12 de marzo de 2011

"Conviértanse a mí de todo corazón"


“La Eucaristía, celebrada y prolongada en la adoración humilde, es el sacramento de la muerte y resurrección del Señor, que asegura su eficacia y actualidad.” En cada Eucaristía celebrada con plena conciencia se actualiza este designio amoroso de Dios. El Padre nos regala a su Hijo, muerto y resucitado, para que por la fuerza del Espíritu Santo seamos todos sus hijos, más hermanos entre nosotros y miembros de su familia. Por ello al celebrar cada Eucaristía somos capacitados para corresponder al amor de Dios, en una creciente identificación con Cristo, obediente al Padre y servidor de los hermanos. Precisamente en esto consiste la conversión. Desde esta perspectiva de fe, nunca vivimos con tanta plenitud lo que nos propone la Cuaresma como cuando celebramos la Eucaristía. El camino de la conversión cuaresmal pasa necesariamente por la Eucaristía. Así vida cristiana, vida cuaresmal y vida eucarística son-de alguna manera- sinónimos.

Desgrabación de la homilía del Cardenal Jorge M. Bergoglio SJ, arzobispo de Buenos Aires, al comenzar la Cuaresma 2011:
La práctica de la Cuaresma empieza con este rito de la imposición de la ceniza, recordándonos lo que fuimos: tierra… barro… Dios nos creó de ahí. Y lo que vamos a ser: ceniza. Pero sería muy triste considerar que eso es todo. Fuimos tierra tomada por manos amorosas y un Dios que nos sopló y nos dio vida; y al soplarnos puso su esperanza en nosotros porque Dios espera de nosotros. Y seremos ceniza pero ceniza que lleva huellas del amor que nosotros hayamos dado en la tierra. Entonces la Cuaresma, encuadrada con este principio, nos habla del amor con que fuimos creados y del amor que tenemos que llevarnos y dejar al final.

La penitencia más la oración, el ayuno. El despojo de manera de limosna que hagamos en la Cuaresma no es un masoquismo (“Señor, soy malo y me pellizco para ser mas bueno”) sino es desarrugarnos el corazón que el egoísmo nos va achicando, por eso todos los años la Iglesia nos dice: “Mirá mas allá, mirá al horizonte, Dios no te hizo para que tengas un corazón mas arrugado, Dios no te hizo para el egoísmo ni para vos sólo sino que te hizo para el amor”. Y por eso San Pablo empieza este sermón tan lindo, que es como el lema de la Cuaresma, diciendo: “Por eso les suplicamos en nombre de Cristo, déjense reconciliar con Dios”… es como el clamor cuaresmal… dejate reconciliar con Dios.

“Padre, pero yo no estoy peleado con Dios”… No, pero por ahí tenés el corazón arrugado porque al igual que los hipócritas a los que Jesús se refería en el Evangelio, quizá te estés mirando demasiado a vos mismo centrado en tus comodidades, en tus cosas y entonces Dios queda apartado… Dejate reconciliar con Dios! O el otro llamado tan lindo del profeta Joel que le dice a su pueblo: ”Dice el Señor, vuelvan a mí de todo corazón. Desgarren su corazón y no sus vestiduras. Vuelvan al Señor su Dios”. Es decir, éste es como el lema de la Cuaresma: Dejémonos reconciliar con Dios, es Jesús el que nos reconcilia ¡! Démosle lugar a Jesús para que nos reconcilie y volvamos al Señor con todo el corazón.

Esto por medio de una conducta un poco más acentuada que nos despegue del egoísmo, que nos desarruge el corazón, que nos abra el horizonte!. La Cuaresma no es para estar triste, con cara de lánguida (como dice Jesús en el Evangelio) sino es para mirar ese horizonte de amor y abrir nuestro corazón, dejar que surjan esas ansias de algo grande…

Hace un tiempo leí una parábola que escribió un monje y que me ilumina mucho sobre que es esto de arrugar el corazón y como a veces el mundo tiende a reprimirnos sobre nosotros mismos. La parábola dice así: Unos chicos subiendo una montaña encontraron un nido de águila con un huevo y lo bajaron. Después se preguntaron que hacer con el huevo y uno de los chicos propuso que lo llevaran a su casa ya que tenía una pava que estaba empollando. Y pusieron el huevo con los que la pava estaba empollando. Nacieron los pichones… todos iguales… fueron creciendo… pero el pichoncito de águila se comportaba distinto a los demás y cuando los pichones de la pava caminaban mirando el suelo, él miraba al cielo y sentía algo… y su vida que era para volar alto, como no tuvo quien le enseñara a volar, pasó en la pavada, entre los pavos…

Junto a este llamado de “Dejate reconciliar con Dios” y “Volvé a Dios con todo tu corazón” también podemos hacernos esta pregunta (que los porteños entendemos bien): Estoy en la pavada o tengo ansias de volar alto? Estoy atado a un rebaño que va ciego haciendo lo que todo el mundo hace, buscando solamente la propia satisfacción, concentrado en mí mismo o miro mas arriba para volar alto? Te aseguro que si en esta Cuaresma mirás más arriba, orando más, despojándote más de cosas que te entretienen mal, es decir ese ayuno de cosas que te permiten aprovechar ese tiempo para hacer una obra buena como visitar un enfermo, acompañar a los chicos, escuchar a tu papá o a tu abuelo que siempre repite lo mismo… Despojate del egoísmo y mirá a tu alrededor para ver de que te podés despojar para ayudar al que necesita la limosna. Si hacés esto en esta Cuaresma tu corazón va a mirar más arriba y te vas a encontrar con una gran sorpresa al final.

Que tu corazón arrugado, que ya prácticamente era una tumba, va a sentir como esa tumba fue testigo de alguien que resucitó para salvarte; te vas a encontrar con Jesús vivo. Así que iniciemos la Cuaresma con este sano optimismo, con esta gran esperanza: Dejate reconciliar con Dios, volvé al Señor con todo tu corazón, dejate desarrugar el corazón y mirá hacia arriba. El resto lo hace El. Tené confianza.

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