29 de septiembre de 2012

El 7 de octubre Benedicto XVI proclamará doctor de la Iglesia a San Juan de Avila



San Juan de Ávila (1499 -1569)

Nació en Almodóvar del Campo, España, sacerdote, formado en Salamanca y Ávila, y dedicado al cultivo espiritual de los sacerdotes y a la predicación al pueblo, fue el Maestro venerado de San Ignacio, Santa Teresa, San Pedro de Alcántara, San Juan de Dios, etc.

Dejó 27 sermones sobre la Eucaristía o el Corpus Christi, y el tratadito «Meditación del beneficio que nos hizo el Señor en el sacramento de la Eucaristía». En todo sermón eucarístico menciona a María, la Madre del Corpus Christi. Celebraba la Misa lentamente y muchas veces con lágrimas. Su sello personal, el que aparece en sus cartas, trae la figura del Santísimo expuesto. Fue el gran apóstol de la comunión frecuente e incluso diaria. Partiendo de la Eucaristía, urge mucho la santidad de los sacerdotes, en términos conmovedores.

Se lo representa muchas veces con un copón o una custodia eucarística.

La Presencia eucarística

Extractos de los escritos de San Juan de Ávila, doctor de la Iglesia (I)

La presencia de Cristo en la Eucaristía es real, con su cuerpo, alma y divinidad (cfr. Ser 37, 1031 ss). «El pan y el vino se convierten en cuerpo y sangre de Jesucristo» (Ser 36, 161ss). «Cosa nunca oída ni vista, que hallase Dios manera cómo, subiéndose al cielo, se quedase acá su misma persona por presencia real, encerrada y abreviada debajo de unos accidentes de pan y de vino; y con inefable amor dio a los sacerdotes ordenados... que, diciendo las palabras que el Señor dijo sobre el pan y el vino, hagan cada vez que quisieren lo mismo que el Señor hizo el Jueves Santo» (Ser 35, 217ss).

«El mismo Jesucristo se quedó por tu amor» (Ser 38, 360ss). Cristo está como «encerrado en un sagrario y encarcelado... por el grande amor que nos tiene. Él mismo se deja prender... en cárcel de amor. Quítale el amor con que allá está, y verás que es incomportable estar donde está» (Ser 43, 383ss). «Andaos llamando y convidando» (Ser 46, 665s). «La mejor prenda que tenía te dejó cuando subió allá, que fue el palio de su carne preciosa en memoria de su amor» (Amor, n.14, 544ss).

Por la fuerza de las palabras de la consagración, está el cuerpo o la sangre; pero consecuentemente está siempre cuerpo, sangre, alma y divinidad (Ser 46, 709ss). Aceptar este misterio es cuestión de fe y no de razonamiento: «O te has de quedar sin Él o tomarlo así escondido... Sí, en la menor partícula está tan entero como está allá en su reino» (Ser 46, 499ss). «Y mira que mientras menos entiendes este misterio, mayor es la merced que te hace» (Ser 38, 532s).

De esta presencia real y permanente mientras duran las especies de pan y vino, se sigue la adoración de los fieles: «No te hartes de mirarlo con entrañable amor, como a cosa tuya, y procura de honrarle» (Ser 36, 2069ss). Pone el ejemplo de los peregrinos que van a la Meca, que, según se decía, algunos se sacaban los ojos para ya no mirar nada más, después de haber visto «el zancarrón (hueso) de Mahoma» (ib.). El Maestro pide al concilio de Trento que provea para que se tenga sumo cuidado en los detalles del sagrario, «para su culto decente, así como relicario y sagrario donde está el Señor, y de la lámpara y cera, de palio y lo demás» (A Trento II, n.78, 3055ss).

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