito de sed podemos dejárnoslo decir personalmente a cada uno de nosotros, aquí y ahora.

Permítanme contarles una anécdota que le ocurrió a un sacerdote, cuando misionaba con un grupo de jóvenes en una localidad de nuestro país, donde todas las mañanas, se levantaban y comenzaban el día con una hora de adoración eucarística. Una hora frente a Jesús presente en la Eucaristía para poner en sus manos todo el día que íban a vivir.

Cuando estaban ya por terminar la hora de adoración, por las ventanas del aula donde habían improvisado la capillita, aparecían los rostros de aquellos niños que, con sus ojos, los invitaban a comenzar la tarea misionera. Era el mismo Jesús que, después de saciar en la oración la sed de amor que tenían de Él, los invitaba a saciar el amor que Él tenía de nosotros en aquellos pequeños.

En cada Eucaristía es el mismo Jesús, que en la persona del sacerdote, actualiza lo que ocurrió en la noche del Jueves Santo. En aquella noche, Jesús, rodeado de sus amigos íntimos, a través de gestos, resumía su vida entera. Aquella noche Jesús estaba celebrando la fiesta judía de la Pascua con los doce amigos. Tomó pan lo partió y se lo dio diciendo: “Tomad y comed, Ésto es mi Cuerpo que será entregado”, luego tomó la copa y dijo: “Ésta es mi sangre que será derramada” (Mc. 14,22). Cuando Él dice: “Haced esto en conmemoración mía”, no sólo quería decir: haced exactamente los gestos que Yo he hecho; sino que con aquellas palabras quería expresar también lo más importante: haced la esencia de lo que Yo he realizado, es decir, ofrezcan su vida generosamente a Dios y a los demás.

Por eso para nosotros hacer también lo que hizo Jesús aquella noche, no es solamente participar de la Misa, sino ante todo partirnos a nosotros mismos. Dios no quiere muchas cosas de nosotros: nos quiere a nosotros. Por eso la consagrada no puede limitarse a celebrar la Eucaristía, sino que también debe ser Eucaristía con Jesús. De ser una Eucaristía con Jesús nace la alegría de una misionera de la Caridad.

Jesús, después de haber pronunciado aquellas palabras: “Tomad y comed, Ésto es mi cuerpo; Tomad y bebed, Ésta es mi sangre”, no dejó pasar mucho tiempo hasta cumplir aquello que había prometido: al cabo de pocas horas dio su vida y derramó su sangre en la Cruz.

Y así también cada uno de nosotros está llamado a lo mismo. Cada uno de nosotros está llamado al finalizar cada Misa, o cada momento de adoración frente al santísimo, a tratar de poner en obra lo que celebramos. O sea, a pesar de nuestros límites, a que nos esforcemos en ofrecer a los demás nuestro cuerpo, es decir nuestro tiempo, nuestros talentos, nuestro servicio, nuestra alegría; en una palabra toda nuestra vida. Estamos llamados a ser Eucaristía con Jesús.

Jesús se queda en la Eucaristía para que podamos decir a nuestros hermanos que nos rodean todos los días: “Tomen, coman, esto es mi cuerpo ofrecido por ustedes”.

Por eso en esta meditación quisiera que descubramos la alegría de la consagración de sus vidas mirando el momento central de la Eucaristía que es la consagración. Ya que Jesús dijo: “Por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados...” JN. 17,19

Nuestra consagración nace como respuesta al llamado de Jesús, como respuesta a su Amor que sale a nuestro encuentro. Un amor de Jesús, que en el momento de la Consagración de la Misa, no sólo nos da amor, sino que su amor nos capacita y nos invita al amor, es decir a la respuesta.

La consagración nos sitúa al pie de a cruz, es una invitación a estar al pie de la cruz. Cuando nos ponemos de rodillas y estamos en el momento de la Consagración estamos en el Gólgota, estamos con Jesús en la hora de su Pasión.

Y ser consagradas es responder a esta declaración de amor de amor de Jesús a cada uno. Dios apeló a nuestro corazón. Él sabe que por más herido y manchado que esté nuestro corazón, es capaz de percibir el amor y responder con amor. Y esta es nuestra alegría. Ser amados y poder amar a Jesús.

¿Qué es la Eucaristía, qué vemos sobre al altar? Su Amor entregado, su Sangre derramada, su presencia amante, el fuego capaz de encender fuego, el amor de Jesús que es capaz de llenar nuestro corazón de su alegría.

Consagrarse es dejar de resistir y abrazarse a este Jesús sediento de amor. Consagrarse es emplear todo lo que somos, tenemos y vivimos en el amor, es ser capaz de amar con pasión. Es lo que hacen los amados, todos aquellos bienaventurados que ya no pueden vivir para si... Qué lindo si alguien nos preguntara: “¿usted es consagrada?” Qué bien si ustedes pudieran responder, “sí, porque vivo con pasión, con la alegría de ser la esposa de Jesús”; estoy empleando todas mis fuerzas, toda mi mente, todo mi ser en amar alegremente a Jesús. Eso es ser consagrado.

En un libro leí sobre el sacerdote, que era alguien consagrado para consagrar .... y esto es mucho más que un rito, es una manera de existir. Consagrar no sólo la Eucaristía, sino toda la existencia. Consagrar las personas que pasan a mi lado, la vida. Y lo mismo ustedes.

Consagradas para consagrar: para consagrar cada instante, cada día, cada hora, cada destino, cada persona, dignificarla, tratarla con fe, con amor. Por ejemplo este día ¿cómo lo dejé?

¿Lo empapé de perfume? La unción de Betania, a Jesús lo dejó lleno de aroma. ¿Qué derramé hoy de mi ser, en todo lo que toqué?... ¿qué perfume de derramé hoy en lo que toqué? Entendiendo el perfume como lo más caro que tenemos, y para nosotros lo más caro es el amor. Romper el frasco es símbolo del derroche. Y la vida consagrada es esto. Lo más caro nuestro es el amor, que no lo podemos dar tristemente, mezquinamente, sino que hay que romper el frasco con alegría, para ungir al Señor que sigue crucificado y gritando que tiene sed, bajo el disfraz de los más pobres entre los pobres.

La encarnación del Hijo de Dios es un poco esto. Podríamos decir que Dios Padre rompe el mejor de sus perfumes que es el Hijo. Lo rompe para salvarnos a nosotros. Para ungirnos a nosotros. Y nosotros estamos invitados, como consagrados, a imitar este gesto. La consagración es una respuesta de gratitud con lo que el Padre ha hecho para nosotros, entregarnos, por amor a su Hijo, que era lo más caro que tenía de sí.

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