El 15 de marzo de 1984. Como la virgen María dijo:
“Queridos Hijos! También esta noche os estoy especialmente agradecida por haber venido aquí. Adorad sin cesar al Santísimo Sacramento del Altar. Yo estoy siempre presente cuando los fieles están en adoración. En estos momentos se obtienen gracias particulares. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”
Adorar significa estar con Jesús, olvidarse del tiempo y estar en compañía de Dios mismo, que ha querido quedarse con Su pueblo; introducirnos y permanecer para siempre en el misterio de Su presencia y esto implica amarlo y dejarse amar por Él.
En esta época, que de tantas maneras se ha vuelto atea, nosotros deberíamos encontrar el tiempo y postrarnos ante nuestro Dios. Esta es, en efecto, la postura mas sublime delante de Su majestuosidad y Su amor. Max Turckhauf, un físico de la era contemporánea, reconoció a través de una confesión pública, haber causado mucho mal al haber participado en la creación de la bomba atómica. Una vez convertido, él afirmo que todos los laboratorios en donde los científicos entran en contacto con el misterio de la vida deberían hospedar una capilla con el Santísimo Sacramento, a fin de invitarlos a adorar la Creador de todas las leyes. Así, con humildad y sencillez de corazón, ellos podrían entrar en contacto mas profundo con las leyes de la vida, de modo que no actuarán egoístamente o por razones de interés sino con amor y adoración. El ritmo de vida expuesto a tantos extirpa al hombre de su propio ambiente y por eso, fácilmente pierde el equilibrio; él pierde igualmente el camino y, con ello, el sentido de la vida, ¡llegando incluso a alinearse! El se aparta de los demás, porque no tiene un núcleo en donde encontrarse con ellos. En estas condiciones se vuelve vacío y, por tanto, violento y destructivo también. La destrucción y la anulación de la vida constituyen de hecho la peor alternativa, completamente opuesta a aquella paz a la que la Santísima Virgen nos invita y para la cual Ella quiere educarnos. Adorando, aumentamos nuestra fe, el amor y la esperanza., asimismo estamos mas dispuestos a una relación humana con los otros. Nuestra paz se nos consolida y se nos abre la posibilidad, de vivir esa experiencia según las palabras de Jesús dirigió a los que estaba fatigados y sobrecargados para que vinieran a Él, porque Él los descansaría y reconfortaría, su vida interior sería renovada y colmada con un nuevo Espíritu (cf. Mt 11, 28; Jn 7, 37).
Con la adoración uno entra en sí mismo. Se trasfiere el propio centro a Dios y así, el hombre se dispone a vivir una vida digna de un cristiano, de Hijo de Dios. El cristiano que vive para Dios y gracias a Dios, permanece en sí mismo. Cuando adoramos, así los dice el mensaje, nosotros creamos también una comunión particular con María, con la Madre de la Eucaristía. “¡Yo estoy siempre presente cuando los fieles están en adoración!”, dice la Santísima Virgen. Ella siempre ha sido la primera, la que gracias a su purísimo corazón materno reconoció, en Su Hijo, al Dios de todos, a Quien ella adoraba ya en Jerusalén. Y esto no significa otra cosa, sino que Ella, con Su corazón y Su alma, penetró profundamente en el misterio de la presencia de Jesús en el mundo y en la misión que le había sido confiada a Él. El Santo Padre Juan Pablo II en la Encíclica sobre la Bienaventurada Virgen María, la cual emitió con el objetivo del año Mariano de 1987/88, proclamó a María “Estrella de la mañana”, madre y modelo para todos los cristianos. Ella, en efecto, no sólo es la madre y aquella que ha enseñado a Jesús, sino particularmente a todos nosotros. Por tanto, es Ella quien mejor puede prepararnos al año 2000 (cf. Encíclica Redemptoris Mater, 1987, Introducción).
María ha repetido tantas veces en Sus mensajes que Ella está con nosotros y lo ha hecho de manera especial en lo que respecta a la adoración. Esta última, en el espíritu de María, debe ocupar su sitio, puesto que se trata de un encuentro particular con la Eucaristía de Cristo.
En el profundo misterio de amor de Dios, cristiano será aquel que sea capaz de sobrevivir a esta época de ateísmo y que esté en armonía con los nuevos tiempos.
“¡Queridos hijos! Deseo que adoreis incesantemente Conmigo a Jesús. Hijos míos, ¡enregáos a Él! Entregadle a Él vuestros sufrimientos, que Él acepta por vosotros y por todo el mundo en Su cuerpo y en Su sangre derramada por vosotros, NO permitáis que estos días sean sn sentido para vosotros, sino aceptad todo aquello que Jesús ha soportado junto a Mí. Yo os bendigo.” (Mensaje dado a través de Jelena Vasilij el 21 de Marzo de 1989.)
“Queridos Hijos! También esta noche os estoy especialmente agradecida por haber venido aquí. Adorad sin cesar al Santísimo Sacramento del Altar. Yo estoy siempre presente cuando los fieles están en adoración. En estos momentos se obtienen gracias particulares. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”
Adorar significa estar con Jesús, olvidarse del tiempo y estar en compañía de Dios mismo, que ha querido quedarse con Su pueblo; introducirnos y permanecer para siempre en el misterio de Su presencia y esto implica amarlo y dejarse amar por Él.
En esta época, que de tantas maneras se ha vuelto atea, nosotros deberíamos encontrar el tiempo y postrarnos ante nuestro Dios. Esta es, en efecto, la postura mas sublime delante de Su majestuosidad y Su amor. Max Turckhauf, un físico de la era contemporánea, reconoció a través de una confesión pública, haber causado mucho mal al haber participado en la creación de la bomba atómica. Una vez convertido, él afirmo que todos los laboratorios en donde los científicos entran en contacto con el misterio de la vida deberían hospedar una capilla con el Santísimo Sacramento, a fin de invitarlos a adorar la Creador de todas las leyes. Así, con humildad y sencillez de corazón, ellos podrían entrar en contacto mas profundo con las leyes de la vida, de modo que no actuarán egoístamente o por razones de interés sino con amor y adoración. El ritmo de vida expuesto a tantos extirpa al hombre de su propio ambiente y por eso, fácilmente pierde el equilibrio; él pierde igualmente el camino y, con ello, el sentido de la vida, ¡llegando incluso a alinearse! El se aparta de los demás, porque no tiene un núcleo en donde encontrarse con ellos. En estas condiciones se vuelve vacío y, por tanto, violento y destructivo también. La destrucción y la anulación de la vida constituyen de hecho la peor alternativa, completamente opuesta a aquella paz a la que la Santísima Virgen nos invita y para la cual Ella quiere educarnos. Adorando, aumentamos nuestra fe, el amor y la esperanza., asimismo estamos mas dispuestos a una relación humana con los otros. Nuestra paz se nos consolida y se nos abre la posibilidad, de vivir esa experiencia según las palabras de Jesús dirigió a los que estaba fatigados y sobrecargados para que vinieran a Él, porque Él los descansaría y reconfortaría, su vida interior sería renovada y colmada con un nuevo Espíritu (cf. Mt 11, 28; Jn 7, 37).
Con la adoración uno entra en sí mismo. Se trasfiere el propio centro a Dios y así, el hombre se dispone a vivir una vida digna de un cristiano, de Hijo de Dios. El cristiano que vive para Dios y gracias a Dios, permanece en sí mismo. Cuando adoramos, así los dice el mensaje, nosotros creamos también una comunión particular con María, con la Madre de la Eucaristía. “¡Yo estoy siempre presente cuando los fieles están en adoración!”, dice la Santísima Virgen. Ella siempre ha sido la primera, la que gracias a su purísimo corazón materno reconoció, en Su Hijo, al Dios de todos, a Quien ella adoraba ya en Jerusalén. Y esto no significa otra cosa, sino que Ella, con Su corazón y Su alma, penetró profundamente en el misterio de la presencia de Jesús en el mundo y en la misión que le había sido confiada a Él. El Santo Padre Juan Pablo II en la Encíclica sobre la Bienaventurada Virgen María, la cual emitió con el objetivo del año Mariano de 1987/88, proclamó a María “Estrella de la mañana”, madre y modelo para todos los cristianos. Ella, en efecto, no sólo es la madre y aquella que ha enseñado a Jesús, sino particularmente a todos nosotros. Por tanto, es Ella quien mejor puede prepararnos al año 2000 (cf. Encíclica Redemptoris Mater, 1987, Introducción).
María ha repetido tantas veces en Sus mensajes que Ella está con nosotros y lo ha hecho de manera especial en lo que respecta a la adoración. Esta última, en el espíritu de María, debe ocupar su sitio, puesto que se trata de un encuentro particular con la Eucaristía de Cristo.
En el profundo misterio de amor de Dios, cristiano será aquel que sea capaz de sobrevivir a esta época de ateísmo y que esté en armonía con los nuevos tiempos.
“¡Queridos hijos! Deseo que adoreis incesantemente Conmigo a Jesús. Hijos míos, ¡enregáos a Él! Entregadle a Él vuestros sufrimientos, que Él acepta por vosotros y por todo el mundo en Su cuerpo y en Su sangre derramada por vosotros, NO permitáis que estos días sean sn sentido para vosotros, sino aceptad todo aquello que Jesús ha soportado junto a Mí. Yo os bendigo.” (Mensaje dado a través de Jelena Vasilij el 21 de Marzo de 1989.)
(Celebra la misa con el corazón, Fra Slavko Barbaric)
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