5 de diciembre de 2009

El cuerpo y la sangre de Cristo, único pasaje

...Así, merced de la eucaristía, se realiza sin duda una permanencia y una continuidad de la presencia de Jesús en medio de los hombres.
Incluso, esta presencia es para nosotros la certidumbre de su retorno en gloria, pues Jesús vendrá de nuevo en persona, pero revestido de su cuerpo glorioso. Entonces, podremos verlo tal cual es (cfr. san Juan). Será otra vez y para siempre la persona de Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, la que se hará visible a nuestros ojos. Efectivamente en el transcurso de su vida terrestre, Jesús tenía la apariencia de un hombre (“Era en todo semejante a los hombres”, nos dice san Pablo). Se había de tal manera revestido de nuestra condición humana que resultaba imposible percibir su condición divina, fuera del ámbito de la fe y de quienes lo vieron de modo sensible sobre el Tabor. Muchos también se equivocaron a este respecto. Se decía de Él: Es el hijo de María y de José, el carpintero, así de simple. Se daba por sobreentendido: un hombre tal no puede ser el Hijo de Dios.
Y que los hombres de su tiempo no lo hayan reconocido como Dios, fue causa de que lo crucificaran: Este hombre blasfema. Sin embargo, Jesús les reclama que se fijen en sus obras: milagros, curaciones de todo género que atestiguan por cierto el poder divino que habita en Él. Pero, quienes lo crucificaron querían ver de manera sensible. Sin duda, esperaban hechos.
¡Qué cambio de mentalidad debían efectuar entonces los hombres de ese tiempo! ¡Igualmente grande es el cambio de mentalidad que debe llevarse a cabo en nosotros: un cambio que sin cesar nos convoca a pasar del nivel temporal al nivel sobrenatural! Aun cuando no seamos Ángeles, se trata de darse cuenta de que el mundo temporal no es mas que un trampolín para acceder al mundo sobrenatural.
Y de esto Jesús nos da el ejemplo. Jesús no es puro espíritu ya que, siendo Hijo de Dios, se hizo hombre. Y no será jamás un puro espíritu. Por la eternidad, y sin fin, estará revestido de su cuerpo glorioso. Así, para siempre, Él asume sin término esta doble naturaleza, humana y divina. Todo el misterio de la persona de Cristo se centra allí, y es una maravilla a nuestros ojos.
Sí, ahí reside el verdadero prodigio. Muchos no han querido verlo porque no presentaba resplandor visible. Resplandor incomparable, sin embargo, revelado sobre el monte Tabor a Pedro, Santiago y Juan, quienes entraron en la presencia gloriosa puesto que la nube los recubrió a los tres.
Sí, el prodigio verdadero esta todavía allí hasta el fin de los tiempos: en la eucaristía. Porque Jesús-Hombre se halla presente en ella. Pero esa presencia no sería posible si este Jesús-Hombre no fuese al mismo tiempo que contiene en sí toda la fuerza de vida y de resurrección que solo pertenecen a Dios.
Los hombres de nuestro tiempo, una multitud innumerable, lamentablemente no perciben esto, porque Jesús por su parte esta en la eucaristía sin resplandor visible. ¡Si por lo menos todos los cristianos, todos los bautizados se congregasen, se uniesen para vivir en el asombro y en la admiración de este misterio! Para vivir en la adoración del misterio de su Amor que vive en nosotros y entre nosotros hasta el fin de los tiempos, en su eucaristía.
Que lejos se está de vivir esta adoración fervorosa e incesante. Sin embargo, con la gracia de Dios y si lo queremos de verdad, podemos vivirla y participar de su desarrollo, de su difusión de su irradiación.
Si la vivimos habrá en ello como un anticipo de la venida de Jesús en la gloria. En todo caso, la estaremos preparando. La preparación del retorno de Cristo en la gloria tiene que ser un tiempo eucarístico.
En este sentido, en la adoración del cuerpo y de la sangre de Jesús en la eucaristía hay anticipación de su retorno, preparación y preparativos con un deseo ardiente.
El amor de adoración, es un anuncio profético del "cara a cara" que nos aguarda en la vida de gloria. El cuerpo y la sangre de Jesús son un pasaje obligado para acceder a la vida de gloria. Se comprenden así las palabras de Jesús cuando dice de sí:
Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn. 14,6). Transitar, como Jesús y con Él, por el camino real de la eucaristía. Necesitamos transformarnos en una Iglesia eucarística.
La Iglesia, que lleva en ella la eucaristía, esta en marcha hacia una nueva intervención de Dios: el retorno de la persona de Jesús en su gloria. No nos queda más que confiar en Él para tomar el buen pasaje. Llevando una vida eucarística lo tomaremos y, con Cristo, podremos pasar de este mundo a su Padre.
La vida de adoración, Marie-Benofte Angot

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