22 de diciembre de 2009

Adoración


No. No hemos tenido que pedir audiencia, ni cita, ni horario. No esperas fatigosas; ni pomposos secretarios; ni pasillos; ni antesalas; ni protocolo. No: no vestidos de etiqueta; ni preparar discursos; ni timidez; ni no saber como tratarle. Hemos simplemente venido; sin avisarle; quizá ni siquiera preparados; con el traje o vestido que usamos en el día; sin nerviosismos; con confianza -quizá con un poquito de demasiada y cachazuda confianza- y nos hemos sentado; o nos hemos arrodillado, sí, pero, a lo mejor –no: probablemente- sin renovar el asombro, el pasmo, la admiración, el temor y, a la vez, la ternura del agradecimiento. Porque, aquí, frente a nosotros –no el Papa, no la presidente, no un obispo, ni cualquier otro personajón de los deste mundo- porque, aquí, frente a nosotros, está Dios.
Dios: apenas cuatro letras para nombrarle. Un hombre, Jesús, donde amarlo. Un pequeño pedazo de pan para mirarlo y comerlo.
¿Qué más puede hacer para acercarse a nosotros? ¿Qué otra cosa podríamos exigirle?
Todos recordamos el terror respetuoso que sentían los antiguos frente a Él. Los judíos con el rostro en tierra; el monte Sinaí tronando tempestades entre humos y rayos; el rostro temible del Señor que no puede ser mirado. Su imponente obra creadora; su ser macizo e infinito; su perfección alucinante; su grandeza; su poder, su inteligencia. Solo pensarlo nos abruma. Dios: inmenso. Yo: una pulga. ¡Qué será verlo! ¡el tenerle enfrente!
Y, sin embargo, aquí está ahora, ante mí, y no estoy temblando. Ni estoy asustado, a sus pies, postrado en el piso. Ni me aniquila mi osadía de mirarlo a la cara.
¡Tu tienes la culpa, Señor! ¿A quién se le ocurre? ¡un Dios tan grande, hacerse un crío en los brazos de María! ¿A quién se le ocurre quedarse entre nosotros disfrazado de harina?
Si nos tomamos demasiado confianza; si pasamos delante de ti y quizá ni siquiera nos arrodillamos como corresponde; y si, frente a tu casa, por vergüenza u olvido o descuido, no nos signamos; si sabemos que esta aquí en los sagrarios y no te visitamos; si tantas veces solo y no te acompañamos; ¡es culpa tuya, Señor! ¿A quién se le ocurre, un pedazo de pan? ¡Nunca una espera, una antesala; recibiéndonos cuando se nos antoja, sin darte ni siquiera un cachito de importancia! ¿Cómo vas a hacerte respetar?
Y pan. ¡Humilde, pobre, blanco, pan!
Y eso que intentamos arreglarte un poco y te rodeamos de luces y de velas, de oro y de manteles, de sacerdotes estirados y de incienso. Pero, la cosa no tiene remedio porque ahí, en el centro del copón dorado, siempre lo mismo, la humildad del pan.
Señor, yo no entiendo mucho; pero, de ser Vos, me hubiera encarnado en tempestad, en viento, en rayo, en fuego; y no al alcance de las bocas, de la manos: ¡en alto pedestal; mentón erguido; soberano gesto!
Pero no: humilde pan, endeble miga, tenue espiga. ¿Cómo quieres que predique tu grandeza si te me haces niño, si te me haces trigo?
Nosotros necesitamos otras cosas: fanfarrias, tambores, vestidos largos, smoking, uniformes, plataformas, Rolex. Así nos hacemos respetar. Y que nos consideren, y que nos sonrían, y que nos aplaudan, y que nos digan ‘doctor', ‘señor', ‘Don', ‘ingeniero', ‘Excelencia', ‘Reverendo Padre'.
Claro, ya no como antes, porque hoy somos todos muy democráticos; pero ¡cómo nos gusta remarcar sutilmente las diferencias! Como aquel noble que, cuenta Manzoni, era tan humilde que preparaba una mesa para los pobres en su palacio y él mismo los servía. Pero jamás se le hubiese ocurrido sentarse y comer junto con ellos.
¡Enhiestos orgullos disfrazados de humildad! Como el cura aquel que, en la ceremonia del lavado de los pies, se enojó con uno de los doce pobres, porque, antes de la ceremonia, no se los había fregado con jabón.
Tu, Señor, en cambio, los sucios pies de Pedro, los pies de Juan, los de Tomás, Andrés, Santiago. Los pies de Judas. Mis propios sucios pies. Mis sucios pies del alma embarrados en tantos senderos equivocados; en los basurales del pecado; en la transpiración del pereza, la incuria, la mediocridad. De las canilla de tus manos y de tus pies, de la fuente de tu costado, sacas las sangre y el agua con que me lavas. ¡Pobre y despreciado Dios crucificado!
Sí: cómo pensarlo entonces ‘Dios' como nos enseña el catecismo y la filosofía: ‘Ser Supremo', ‘infinitud perfecta', ‘océano insondable e ilimitado de toda grandeza', ‘de todo poder', ‘de toda gloria', ‘de toda opulencia', ‘de toda belleza'… si insiste en lavarnos los pies. Si, en lugar de trono y de corona, cuelga ensangrentado de los ganchos de una cruz. Si, en vez de rayo y trueno, calla ensimismado en pan.
Como canta el poeta (1) español Félix José Reinoso :
“Y que, Señor, bajo ese opaco velo
la majestad se esconde,
el poder y esplendor que en luz ardiente
enciende y llena el anchuroso cielo?
¿Do el trono soberano?
¿Do está el alcázar? ¿Dónde
la corte que entre nube reverente
asiste a la deidad, de cuya mano
pende la tierra, a cuya vista airada
la mar huye espantada?
Tu bajas ¡oh! de tu esplendor desnudo,
a esta humilde morada
para habitar en el mortal mezquino,
para estrecharle en amoroso nudo.
¿Oh, Señor! ¿Qué es el hombre?
Prole infiel engendrada
en miseria y pecado, ¡Amor divino,
inmenso como Dios! ¿Así tu nombre,
tu omnipotencia y gloria y tu grandeza
se humilla a mi bajeza?
No ya, como en Horeb, de en medio al fuego
un acento imperioso:
‘Aparta', te dirá, ‘del lugar santo';
ni otra vez el mortal, entre humo ciego,
en trueno pavoroso
oirá la voz divina con espanto.
De sí pródigo Dios, al hombre, unido,
fue su víctima ya; y ora ¡oh portento!
ser quiere su alimento.
¿Cuál ¡oh! será la afortunada gente
a quien el rostro amable
su Dios así le muestre generoso?
Entonad, ¡oh mortales!, dulcemente
canto no interrumpido:
la piedad adorable
load, load del Dios que en delicioso
manjar se os da, ¡oh amor!, ¡Oh!, convertido
yo en ti viviere, el alma desmayada,
en dulzura anegada…
Oración:
Dios todopoderoso y eterno;, segunda Sagrada Persona de la Santa Trinidad; Verbo de Dios por quien todas las cosas fueron hechas y se sostienen en la existencia;, Tu que, para que no nos abrumemos, pequeñas creaturas, ante tu augusta presencia, permaneces entre nosotros velado en pan, haznos percibir siempre tu grandeza humillada por nosotros. Que nunca nos acostumbremos a tu convivencia. Que nuestro asombro y agradecimiento se renueve cada vez que nos acercamos así tan fácilmente a Ti Que tus audiencias en el sagrario, no por accesibles se nos transformen en vulgares. Que siempre estemos frente a ti confiados, pero nunca confianzudos. Que el amor increíble que así nos demuestras y el amor que queremos tenerte coexistan siempre con el respeto y reverencia que, como criaturas e hijos, Te debemos. Y, ante este sacramento donde abdicas toda pompa para bajarte a nosotros, haznos aprender la humildad.
Tu, que eres Dios y vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.
Oremos cinco minutos en silencio.

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