El cardenal George
Pell, miembro del G-9 que asesora al Papa en la reforma de la Curia, ha escrito
un artículo que ha sido publicado en «The Catholic Thing», en el que asegura,
en relación a la polémica sobre la comunión de los adúlteros, «que una barrera insuperable
para aquellos que defienden una nueva disciplina doctrinal y pastoral para la
recepción de la Sagrada Comunión es la unanimidad casi total de dos mil años de
historia católica sobre este punto». El prelado recuerda que el cisma anglicano
llegó porque la Iglesia no accedió a legitimar el adulterio de Enrique VIII.
El cardenal indica que
es significativo que la enseñanza radical de Cristo sobre la indisolubilidad
del matrimonio aparece en el evangelio de Mateo (Mt19,6) poco después de su
insistencia a Pedro sobre la necesidad del perdón (Mt 18,21-35).
El prelado explica que
aunque es cierto que Jesucristo no condenó a la mujer adúltera que iba a ser
lapidada, tampoco le dijo que siguiera haciendo lo que le viniera en gana, sino
que le pidió que no pecara más.
Tras indicar que la
Iglesia Católica ha sido unánime en su rechazo del recasamiento de divorciados,
el purpurado australiano asegura que «es cierto que los ortodoxos tienen una
tradición duradera diferente, forzada originalmente sobre ellos por sus
emperadores bizantinos, pero esto nunca ha sido la práctica católica».
Se puede afirmar,
añade, que la disciplina de la Iglesia en los primeros siglos, antes del
concilio de Nicea, para castigar determinados pecados -asesinato, adulterio y
apostasía- era muy dura, porque se discutía si quienes los cometían podrían
recibir el perdón y ser reconciliados con la Iglesia una vez o nunca. Pero
ellos admitían que Dios podía perdonar a esos pecadores incluso aunque la
capacidad de la Iglesia para readmitirles a la comunión fuera limitada.
Aquella severidad, indica
el cardenal, era la norma cuando la Iglesia se expandía por todo el mundo a
pesar de ser perseguida. Tal situación «no puede ser ignorada», advierte el
cardenal Pell, de la misma manera que no se pueden ignorar «las enseñanzas de
Trento, las de San Juan Pablo II y las de Benedicto XVI». « ¿O acaso las
decisiones que siguieron al divorcio de Enrique VIII fueron equivocadas?»,
concluye el prelado.
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