31 de marzo de 2010

MISA CRISMAL - SACERDOCIO Y EUCARISTIA


EL SACERDOTE Y LA EUCARISTIA


Estamos celebrando hoy, Miércoles Santo, la Liturgia de la Misa Crismal del Jueves Santo. Cada año celebramos en este día el nacimiento de la Eucaristía; y, a la vez, el nacimiento de nuestro sacerdocio, que es ante todo ministerial, y al mismo tiempo, jerárquico.

Vínculo entre el orden sagrado y la Eucaristía

En esta Misa Crismal el presbiterio reunido en torno al obispo, en la persona de Cristo como cabeza, reafirmamos de manera visible el vínculo entre el orden sagrado y la Eucaristía.
Cuando Jesús dice a los apóstoles: “Haced esto en memoria mía”, Él constituye a los ministros de este sacramento en la Iglesia y a estos mismos ministros les ordena obrar en virtud del sacerdocio sacramental, recibido in persona christi. Se desprende pues la relación intrínseca entre Eucaristía y sacramento del orden.
Muy querido hermanos, habiéndose publicado recientemente la exhortación post sinodal Sacramentum Caritatis del Papa Benedicto XVI, pienso que es una buena ocasión para que renovemos esa unión sacerdocio y Eucaristía, piedad eucarística, devoción eucarística, cuidado de la misa, conocimiento de la liturgia, unidad entre el misterio, liturgia y rito, que la palabra que expreso, que el gesto que haga, conduzca al misterio que represento.

Es una ocasión muy querida por el Santo Padre en continuidad con el Siervo de Dios, Juan Pablo II, que en esa encíclica Ecclesia de Eucharistia dejó una Iglesia ya orientada hacia el culmen, la Eucaristía, el centro, la razón de ser de la Iglesia, de la vida del sacerdote.
Y para decirlo de una manera muy sencilla, si damos un buen crecimiento personal en lo que es devoción a la Eucaristía, cuidado de la Eucaristía, cuidado de la Santa Misa, incorporar al pueblo de Dios en una participación fructuosa. Solo con ese propósito bien vivido surge definitivamente una Iglesia llena de frutos, de fuerzas, de sacerdotes, de santidad. Una iglesia que el mundo de hoy está reclamando su presencia con mucha fuerza.

Si no hay sacerdotes, no hay Eucaristía

Por eso, he querido resaltar esta unidad, esta relación tan intensa entre nuestro sacerdocio y la Eucaristía. Somos conscientes, pero vale la pena recordarlo. Si no hay sacerdotes, no hay Eucaristía. Por lo tanto, la presencia del sacerdote en la Iglesia es vital, está en el designio divino, el Señor jamás abandonará a su pueblo, pero debemos asumir esa responsabilidad para preguntarnos ¿Qué puedo hacer yo, sacerdote, para despertar estas vocaciones sacerdotales, para el pueblo de Dios crezca y se edifique alrededor de la Eucaristía?

La misión principal, primera y fundamental, que recibimos es dar testimonio de que nos convertimos por nuestra acciones, palabras y modos de ser, en testigos de otro; y, ese otro es Cristo. Actualicemos el asombro que nos debe conmover al celebrar cada Santa Misa cuando pronunciamos las palabras de la consagración in persona Christi; es decir, cuando por el infinito don de Dios le prestamos nuestra voz y nuestras manos para renovar el misterio de la transubstanciación.
Somos más que un testigo, pero faltan palabras para poder expresar este misterio de in persona Christi. No nos acostumbremos nunca a tocar el cuerpo de Cristo, al decir las palabras de la consagración. Es un don de Dios, pero conviene que en este tema hagamos un poco de examen personal.

Sacerdote, mediador para que el amor de Dios llegue a los hombres


Se puede decir que el testimonio es el medio con el que la verdad del amor de Dios llega al hombre en la historia, invitándolo a acoger libremente esta novedad radical. Palabras de la exhortación reciente, el testimonio, lo que yo muestre como testigo es el medio –yo- por el que la verdad del amor de Dios llega al hombre. El Señor se pone en nuestras manos como mediadores para que su amor llegue a los hombres.

¡Tiembla el corazón!, ¡tremenda responsabilidad! Queridos hermanos, respetemos al misterio del amor de Dios. No son tiempos de sueño, de tibieza o de un sacerdote funcional. Pidámosle al Señor que tenga la capacidad de asombrarme, de que el corazón ¡tiemble!, como tembló en alguna ocasión al inicio en nuestra ordenación. Cuando tembló nuestro corazón al despedir a nuestra madre cuando moría en este mundo.
¡Cuántos momentos de la vida recordamos en que ese temblor del amor, del dolor, del asombro, ha hecho que experimentemos que tenemos esa riqueza que el Señor ha querido poner en nosotros! Qué tremenda responsabilidad al haber querido Dios hacernos corredentores; y en cierta forma hacer depender la salvación de las almas de nuestra correspondencia a la gracia.

Hoy, lo recuerdo con recientes palabras del Papa “que los sacerdotes sean conscientes de que nunca deben ponerse ellos mismos o sus opiniones en el primer plano de su ministerio, sino a Jesucristo. Esto se expresa particularmente en la humildad con la que el sacerdote dirige la acción litúrgica, obedeciendo y correspondiendo con el corazón y la mente al rito, evitando todo lo que pueda dar precisamente la sensación de un protagonismo inoportuno. Recomiendo –dice el Papa- al clero, profundizar siempre en la conciencia del propio ministerio eucarístico como un humilde servicio a Cristo y a su Iglesia”.

El celibato sacerdotal, bendición para la Iglesia

Hermanos, la belleza, la importancia de que esta belleza de la vida sacerdotal vivida en el celibato, es testimonio, es signo que expresa la dedicación total y exclusiva de Cristo a la Iglesia y al reino de Dios.

El celibato sacerdotal vivido con madurez, alegría y dedicación es una grandísima bendición para la Iglesia y para la sociedad misma. El sacerdote enamorado de Cristo, el sacerdote en esa madurez afectiva, en esa serenidad de ánimo; y en esa vibración apasionada por el amor a la Iglesia y a las almas, es una maravilla.
El testigo de Cristo goza de una especial credibilidad y autoridad; es decir, de autoridad moral. Los fieles esperan de Cristo la verdad, ¡la verdad que buscan es Cristo! Verdad que en estos tiempos de manera especial es una verdad que obliga, que es exigente, que salva, que es bella, que no es nuestra. El camino de cada alma es un misterio de amor, cuya iniciativa la tomó el mismo Dios al darnos la vida y luego por el bautismo, al elevarnos a la condición de hijos suyos por adopción.

Sólo la verdad genera un clima cristiano en el mundo

Todo esto, en un mundo que tiene muchas verdades, pero que ha perdido la verdad. Más que nunca la Iglesia nos pide con caridad, pero ¡la verdad!, porque esa es la que da frutos, es la que trae vocaciones, es la que convierte a las almas, es la que renueva la comunidad parroquial, es la que genera un clima cristiano en el mundo. Las verdades particulares terminan en el tiempo de modo inmediato, aunque tengan gran acogida.

Por ello, también les animo a que la homilía sea un auténtico reflejo de la palabra de Dios, previamente meditada e incorporada a nuestra vida personal. Palabra de Dios, palabra breve, no podemos ni por un momento oscurecer a Dios, poniéndonos nosotros en primer plano; no podemos empañar a quien sólo Él es bueno, a quien representamos, defraudaríamos el sano juicio de la gente, si proponemos soluciones cómodas, fáciles e incompletas; aunque sea acogidas.

Todos sabemos que la vida cristiana cuesta. Arrancar la palabra y la vida de la cruz ¡mata a la Iglesia! Y me refiero especialmente de lo que es la moral matrimonial ¿qué sacamos defraudando cuando la doctrina cristiana, el Magisterio y la tradición de siglos que nos enseña con claridad cuál es el camino?

Deber del sacerdote: promover una espiritualidad cristiana eucarística

No podemos rebajar, no podemos invitar a la comunión a la Iglesia entera si tenemos conciencia que no hay oportunidad de confesarnos, ¡qué grave deber! Los invito a poner la máxima atención en la promoción de una espiritualidad cristiana auténticamente eucarística. Promuevan, hermanos, la exposición del Santísimo sacramento en todos los templos de la ciudad, ¡bien atendidos, con seguridad, con dignidad! Recemos al dueño de la míes para que mande obreros.

La pastoral vocacional, en realidad, tiene que implicar a toda la comunidad cristiana en todos sus ámbitos. En síntesis, hace falta -sobre todo- tener la valentía de proponer a los jóvenes la radicalidad del seguimiento de Cristo, mostrando su atractivo. El mejor plan de promoción vocacional es el testimonio que dan los sacerdotes en su ministerio con su afán de santidad visible y lleno de ardor.
Acudo a nuestra Madre de la Misericordia, a nuestra señora de la Reconciliación, a la madre del sacerdote. Madre nuestra, coge nuestras manos débiles, coge nuestros corazones tantas veces inquietos y con ternura llévanos al encuentro de tu hijo Jesús. Allí escucharemos el latir de nuestro corazón sacerdotal. Míranos con compasión, no nos dejes, madre mía.

Con estas palabras, en este día solemne, me acerco a cada uno de ustedes para implorarles fidelidad, amor a la Eucaristía, unidad, afán de santidad. Vivamos ese misterio de la unidad del presbiterio con el obispo. ¡Que el Señor haga esos milagros! Que el mundo de hoy nos espera con un hambre ¡tremenda!

Estoy seguro que seguiremos este camino del Papa Benedicto XVI. Está impulsando la caridad, el amor, el auténtico. Solamente te pido, mantén ese corazón vivo para que el toque del perdón, del amor siga teniendo ese sacerdocio joven, vibrante, lleno de ilusión por cada Eucaristía.


(Homilía del Cardenal Juan Luis Cipriani
Misa Crismal, Miércoles, 4 de abril de 2007
Basílica Catedral de Lima )

1 comentario:

Anónimo dijo...

Jesús, danos sacerdotes santos!!!