De la Carta Dominicae Cenae de Juan Pablo II:
Antes de pasar a observaciones más detalladas sobre el tema de la celebración del Santo Sacrificio, deseo recordar brevemente que el culto eucarístico constituye el alma de toda la vida cristiana. En efecto, si la vida cristiana se manifiesta en el cumplimiento del principal mandamiento, es decir, en el amor a Dios y al prójimo, este amor encuentra su fuente precisamente en el Santísimo Sacramento, llamado generalmente Sacramento del amor.
La Eucaristía significa esta caridad, y por ello la recuerda, la hace presente y al mismo tiempo la realiza. Cada vez que participamos en ella de manera consciente, se abre en nuestra alma una dimensión real de aquel amor inescrutable que encierra en sí todo lo que Dios ha hecho por nosotros los hombres y que hace continuamente, según las palabras de Cristo: «Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también». Junto con este don insondable y gratuito, que es la caridad revelada hasta el extremo en el sacrificio salvífico del Hijo de Dios —del que la Eucaristía es señal indeleble— nace en nosotros una viva respuesta de amor. No sólo conocemos el amor, sino que nosotros mismos comenzamos a amar. Entramos, por así decirlo, en la vía del amor y progresamos en este camino. El amor que nace en nosotros de la Eucaristía, se desarrolla gracias a ella, se profundiza, se refuerza.
El culto eucarístico es, pues, precisamente expresión de este amor, que es la característica auténtica y más profunda de la vocación cristiana. Este culto brota del amor y sirve al amor, al cual todos somos llamados en Cristo Jesús. Fruto vivo de este culto es la perfección de la imagen de Dios que llevamos en nosotros, imagen que corresponde a la que Cristo nos ha revelado. Convirtiéndonos así en adoradores del Padre «en espíritu y verdad», maduramos en una creciente unión con Cristo, estamos cada vez más unidos a Él y —si podemos emplear esta expresión— somos más solidarios con Él.
La doctrina de la Eucaristía, «signo de unidad» y «vínculo de caridad», enseñada por San Pablo, ha sido luego profundizada en los escritos de tantos santos, que son para nosotros un ejemplo vivo de culto eucarístico. Hemos de tener siempre esta realidad ante los ojos y, al mismo tiempo, debemos esforzarnos continuamente para que también nuestra generación añada a esos maravillosos ejemplos del pasado otros ejemplos nuevos, no menos vivos y elocuentes, que reflejen la época a la que pertenecemos.
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