San Juan Pablo II enseña:
«No es lícito ni en el pensamiento, ni en la vida, ni en la acción quitar a
este Sacramento, verdaderamente santísimo, su dimensión plena y su significado
esencial. Es al mismo tiempo Sacramento-Sacrificio, Sacramento-Comunión, Sacramento-Presencia»
(Redemptor hominis 20).
Esta doctrina ha sido
central, concretamente, en la disciplina renovada del culto a la Eucaristía. «Los
fieles, cuando veneran a Cristo presente en el Sacramento, recuerden que esta
presencia proviene del Sacrificio y se ordena al mismo tiempo a la comunión
sacramental y espiritual» (Ritual 80). Esa íntima unión entre Sacrificio y
Sacramento se expresa, por ejemplo, en el hecho de que, al final de la
exposición, el ministro «tomando la custodia o el copón, hace en silencio la señal de la Cruz sobre el
pueblo» (ib. 99). El Corpus Christi de la custodia es el mismo cuerpo ofrecido
por nosotros en el sacrificio de la redención: el mismo cuerpo que ahora está
resucitado y glorioso.
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