Ese mismo día, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: "¿Qué comentaban por el camino?" Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!". "¿Qué cosa?", les preguntó. Ellos respondieron: "Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y, al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron".Jesús les dijo: "¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas!
(Hacemos oración en eco)
Lo que mas me impresiona de la Eucaristía es su silencio. Nada tan vivo y tan silencioso. Imposible de perturbar. Ningún movimiento que delate la mínima reacción y, sin embargo, toda la vida, toda la fuerza, toda la gracia y la energía de la resurrección. Así, en el silencio de las cosas humanas, como profundamente dormido o muerto, está más que atento a nuestra existencia.
Nadie puede estar mas presente y al mismo tiempo, más desapercibido. Basta ver como lo tratamos. De qué manera reaccionamos ante tanto amor. Un simple examen alcanza para verificar el grado de incomprensión que manifestamos ante su presencia eucarística. Si creemos que es Él, ¿Por qué tanta frialdad, tanto aburrimiento y tanta torpeza? Deberíamos morir de amor.
El Señor mantiene su silencio. Está allí, siempre ofreciendo su amistad. A pesar de todo, Él está allí, más allá de nuestra incomprensión, y seguirá estando allí. Es Él, personalmente Él. No se si existe una forma mas perfecta de formularlo.
Está para nosotros. Para los que por la conversión quieran seguirlo. Para los que por el bautismo se constituyan en su Iglesia. Para quienes estén dispuestos a ser pequeños con Él y entrar en su Reino. Para quienes, sin ser aún de la Iglesia, lo sigan en el deseo de encontrarlo. Está para los que quieran recibirlo y ser sus amigos. Está. Nadie podrá decir que no está para él.
El silencio es la única forma de escuchar su latido, de entender su lenguaje. Alguna vez dejemos de decirle nuestras cosas y de exponerle nuestras demandas, por más santas que sean. Mirémosle con fe y sonriámosle con nuestro amor. Mantengámonos así todo el tiempo posible, si es todo mejor. Volveremos a nuestras actividades vacías de lo que pretendíamos y colmados de su serena presencia, de sus grandes intereses, especialmente de su entrañable amor a los hombres.
Aquí se forjan los santos, los misioneros, los contemplativos, los evangelizadores de los ambientes más rebeldes de nuestro mundo. Estamos aquí, con el mismo misterio de Amor que ellos adoraron y contemplaron, recibiendo la misma comunión que los condujo rápidamente a la santidad. Les aseguro que muchas veces me digo, con la hostia recién consagrada entre mis ojos: Es el mismo que recibieron los apóstoles en la última cena, que compartieron las primeras comunidades, también la Virgen; el mismo que nutrió la fortaleza admirable de los mártires, que contemplaron santo Tomás de Aquino y Teresita de Liseux, que conmovió al Cura de Ars. Es el mismo. No ha cambiado. Me ama a mí, como los amó a ellos. Se brinda a mí, como se brindo a ellos y los hizo santos.
¿Por qué no somos santos entonces? Si es el mismo, con las mismas infinitas ganas de hacernos santos. Revisemos nuestra relación con Él, sin engañarnos en nada. Si nosotros no lo queremos se quedará allí, expresándonos su amistad sin la respuesta de la nuestra. Es tan pequeño y dependiente de nuestra respuesta de amor como un niño que nos mira para echarse en nuestros brazos ante el mínimo gesto de aproximación de nuestra parte.
Amarlo mucho es nuestra respuesta a su amor sin medida. No importa que no pueda fijar mi mente por mucho tiempo, que no pueda formular ni concebir pensamientos profundos y poéticos. Importa mi amor, mi amistad dispuesta a la respuesta inmediata y serena: Aquí estoy, Señor, porque te quiero y no tengo otra cosa que decirte.
“Eucaristía: anonadamiento y amor”, Mons. Castagna.
¿Conoces realmente a Jesús vivo – no por libros, sino por estar con Él en tu corazón?
Madre teresa de Calcuta
Dediquemos este rato de oración a encontrarnos con ese Dios Vivo cara a cara…
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