24 de febrero de 2011

San Pedro Julián Eymard y sus consejos espirituales sobre la adoración:


San Pedro Julián Eymard y sus consejos espirituales sobre la adoración:

“La adoración eucarística tiene como fin la persona divina de nuestro Señor Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento. Él está vivo, quiere que le hablemos, Él nos hablará. Y este coloquio que se establece entre el alma y el Señor es la verdadera meditación eucarística, es -precisamente- la adoración. Dichosa el alma que sabe encontrar a Jesús en la Eucaristía y en la Eucaristía todas las cosas...”.

“Que la confianza, la simplicidad y el amor los lleven a la adoración”.

“Comiencen sus adoraciones con un acto de amor y abrirán sus almas deliciosamente a la acción divina. Es por el hecho de que comienzan por ustedes mismos que se detienen en el camino. Pues, si comienzan por otra virtud y no por el amor van por un falso camino… El amor es la única puerta del corazón”.

“Vean la hora de adoración que han escogido como una hora del paraíso: vayan como si fueran al cielo, al banquete divino, y esta hora será deseada, saludada con felicidad. Retengan dulcemente el deseo en su corazón. Digan: “Dentro de cuatro horas, dentro de dos horas, dentro de una hora iré a la audiencia de gracia y de amor de Nuestro Señor. Él me ha invitado, me espera, me desea”.


“Vayan a Nuestro Señor tal como son, vayan a Él con una meditación natural. Usen su propia piedad y amor antes de servirse de libros. Busquen la humildad del amor. Que un libro pío los acompañe para encauzarlos en el buen camino cuando el espíritu se vuelve pesado o cuando los sentidos se embotan, eso está bien; pero, recuerden, nuestro buen Maestro prefiere la pobreza de nuestros corazones a los más sublimes pensamientos y afecciones que pertenecen a otros”.

“El verdadero secreto del amor es olvidarse de sí mismo, como el Bautista, para exaltar y glorificar al Señor Jesús. El verdadero amor no mira lo que él da sino aquello que merece el Bienamado”.

“No querer llegarse a Nuestro Señor con la propia miseria o con la pobreza humillada es, muy a menudo, el fruto sutil del orgullo o de la impaciencia; y sin embargo, es esto que el Señor más prefiere, lo que Él ama, lo que Él bendice”.

“Como sus adoraciones son bastante imperfectas, únanlas a las adoraciones de la Santísima Virgen”.

“Se están con aridez, glorifiquen la gracia de Dios, sin la cual no pueden hacer nada; abran sus almas hacia el cielo como la flor abre su cáliz cuando se alza el sol para recibir el rocío benefactor. Y si ocurre que están en estado de tentación y de tristeza y todo los lleva a dejar la adoración bajo el pretexto de que ofenden a Dios, que lo deshonran más de lo que lo sirven, no escuchen esas tentaciones. En estos casos se trata de adorar con la adoración de combate, de fidelidad a Jesús contra ustedes mismos. No, de ninguna manera le disgustan. Ustedes alegran a Su Maestro que los contempla. Él espera nuestro homenaje de la perseverancia hasta el último minuto del tiempo que debemos consagrarle”.

“Oren en cuatro tiempos: Adoración, acción de gracias, reparación, súplicas”.

“El santo Sacrificio de la Misa es la más sublime de las oraciones. Jesucristo se ofrece a su Padre, lo adora, le da gracias, lo honra y le suplica a favor de su Iglesia, de los hombres, sus hermanos y de los pobres pecadores. Esta augusta oración Jesús la continúa por su estado de víctima en la Eucaristía. Unámonos entonces a la oración de Nuestro Señor; oremos como Él por los cuatro fines del sacrificio de la Misa: esta oración reasume toda la religión y encierra los actos de todas las virtudes...”:

“1. Adoración: Si comienzan por el amor terminarán por el amor. Ofrezcan su persona a Cristo, sus acciones, su vida. Adoren al Padre por medio del Corazón eucarístico de Jesús. Él es Dios y hombre, su Salvador, su hermano, todo junto. Adoren al Padre Celestial por su Hijo, objeto de todas sus complacencias, y su adoración tendrá el valor de la de Jesús: será la suya.

2. Acción de gracias: Es el acto de amor más dulce del alma, el más agradable a Dios; y el perfecto homenaje a su bondad infinita. La Eucaristía es, ella misma, el perfecto reconocimiento. Eucaristía quiere decir acción de gracias: Jesús da gracias al Padre por nosotros. Él es nuestro propio agradecimiento. Den gracias al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo...

3. Reparación: por todos los pecados cometidos contra su presencia eucarística. Cuánta tristeza es para Jesús la de permanecer ignorado, abandonado, menospreciado en los sagrarios. Son pocos los cristianos que creen en su presencia real, muchos son los que lo olvidan, y todo porque Él se hizo demasiado pequeño, demasiado humilde, para ofrecernos el testimonio de su amor. Pidan perdón, hagan descender la misericordia de Dios sobre el mundo por todos los crímenes...

4. Intercesión: súplicas: Oren para que venga su Reino, para que todos los hombres crean en su presencia eucarística. Oren por las intenciones del mundo, por sus propias intenciones. Y concluyan su adoración con actos de amor y de adoración. El Señor en su presencia eucarística oculta su gloria, divina y corporal, para no encandilarnos y enceguecernos. Él vela su majestad para que osen ir a Él y hablarle como lo hace un amigo con su amigo; mitiga también el ardor de su Corazón y su amor por ustedes, porque sino no podrían soportar la fuerza y la ternura. No los deja ver más que su bondad, que filtra y sustrae por medio de las santas especies, como los rayos del sol a través de una ligera nube.

El amor del Corazón se concentra; se lo encierra para hacerlo más fuerte, como el óptico que trabaja su cristal para reunir en un solo punto todo el calor y toda la luz de los rayos solares. Nuestro Señor, entonces, se comprime en el más pequeño espacio de la hostia, y como se enciende un gran incendio aplicando el fuego brillante de una lente sobre el material inflamable, así la Eucaristía hace brotar sus llamas sobre aquellos que participan en ella y los inflama de un fuego divino... Jesús dijo: «He venido a traer fuego sobre la tierra y cómo quisiera que este fuego inflamase el universo». «Y bien, este fuego divino es la Eucaristía», dice san Juan Crisóstomo. Los incendiarios de este fuego eucarístico son todos aquellos que aman a Jesús, porque el amor verdadero quiere el reino y la gloria de su Bienamado”.

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