26 de diciembre de 2015

Reflexión sobre la Eucaristía y el Martirio en el día de san Esteban


¿Cuántos cristianos han dado su vida por defender a Jesucristo sacramentado, ese loco de amor? ¡Mártires de la Eucaristía!

En los más de dos mil años que viene durando esta entrega suya, este anonadamiento, este quedarse entre nosotros y dentro, miles de cristianos han recibido la gracia de dar su vida por amor a la Eucaristía.



En Roma, en la Vía Apia fue martirizado Tarsicio, acólito. Los paganos lo encontraron cuando transportaba el sacramento del Cuerpo de Cristo y le preguntaron qué llevaba. Tarsicio quería cumplir aquello que dijo Jesús: «No arrojen las perlas a los cerdos», y se negó a responder. Los paganos lo apedrearon y apalearon hasta que exhaló el último suspiro pero no pudieron encontrar el sacramento de Cristo ni en sus manos, ni en sus vestidos. Los cristianos recogieron el cuerpo de Tarsicio y le dieron honrosa sepultura en el cementerio de Calixto (Martirologio Romano)

En el siglo III Tarsicio fue muerto a palos. Diecisiete siglos después muere a culatazos una niña china. Nos ha llegado el relato de su martirio a través de una entrevista que realizaron  al arzobispo Fulton J. Sheen (1895-1979), quien declaró que su mayor inspiración fue una niña china de once años de edad:

Cuando los comunistas se apoderaron de China, encarcelaron a un sacerdote en su propia rectoría cerca de la Iglesia. El sacerdote observó aterrado desde su ventana como los Comunistas penetraron en la iglesia y se dirigieron al santuario. Llenos de odio profanaron el tabernáculo, tomaron el copón y lo tiraron al suelo, esparciendo las Hostias Consagradas. Eran tiempos de persecución y el sacerdote sabía exactamente cuántas Hostias contenía el copón: Treinta y dos.

Cuando los comunistas se retiraron al parecer no repararon en la presencia de una niñita que rezaba en la parte de atrás de la iglesia, y que había visto todo lo sucedido.

Esa noche la pequeña regresó y, evadiendo la guardia apostada en la rectoría, entró a la iglesia. Allí hizo una hora santa de oración para reparar el acto de odio. Después se arrodilló, e inclinándose hacia delante, con su lengua recibió a Jesús en la Sagrada Comunión (en aquel tiempo no se permitía a los laicos tocar la Eucaristía con sus manos).

La niña continuó regresando cada noche, haciendo su hora santa y recibiendo a Jesús Eucaristía en su lengua. En la trigésima segunda noche, después de haber consumido la última Hostia, accidentalmente hizo un ruido que despertó al guardia. Este corrió detrás de ella, la agarró, y la golpeó hasta matarla con la culata de su rifle.

Este acto de martirio heroico fue presenciado por el sacerdote mientras, sumamente abatido, miraba desde la ventana de su cuarto convertido en celda.


Cuando el Obispo Sheen escuchó el relato, se inspiró a tal grado que prometió a Dios que haría una hora santa de oración frente a Jesús Sacramentado todos los días, por el resto de su vida.

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