Se celebra hoy también la Jornada de la Vida consagrada. Presentamos a continuación una homilía de Juan Pablo II con ocasión de esta fiesta. Recemos hoy ante Jesús Eucaristía recordando a tantos hermanos y hermanas que con generosidad entregan sus vidas.
"En esta fiesta celebramos el misterio de la consagración: consagración de Cristo, consagración de María, y consagración de todos los que siguen a Jesús por amor al Reino.
Me alegra poder encontrarme con vosotros, amadísimos hermanos y hermanas que un día, cercano o lejano, os habéis entregado totalmente al Señor en la opción de la vida consagrada. Al dirigiros a cada uno mi afectuoso saludo, pienso en las maravillas que Dios ha realizado y realiza en vosotros, "atrayendo a sí" toda vuestra existencia. Alabo con vosotros al Señor, porque es Amor tan grande y hermoso, que merece la entrega inestimable de toda la persona en la insondable profundidad del corazón y en el desarrollo de la vida diaria a lo largo de las diversas edades.
Vuestro "Heme aquí", según el modelo de Cristo y de la Virgen María, está simbolizado por los cirios que han iluminado esta tarde la basílica vaticana. La fiesta de hoy está dedicada de modo especial a vosotros, que en el pueblo de Dios representáis con singular elocuencia la novedad escatológica de la vida cristiana. Vosotros estáis llamados a ser luz de verdad y de justicia; testigos de solidaridad y de paz
Gracias, ante todo, por la oración. ¡Cuántas comunidades contemplativas, dedicadas totalmente a la oración, llaman noche y día al corazón del Dios de la paz, contribuyendo a la victoria de Cristo sobre el odio, sobre la venganza y sobre las estructuras de pecado!
Además de la oración, muchos de vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, construís la paz con el testimonio de la fraternidad y de la comunión, difundiendo en el mundo, como levadura, el espíritu evangélico, que hace crecer a la humanidad hacia el reino de los cielos. ¡Gracias también por esto!
No faltan tampoco religiosos y religiosas que, en múltiples fronteras, viven su compromiso concreto por la justicia, trabajando entre los marginados, interviniendo en las raíces de los conflictos y contribuyendo así a edificar una paz fundamental y duradera. Dondequiera que la Iglesia está comprometida en la defensa y en la promoción del hombre y del bien común, allí también estáis vosotros, queridos consagrados y consagradas. Vosotros, que, para ser totalmente de Dios, sois también totalmente de los hermanos. Toda persona de buena voluntad os lo agradece mucho.
El icono de María, que contemplamos mientras ofrece a Jesús en el templo, prefigura el de la crucifixión, anticipando también su clave de lectura: Jesús, Hijo de Dios, signo de contradicción. En efecto, en el Calvario se realiza la oblación del Hijo y, junto con ella, la de la Madre. Una misma espada traspasa a ambos, a la Madre y al Hijo (cf. Lc 2, 35). El mismo dolor. El mismo amor
A lo largo de este camino, la Mater Jesu se ha convertido en Mater Ecclesiae. Su peregrinación de fe y de consagración constituye el arquetipo de la de todo bautizado. Lo es, de modo singular, para cuantos abrazan la vida consagrada.
¡Cuán consolador es saber que María está a nuestro lado, como Madre y Maestra, en nuestro itinerario de consagración! No sólo nos acompaña en el plano simplemente afectivo, sino también, más profundamente, en el de la eficacia sobrenatural, confirmada por las Escrituras, la Tradición y el testimonio de los santos, muchos de los cuales siguieron a Cristo por la senda exigente de los consejos evangélicos.
Oh María, Madre de Cristo y Madre nuestra, te damos gracias por la solicitud con que nos acompañas a lo largo del camino de la vida, y te pedimos: preséntanos hoy nuevamente a Dios, nuestro único bien, para que nuestra vida, consumada por el Amor, sea sacrificio vivo, santo y agradable a él. Así sea.
"En esta fiesta celebramos el misterio de la consagración: consagración de Cristo, consagración de María, y consagración de todos los que siguen a Jesús por amor al Reino.
Me alegra poder encontrarme con vosotros, amadísimos hermanos y hermanas que un día, cercano o lejano, os habéis entregado totalmente al Señor en la opción de la vida consagrada. Al dirigiros a cada uno mi afectuoso saludo, pienso en las maravillas que Dios ha realizado y realiza en vosotros, "atrayendo a sí" toda vuestra existencia. Alabo con vosotros al Señor, porque es Amor tan grande y hermoso, que merece la entrega inestimable de toda la persona en la insondable profundidad del corazón y en el desarrollo de la vida diaria a lo largo de las diversas edades.
Vuestro "Heme aquí", según el modelo de Cristo y de la Virgen María, está simbolizado por los cirios que han iluminado esta tarde la basílica vaticana. La fiesta de hoy está dedicada de modo especial a vosotros, que en el pueblo de Dios representáis con singular elocuencia la novedad escatológica de la vida cristiana. Vosotros estáis llamados a ser luz de verdad y de justicia; testigos de solidaridad y de paz
Gracias, ante todo, por la oración. ¡Cuántas comunidades contemplativas, dedicadas totalmente a la oración, llaman noche y día al corazón del Dios de la paz, contribuyendo a la victoria de Cristo sobre el odio, sobre la venganza y sobre las estructuras de pecado!
Además de la oración, muchos de vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, construís la paz con el testimonio de la fraternidad y de la comunión, difundiendo en el mundo, como levadura, el espíritu evangélico, que hace crecer a la humanidad hacia el reino de los cielos. ¡Gracias también por esto!
No faltan tampoco religiosos y religiosas que, en múltiples fronteras, viven su compromiso concreto por la justicia, trabajando entre los marginados, interviniendo en las raíces de los conflictos y contribuyendo así a edificar una paz fundamental y duradera. Dondequiera que la Iglesia está comprometida en la defensa y en la promoción del hombre y del bien común, allí también estáis vosotros, queridos consagrados y consagradas. Vosotros, que, para ser totalmente de Dios, sois también totalmente de los hermanos. Toda persona de buena voluntad os lo agradece mucho.
El icono de María, que contemplamos mientras ofrece a Jesús en el templo, prefigura el de la crucifixión, anticipando también su clave de lectura: Jesús, Hijo de Dios, signo de contradicción. En efecto, en el Calvario se realiza la oblación del Hijo y, junto con ella, la de la Madre. Una misma espada traspasa a ambos, a la Madre y al Hijo (cf. Lc 2, 35). El mismo dolor. El mismo amor
A lo largo de este camino, la Mater Jesu se ha convertido en Mater Ecclesiae. Su peregrinación de fe y de consagración constituye el arquetipo de la de todo bautizado. Lo es, de modo singular, para cuantos abrazan la vida consagrada.
¡Cuán consolador es saber que María está a nuestro lado, como Madre y Maestra, en nuestro itinerario de consagración! No sólo nos acompaña en el plano simplemente afectivo, sino también, más profundamente, en el de la eficacia sobrenatural, confirmada por las Escrituras, la Tradición y el testimonio de los santos, muchos de los cuales siguieron a Cristo por la senda exigente de los consejos evangélicos.
Oh María, Madre de Cristo y Madre nuestra, te damos gracias por la solicitud con que nos acompañas a lo largo del camino de la vida, y te pedimos: preséntanos hoy nuevamente a Dios, nuestro único bien, para que nuestra vida, consumada por el Amor, sea sacrificio vivo, santo y agradable a él. Así sea.
De la homilía de S.S. Juan Pablo II en la fiesta de la Presentación del Señor - Sábado 2 de febrero de 2002
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