–Adoremos a Cristo en
el Sacrificio y en el Sacramento. La adoración eucarística fuera de la Misa ha
de ser, en efecto, preparación y prolongación de la adoración de Cristo en la
misma celebración de la Eucaristía. Adoremos a Cristo, presente en la Eucaristía:
exaltemos al humillado. Es un deber glorioso e indiscutible, que los fieles
cristianos –cumpliendo la profecía del mismo Cristo– realizamos bajo la acción
del Espíritu Santo: «él [el Espíritu Santo] me glorificará» (Jn 16,14).
En ocasión muy solemne,
en el Credo del Pueblo de Dios, declara Pablo VI: «la única e indivisible
existencia de Cristo, Señor glorioso en los cielos, no se multiplica, pero por
el Sacramento se hace presente en los varios lugares del orbe de la tierra,
donde se realiza el sacrificio eucarístico. La misma existencia, después de
celebrado el sacrificio, permanece presente en el Santísimo Sacramento, el
cual, en el tabernáculo del altar, es como el corazón vivo de nuestros templos.
Por lo cual estamos obligados, por obligación ciertamente gratísima, a honrar
y adorar en la Hostia Santa que nuestros ojos ven, al mismo Verbo encarnado que
ellos no pueden ver, y que, sin embargo, se ha hecho presente delante de
nosotros sin haber dejado los cielos» (n. 26).
–Adoremos a Cristo en
exposiciones breves o prolongadas. Respecto a las exposiciones más prolongadas,
por ejemplo, las de Cuarenta Horas, el Ritual litúrgico de la Eucaristía
dispone:
«en las iglesias en que
se reserva habitualmente la Eucaristía, se recomienda cada año una exposición
solemne del santísimo Sacramento, prolongada durante algún tiempo, aunque no
sea estrictamente continuado, a fin de que la comunidad local pueda meditar y
orar más intensamente este misterio.
Pero esta exposición, con el
consentimiento del Ordinario del lugar, se hará sólamente si se prevé una
asistencia conveniente de fieles». «Póngase el copón o la custodia sobre
la mesa del altar. Pero si la exposición se alarga durante un tiempo
prolongado, y se hace con la custodia, se puede utilizar el trono o
expositorio, situado en un lugar más elevado; pero evítese que esté demasiado
alto y distante».
Ante el Santísimo
expuesto, el ministro y el acólito permanecen arrodillados, concretamente
durante la incensación. Y lo mismo, se entiende, el pueblo. Es el mismo
arrodillamiento que, siguiendo muy larga tradición, viene prescrito por la
Ordenación general del Misal Romano (2000) «durante la consagración» de la
Eucaristía (43).
–Adoremos a Cristo con
cantos y lecturas, con preces y silencio. «Durante la exposición, las preces,
cantos y lecturas deben organizarse de manera que los fieles atentos a la
oración se dediquen a Cristo, el Señor».
«Para alimentar la
oración íntima, háganse lecturas de la sagrada Escritura con homilía o breves
exhortaciones, que lleven a una mayor estima del misterio eucarístico. Conviene
también que los fieles respondan con cantos a la palabra de Dios. En momentos
oportunos, debe guardarse un silencio sagrado» (Ritual 95; cf. 89).
–Adoremos a Cristo,
rezando la Liturgia de las Horas. «Ante el santísimo Sacramento, expuesto
durante un tiempo prolongado, puede celebrarse también alguna parte de la
Liturgia de las horas, especialmente las Horas principales [laudes y vísperas].
«Por su medio, las
alabanzas y acciones de gracias que se tributan a Dios en la celebración de la
Eucaristía, se amplían a las diferentes horas del día, y las súplicas de la
Iglesia se dirigen a Cristo y por él al Padre en nombre de todo el mundo»
(Ritual 96). Las Horas litúrgicas, en efecto, están dispuestas precisamente
para «extender a los distintos momentos del día la alabanza y la acción de
gracias, así como el recuerdo de los misterios de la salvación, las súplicas y
el gusto anticipado de la gloria celeste, que se nos ofrecen en el misterio
eucarístico, “centro y cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana” (CD
30)» (Ordenación general de la Liturgia de las Horas 12).
–Adoremos a Cristo,
haciendo «visitas al Santísimo». En efecto, como dice Pío XII, «las piadosas y
aún cotidianas visitas a los divinos sagrarios», con otros modos de piedad
eucarística, «han contribuido de
modo admirable a la fe y a la vida sobrenatural de la Iglesia militante en la
tierra, que de esta manera se hace eco, en cierto modo, de la triunfante, que
perpetuamente entona el himno de alabanza a Dios y al Cordero “que ha sido
sacrificado” (Ap 5,12; +7,10). Por eso la Iglesia no sólo ha aprobado esos
piadosos ejercicios, propagados por toda la tierra en el transcurso de los
siglos, sino que los ha recomendado con su autoridad. Ellos proceden de la
sagrada liturgia, y son tales que, si se practican con el debido decoro, fe y
piedad, en gran manera ayudan, sin duda alguna, a vivir la vida litúrgica»
(Mediator Dei 165-166).
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