13 de febrero de 2011

Adoración


Sí, Jesús tiene sed de vos, de estar con vos. Tiene sed de darte todo, TODO. Tiene sed de que seas inmensamente feliz, de que estés contento. Tiene sed de darte su PAZ. Tiene sed de acompañarte en tus luchas. Tiene sed de estar siempre, siempre al lado tuyo. Jesús tiene sed de que creas en su Corazón, de que creas realmente que su Corazón es tuyo… Jesús tiene sed que tu corazón sea grande como el suyo; tiene sed de que tu corazón unido al de Él en la Eucaristía, ame mucho. Jesús tiene sed de que sueñes con cosas grandes, tiene sed de que te animes a confiar ciegamente en Él… En realidad, tu sed de ser feliz, tu sed de Dios, es su sed, es su sed de que seas feliz, es su sed de amarte hasta la muerte. Tu sed es la de Jesús! Él tiene sed realmente de que tu corazón lata para siempre con el tuyo…

Dice Jesús: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.” (Jn 6, 54)

¿Qué esperás para abandonarte totalmente en Áquel que te dio todo, todo, hasta su propia Vida? No te digo que no tengas dudas o miedos, sino que lo mirés siempre a Él, que lo busques siempre a Él, que te apoyes siempre en Él, que te agarres bien fuerte de Él en la Eucaristía. Cada segundo, cada latido de tu corazón, dáselo, ofrecéselo, confiá… Él VIVE! Está enfrente tuyo, dejate tomar, envolver completamente por su Presencia real en la Eucaristía… Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo, el Señor, entregados para vos. Hasta la última gota, fue, y es para vos… Cristo es tuyo… Él se te dio, porque quiso, quiso y quiere seguir siendo tuyo… Ahí está. Alabémoslo, bendigámoslo, porque quiere hacer maravillas en nosotros…


“Bendito sea Dios,
Padre de Nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en Cristo
con toda clase de bienes espirituales en el cielo,
y nos ha elegido en Él,
desde antes de la creación del mundo,
para que fuéramos santos e irreprochables
en su Presencia, por el amor.” (Ef 1,3)


Este tratadito -Déjate amar– es una carta. Una especie de carta-testamento que sor Isabel escribió para su priora, la Madre Germana, durante los últimos días de su vida. Lo hizo lentamente, conforme se lo permitía su debilidad física. Por expreso deseo de sor Isabel, la Madre Germana tenía que leerla ante su féretro.
Se diría que es una carta solemne. Escrita por alguien que es profundamente consciente de que la está escribiendo en un momento sumamente «grave y solemne» de su vida -a Ias puertas de la eternidad- y de que no puede «perder el tiempo». Es más, una carta escrita para decirle a su priora «lo que Dios, en horas de profundo recogimiento y de trato unificador, le ha hecho comprender». Al hacerlo, sor Isabel la humilde se siente «portavoz de Dios».

A la Madre Germana de Jesús
Priora de la comunidad
J.M. t J.T.
Madre querida, mi sacerdote santo:
Cuando lea estas líneas, su pequeña Alabanza de gloria ya no cantará en esta tierra, sino que vivirá en el inmenso Hogar del amor. Usted podrá, pues, creerla y escucharla como si fuese «el portavoz» de Dios.
Madre querida, yo quisiera decirle todo lo que usted ha sido para mi. Pero la hora es tan grave, tan solemne, que no quiero perder el tiempo diciéndole cosas que creo que las empequeñecería si quisiera expresarlas en palabras.
Lo que va a hacer su hija es revelarle lo que siente, o, para decirlo con mayor verdad: lo que su Dios, en horas de profundo recogimiento y de trato unificador, le ha hecho comprender

«El Señor la ama enormemente». La ama con aquel amor de predilección que el Maestro tuvo aquí en la tierra a algunas personas y que las llevó tan alto. El no le dice como a Pedro: «¿Me amas más que éstos?» [Jn 21,15]. Madre, escuche lo que a usted le dice: «Déjate amar más que éstos!». Es decir, sin temer que algún obstáculo pueda ser obstáculo para ello, pues yo soy libre de derramar mi amor sobre quien me plazca.
Déjate amar más que éstos»: ésta es tu vocación. Siendo fiel a ella, me harás feliz, pues así ensalzarás el poder de mi amor. Y ese amor podrá rehacer lo que tú hayas deshecho. «Déjate amar más que éstos».

Si usted supiera, Madre amadísima, con qué evidencia percibo los planes de Dios sobre su alma... Se me presentan con inmensa claridad, y comprendo también que allá en el cielo voy a ejercer a mi vez un sacerdocio sobre su alma. Es el Amor quien me asocia a la obra que El realiza en usted... ¡Qué grande, Madre, y qué adorable es esa obra por parte de Dios! ¡Y qué sencilla para usted! Y eso es precisamente lo que la hace más luminosa.
Madre, déjese amar más que los demás. Eso lo explica todo y evita que el alma se asombre...

Su pequeña hostia, si usted se lo permite, pasará su cielo en lo más hondo de su alma: la mantendrá a usted en comunión con el Amor y creyendo en el Amor, y ésa será la señal de que morará en usted. ¡En qué gran intimidad vamos a vivir!
Madre querida, que su vida transcurra también en el cielo, donde yo cantaré en nombre suyo el Sanctus eterno. Yo no haré nada sin usted ante el trono de Dios: usted sabe muy bien que yo llevo su impronta y que algo de usted ha comparecido con su hija ante el Rostro de Dios. Le pido también -usted me lo ha permitida- que no haga nada sin mi.
Vendré a vivir en usted, y entonces yo seré su madrecita: la instruirá, para que mi visión beatifica le sea de provecho, para que usted participe de ella y para que usted también viva la vida de los bienaventurados...

Madre adorada, Madre predestinada para mí desde toda la eternidad, al partir, yo le lego la que fue mi vocación en el seno de la Iglesia militante y que ejerceré en adelante sin cesar en la Iglesia triunfante: ser «Alabanza de gloria de la Santísima Trinidad».
Madre, «déjese amar más que éstos». Así quiere su Maestro que usted sea alabanza de gloria. Él se alegra de poder construir en usted, mediante Su amor, para Su gloria. Y quiere hacerlo Él solo, aunque usted no haga nada para merecer esa gracia, a no ser lo que sabe hacer la criatura: obras de pecado y de miseria... Él la ama así. Él la ama «más que a éstos». Él lo hará todo en usted y llegará hasta el final. Pues cuando Él ama a un alma hasta ese punto y de esa manera, cuando la ama con un amor inmutable y creador, con un amor libre que todo lo transforma según su beneplácito, ¡entonces esa alma volará muy alto!

Madre, la fidelidad que el Maestro le pide consiste en vivir en comunión con el Amor, en desaparecer y arraigarse en ese Amor que quiere sellar su alma con el sello de su poder y de su grandeza.
Usted nunca será una del montón si vive alerta al Amor. Y en las horas en que lo único que sienta sea abatimiento y cansancio, aún le seguirá agradando si permanece fiel en creer que Él sigue actuando, que Él la ama a pesar de todo, e incluso más, porque su amor es libre y es así como quiere ser ensalzado en usted. Y entonces usted se dejará amar «más que éstos».
Eso es, creo yo, lo que quieren decir esas palabras... ¡Viva en lo más hondo de su alma! Mi Maestro me hace comprender con toda claridad que ahí quiere hacer maravillas. Dios la ha llamado para rendir homenaje a la Simplicidad del Ser divino y para exaltar el poder de su Amor.
Crea a Su «portavoz» y lea estas líneas como venidas de Él.

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