En la convocatoria los obispos decíamos: “La Eucaristía, celebrada y prolongada en la adoración humilde, es el sacramento de la muerte y resurrección del Señor, que asegura su eficacia y actualidad.”
La Cuaresma es un tiempo en el que vivimos de forma “intensiva” la realidad de nuestra vida cristiana. En este tiempo litúrgico todo nos invita a tomar renovada conciencia del inmenso amor de Dios por nosotros. Amor manifestado en su voluntad de hacernos hijos, hermanos, familia. Amor que comparte la íntima comunión trinitaria y, por ello, nos hace partícipes de este proyecto de comunión. Pero también en la Cuaresma experimentamos la dureza de nuestro corazón y los muchos obstáculos que se interponen en el camino de la comunión ofrecida por Dios. Por ello nos sentimos llamados a la conversión; es decir a cambiar de vida para dejarnos tomar cada día más por el amor de Dios y a manifestarlo en el amor a los hermanos.
En cada Eucaristía celebrada con plena conciencia se actualiza este designio amoroso de Dios. El Padre nos regala a su Hijo, muerto y resucitado, para que por la fuerza del Espíritu Santo seamos todos sus hijos, más hermanos entre nosotros y miembros de su familia. Por ello al celebrar cada Eucaristía somos capacitados para corresponder al amor de Dios, en una creciente identificación con Cristo, obediente al Padre y servidor de los hermanos. Precisamente en esto consiste la conversión.
Desde esta perspectiva de fe, nunca vivimos con tanta plenitud lo que nos propone la Cuaresma como cuando celebramos la Eucaristía. El camino de la conversión cuaresmal pasa necesariamente por la Eucaristía. Así vida cristiana, vida cuaresmal y vida eucarística son-de alguna manera- sinónimos.
A través de la celebración eucarística, prolongada y profundizada en la adoración, el creyente experimenta la certeza del amor de Dios que le invita a participar de su vida de comunión trinitaria. La Cuaresma nos invita a avivar esta conciencia en la oración prolongada y la adoración, la meditación de la Palabra, la intimidad con el Señor. Como enseña Santa Teresa de Ávila, sólo “estando a solas con él” podemos acrecentar la certeza de su amistad.
Pero esta conciencia creyente del amor de Dios se encuentra con los obstáculos que se nos presentan a diario en el orden personal, familiar, comunitario, social para vivir esta propuesta de comunión. De aquí nace el anhelo y la práctica de la reconciliación que necesita verificarse en gestos concretos y comprometidos. La realidad de tantas familias divididas, los enfrentamientos entre diversos grupos y sectores que afectan a nuestra realidad social, y aún a la misma comunidad eclesial, nos urgen a un compromiso decidido a favor de la reconciliación. En este camino ocupa un lugar insustituible la Eucaristía ya que ella “es el Pan de la reconciliación que restaura la comunión de amor, recrea los vínculos fraternos y mueve a iniciativas reconciliadoras para reconstruir la amistad, la concordia, la unión y la paz..".
La conversión cuaresmal reclama la penitencia. Sin ella no hay posibilidad de reconciliación auténtica. Pero conviene tener presente que la penitencia cuaresmal no es una “gimnasia espiritual” destinada a autocomplacernos con nuestros propios logros; ni mucho menos es desprecio de los bienes creados. Se trata más bien del ejercicio de nuestra voluntad reconciliada, que vence nuestras tendencias egoístas y nos abre a Dios y a los hermanos. Por tanto se trata de un espíritu que caracteriza una práctica, un modo de relacionarse con Dios, con los hermanos y con las cosas de tal forma que todo se ordene a la comunión. El Sacramento de la Reconciliación nos hace más capaces para el espíritu y la práctica de la reconciliación; por ello es necesario celebrarlo con frecuencia y, de manera especial, en este tiempo. Los invito a todos a acercarse al sacramento y pido a los sacerdotes mucha disponibilidad para acoger a quienes deseen reconciliarse.
La conciencia del amor de Dios, actualizada en cada Eucaristía, y la práctica de la Reconciliación propias del tiempo cuaresmal nos abren a la solidaridad: “La Eucaristía alimenta e impulsa a los hermanos distantes al reencuentro. Pero también los hace profundamente solidarios, de manera que ya no vivan para sí mismos, sólo como individuos que se toleran, sino como miembros de un pueblo, que buscan activamente una patria fraterna y una sociedad solidaria. Porque los fieles pueden llegar a reconocer que sus vidas llegan a ser eucarísticas cuando dejan de pensar sólo en sí mismos y asumen el compromiso de transformar el mundo según el Evangelio...". La vida eucarística a la que nos está invitando esta Cuaresma nos estimula a ser creativos para descubrir nuevos caminos de solidaridad entre nosotros, como individuos y como comunidad cristiana. Es la “nueva imaginación de la caridad” de la que nos hablaba Juan Pablo II. Tanto más urgente cuanto muchas son las necesidades de quienes, muy cerca nuestro, están excluidos del banquete de la vida, de la dignidad, del trabajo, de la salud, de la vivienda, de la educación. Algunos índices alentadores en el campo económico no deben hacernos perder de vista la dolorosa situación de muchos hermanos que reclaman nuestro compromiso solidario. Recordemos que todavía siguen siendo altísimos los índices de pobreza e indigencia en nuestra patria.
Por ello en esta Cuaresma somos nuevamente invitados al gesto solidario, fruto de nuestras privaciones, que se canaliza a través de Caritas a favor de nuestros hermanos más pobres. La limosna cuaresmal se convierte así en un signo elocuente de una comunidad reconciliada y solidaria que encuentra en el rostro de los hermanos más pobres al Señor que celebra cotidianamente en la Eucaristía y proclama gozosamente resucitado en la Pascua. El aporte económico para Caritas nos compromete a todos; pero nuestra creatividad debe ir más allá para que esta Cuaresma esté signada por un real paso adelante en el camino solidario de nuestra Iglesia diocesana. También en esto se manifestará nuestra conversión.
La dinámica propia de este tiempo nos lleva hacia la Pascua y ésta culmina en el mandato misionero: “vayan y anuncien” (Mt 28). De la intensidad de nuestra vida eucarística, cultivada en esta Cuaresma, esperamos un renovado compromiso evangelizador de todo el pueblo de Dios en la diócesis y en la Nación: “La celebración eucarística impulsa el testimonio misionero y ninguna otra actividad vigoriza más a la Iglesia en su misión que la Eucaristía...La Eucaristía es el alimento del amor pastoral y del fervor evangelizador que necesita el Pueblo de Dios en la Argentina al inicio del nuevo milenio..." Una intensa vida eucarística debe generar en nosotros el deseo incontenible de contar a otros lo que hemos “visto y oído” (Hech 4,20). Hoy son muchos los que todavía no conocen a Jesucristo, o lo conocen mal o lo han conocido y lo han olvidado. El vigor de toda comunidad cristiana se verifica en su impulso misionero; la Cuaresma vivida eucarísticamente es el mejor estímulo para animarnos a la misión.
El fruto de una Cuaresma vivida en clave eucarística será una comunidad cristiana que vive más intensamente la comunión y, por ello, da testimonio de una vida más reconciliada, solidaria y misionera. Esta es la gracia que pido para todos en esta Pascua, por la intercesión de la Virgen Madre.
(Carta Pastoral del obispo de Rafaela, Mons. Carlos María Franzini, para la Cuaresma de 2004)
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