«Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y Él te daría Agua Viva» (Jn 4, 10)
Monición de entrada:
Todos los seres humanos vivimos, a diario, la experiencia de la sed. Quien lleva horas sin beber, caminando en pleno verano o postrado en cama, parece que va a morir de sed.
La imagen del «sediento» le sirve a Jesús para dialogar con la samaritana (Jn 4). El mismo Jesús le pide: «Dame de beber». Tiene sed física. Había caminado y era alrededor del mediodía. Pero esa petición es mucho más honda. Tiene sed de conversión de esa mujer. «Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él», decía san Agustín. Ésta es la verdadera sed de Jesús: la salvación de todos los hombres. En la cruz lo gritará con mucha fuerza: «Tengo sed» (Jn 19,28).
En este tiempo de Cuaresma, camino de la Pascua, somos invitados a acudir a la Fuente de Agua Viva: Jesucristo, presente en la Eucaristía. Hoy, desde su presencia eucarística, el Señor te dice: «Tengo sed de ti». Deja resonar esa palabra, su Palabra para ti.
Canto de entrada:
Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío.
Proclamación de la Palabra:
«Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: “Dame de beber”. La samaritana le dice: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí, que soy samaritana?” (Porque los judíos no se hablan con los samaritanos). Jesús le contestó: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y Él te daría agua viva”. La mujer le dice: “Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva? ¿Eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?” Jesús contestó: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”. La mujer le dice: “Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí para sacarla”» (Jn 4, 7-15).
Puntos de oración ante Jesús Eucaristía:
• Jesús tiene sed y suscita la sed de aquella mujer samaritana: «Si conocieras el don de Dios». Es como si le dijera: «Si tuvieras experiencia del amor infinito que tengo por ti, si te abrieras a la gracia de mi Espíritu, si bebieras en la Fuente de Agua Viva, si te dejaras transformar por mi misericordia… serías una mujer nueva, saciarías esa sed que tienes de amor. Has buscado amores raquíticos, han abusado de ti, te han dejado a mitad de camino, te han engañado… y estás destrozada. Estás llena de “heridas” afectivas; estás desengañada de vanos proyectos amorosos. Si conocieras a quien es el Manantial eterno: “le pedirías tú, y Él te daría Agua Viva”» (cf. Jn 4,10).
• Jesús se descubre como «el surtidor de agua que salta hasta la vida eterna». Ante esas palabras llenas de verdad, que le «tocan» el corazón, que le llena de luz en su interior, ella responde: «Señor, dame de esa agua: así no tendré más sed» (Jn 4,15).
• Esta es nuestra realidad. Estamos sedientos de amor, de luz, de ternura, de paz, de consuelo, de justicia, de libertad y… sin saberlo, «sedientos de Dios». «Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo» (Sal 42,2).
Silencio meditativo.
• La Eucaristía es la Fuente del Agua Viva. En ella Jesucristo, Agua Viva, se nos da y nos da su Espíritu de Amor. Así lo proclamó en el templo de Jerusalén:
«El último día, el más solemne, Jesús en pie gritaba: El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí que beba. Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de Agua Viva. Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en Él. Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado» (Jn 7,37-39).
• Del corazón traspasado de Cristo en la cruz, por la lanzada del soldado, brotará «sangre y agua», brotará un torrente de Agua Viva, el único Agua que puede saciar la sed de amor y santidad que lleva dentro todo bautizado.
• En esa Fuente del costado abierto de Cristo nos ha invitado la Iglesia a beber el Agua viva, el único Agua que calma la sed, que nos adentra en el misterio de amor del Hijo de Dios entregado para siempre como Cordero que quita el pecado del mundo.
• Jesús, presente en el Sagrario, nos llama cada día a prolongar el diálogo íntimo con Él después de cada Eucaristía, en adoración, en alabanza continua. Ahí, actualizamos esa presencia amorosa y señalamos al resto: «Está ahí; venid a adorarlo. ¡Está tan solo! ¡Está tan insuficientemente correspondido! ¡Él es tu faro de luz, el único que puede iluminarte y transformarte! Ven y adórale».
Silencio meditativo.
Oración final:
Oh Buen Pastor, que nos llamas a permanecer largo tiempo junto a ti, en tu presencia eucarística, acompañándote en el Sagrario, en adoración, acrecienta en cada uno el amor a la Eucaristía, la vivencia honda y gozosa de cada celebración de la Santa Misa y la renovación ardiente de la adoración eucarística en las parroquias, para que sean muchos los cristianos que se dejen transformar por ti al contemplarte, y sean sal de la tierra y luz del mundo, con su testimonio, en cualquier ambiente social.
Monición de entrada:
Todos los seres humanos vivimos, a diario, la experiencia de la sed. Quien lleva horas sin beber, caminando en pleno verano o postrado en cama, parece que va a morir de sed.
La imagen del «sediento» le sirve a Jesús para dialogar con la samaritana (Jn 4). El mismo Jesús le pide: «Dame de beber». Tiene sed física. Había caminado y era alrededor del mediodía. Pero esa petición es mucho más honda. Tiene sed de conversión de esa mujer. «Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él», decía san Agustín. Ésta es la verdadera sed de Jesús: la salvación de todos los hombres. En la cruz lo gritará con mucha fuerza: «Tengo sed» (Jn 19,28).
En este tiempo de Cuaresma, camino de la Pascua, somos invitados a acudir a la Fuente de Agua Viva: Jesucristo, presente en la Eucaristía. Hoy, desde su presencia eucarística, el Señor te dice: «Tengo sed de ti». Deja resonar esa palabra, su Palabra para ti.
Canto de entrada:
Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío.
Proclamación de la Palabra:
«Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: “Dame de beber”. La samaritana le dice: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí, que soy samaritana?” (Porque los judíos no se hablan con los samaritanos). Jesús le contestó: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y Él te daría agua viva”. La mujer le dice: “Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva? ¿Eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?” Jesús contestó: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”. La mujer le dice: “Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí para sacarla”» (Jn 4, 7-15).
Puntos de oración ante Jesús Eucaristía:
• Jesús tiene sed y suscita la sed de aquella mujer samaritana: «Si conocieras el don de Dios». Es como si le dijera: «Si tuvieras experiencia del amor infinito que tengo por ti, si te abrieras a la gracia de mi Espíritu, si bebieras en la Fuente de Agua Viva, si te dejaras transformar por mi misericordia… serías una mujer nueva, saciarías esa sed que tienes de amor. Has buscado amores raquíticos, han abusado de ti, te han dejado a mitad de camino, te han engañado… y estás destrozada. Estás llena de “heridas” afectivas; estás desengañada de vanos proyectos amorosos. Si conocieras a quien es el Manantial eterno: “le pedirías tú, y Él te daría Agua Viva”» (cf. Jn 4,10).
• Jesús se descubre como «el surtidor de agua que salta hasta la vida eterna». Ante esas palabras llenas de verdad, que le «tocan» el corazón, que le llena de luz en su interior, ella responde: «Señor, dame de esa agua: así no tendré más sed» (Jn 4,15).
• Esta es nuestra realidad. Estamos sedientos de amor, de luz, de ternura, de paz, de consuelo, de justicia, de libertad y… sin saberlo, «sedientos de Dios». «Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo» (Sal 42,2).
Silencio meditativo.
• La Eucaristía es la Fuente del Agua Viva. En ella Jesucristo, Agua Viva, se nos da y nos da su Espíritu de Amor. Así lo proclamó en el templo de Jerusalén:
«El último día, el más solemne, Jesús en pie gritaba: El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí que beba. Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de Agua Viva. Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en Él. Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado» (Jn 7,37-39).
• Del corazón traspasado de Cristo en la cruz, por la lanzada del soldado, brotará «sangre y agua», brotará un torrente de Agua Viva, el único Agua que puede saciar la sed de amor y santidad que lleva dentro todo bautizado.
• En esa Fuente del costado abierto de Cristo nos ha invitado la Iglesia a beber el Agua viva, el único Agua que calma la sed, que nos adentra en el misterio de amor del Hijo de Dios entregado para siempre como Cordero que quita el pecado del mundo.
• Jesús, presente en el Sagrario, nos llama cada día a prolongar el diálogo íntimo con Él después de cada Eucaristía, en adoración, en alabanza continua. Ahí, actualizamos esa presencia amorosa y señalamos al resto: «Está ahí; venid a adorarlo. ¡Está tan solo! ¡Está tan insuficientemente correspondido! ¡Él es tu faro de luz, el único que puede iluminarte y transformarte! Ven y adórale».
Silencio meditativo.
Oración final:
Oh Buen Pastor, que nos llamas a permanecer largo tiempo junto a ti, en tu presencia eucarística, acompañándote en el Sagrario, en adoración, acrecienta en cada uno el amor a la Eucaristía, la vivencia honda y gozosa de cada celebración de la Santa Misa y la renovación ardiente de la adoración eucarística en las parroquias, para que sean muchos los cristianos que se dejen transformar por ti al contemplarte, y sean sal de la tierra y luz del mundo, con su testimonio, en cualquier ambiente social.
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