- Por la Eucaristía, esta tierra de la encarnación se hizo el centro del mundo. Por ella, el Hijo permanecerá entre nosotros no por unos cuantos años fugitivos, sino para siempre. Mediante la Eucaristía Cristo permanece siempre presente en medio de su pueblo.
- La Eucaristía es el centro de la vida cristiana. Por ella tenemos la Iglesia y por la Iglesia llegamos a Dios. Cada hombre se salvará no por sí mismo, no por sus propios méritos, sino por la sociedad en la que vive, por la Iglesia, fuente de todos sus bienes.
- “Quien come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él...”. Comulgar es vivir en Jesús, y vivir de Jesús: como el sarmiento en la vid y de la vid. Jesús único principio y raíz de toda la vida: de la gracia, de la luz, de la fuerza, de la fecundidad, de la felicidad, del amor. Fuera de Jesús todo es muerte, esterilidad, desolación.
- Jesús se hace presente y permanece en la eucaristía, para vivir con nosotros y que nosotros vivamos con Él. Jesús espera nuestras visitas. En Él hallaremos al amigo leal, al consejero fiel, al consolador amoroso, al confidente de nuestras penas y alegrías. Jesús recibe nuestras visitas como de un amigo con otro amigo querido. Aunque invisiblemente, quiere comunicarse con nosotros, nos atiende, nos habla...
- El que comulga se va despojando de sí mismo y llega a no tener otra vida que la de Jesús, la vida divina y nada hay más grande que eso. El que llega a vivir la vida de Jesús plenamente 'dará mucho fruto' como lo decía el mismo Jesús.
- El Cristo Eucarístico se identifica con el Cristo de la historia y de la eternidad. No hay dos Cristos sino uno solo. Nosotros poseemos en la Hostia al Cristo del sermón de la montaña, al Cristo de la Magdalena, al que descansa junto al pozo de Jacob con la samaritana, al Cristo del Tabor y de Getsemaní, al Cristo resucitado de entre los muertos y sentado a la diestra del Padre. No es un Cristo el que posee la Iglesia de la tierra y otro el que contemplan los bienaventurados en el cielo: ¡una sola Iglesia, un solo Cristo!
- Esta maravillosa presencia de Cristo en medio de nosotros debería revolucionar nuestra vida. No tenemos nada que envidiar a los apóstoles y a los discípulos de Jesús que andaban con Él en Judea y en Galilea. Todavía está aquí con nosotros. En cada ciudad, en cada pueblo, en cada uno de nuestros templos; nos visita en nuestras casas, lo lleva el sacerdote sobre su pecho, lo recibimos cada vez que nos acercamos al sacramento del Altar. El Crucificado está aquí y nos espera y nos espera.
- El sacrificio eucarístico es la renovación del sacrificio de la cruz. Como en la cruz todos estábamos incorporados en Cristo; de igual manera en el sacrificio eucarístico, todos somos inmolados en Cristo y con Cristo.
- Y la comunión, esa donación de Cristo a nosotros, que exige de nosotros gratitud profunda traería consigo una donación total de nosotros a Cristo, que así se dio, y a nuestros hermanos como Cristo se dio a nosotros.
- A la comunión no vamos como a un premio, no vamos a una visita de etiqueta, vamos a buscar a Cristo para “por Cristo, con Él y en Él” realizar nuestros mandamientos grandes, nuestra aspiraciones fundamentales, las grandes obras de caridad... Después de la comunión queda fieles a la gran transformación que se ha apoderado de nosotros. Vivir nuestro día como Cristo ser Cristo para nosotros y para los demás. ¡Eso es comulgar!
- Con el sacrificio de Cristo nace una nueva raza, raza que será Cristo en la tierra hasta el fin de mundo. Los hombres que reciben a Cristo se transforman en Él. “Vivo yo, ya no yo, Cristo vive en mí”, decía S. Pablo, y vive en mi hermano que comulga junto a mí, y vive en todos lo que participamos de Él. Formamos todos un solo Cristo. Vivimos su vida, realizamos su misión. Somos una nueva humanidad, la humanidad en Cristo. Estrechamente unidos, más que por la sangre de familia, por la sangre de Cristo, y en Cristo, por Cristo, y para Cristo vivimos en este mundo.
- ¡Qué horizontes se abren aquí a la vida cristiana! La Misa centro de todo el día y de toda la vida. Con la mira puesta en el sacrificio eucarístico, ir siempre atesorando sacrificios que consumar y ofrecer en la Misa.
- ¡Mi Misa es mi vida, y mi vida es una Misa prolongada!
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