26 de septiembre de 2014

Hora Santa en el mes de la Biblia



* Exposición del Santísimo Sacramento del Altar

* Canto de adoración

* Meditación: ‘LA PALABRA SE HIZO CARNE Y PUSO SU MORADA ENTRE NOSOTROS’ (Jn. 1,14):

Siempre fue duro y trabajoso arar la tierra, pero el campesino sabe que es necesario para poder sembrar. ‘Se siembra entre lágrimas y se cosecha entre cantares’ (Salmo). Nada más silencioso y disponible que la tierra cuando al caer la tarde, ella está allí a merced del sembrador dispuesta a acoger y dar vida; después de todo ella es madre... No menos duro es silenciar un corazón, ayudarlo a recuperar la confianza, silenciarlo para que sea capaz de acoger a otro. ‘La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros’. Fueron necesarios siglos y un toque de gracia para que el corazón de una joven pueda acoger la Palabra hecha carne, es decir débil y mortal, y poner su morada entre nosotros, es decir su presencia personal y tangible. En la Eucaristía contemplamos este misterio: La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros.

En la liturgia de la Palabra de la Santa Misa, cuando escuchábamos el Evangelio estábamos de pie y ahora podemos tomar asiento, el Padre nos quiere abrir el corazón, nos quiere dejar pasar a su misterio, allí también se esconde el nuestro. Escuchar es más que percibir sonidos, escuchar, mirar, tocar es percibir una presencia, una alteridad, otro. Es una manera de estar, de vivir en expectativa comunicativa. Es tener hábitos más que actos, un estado de apertura, de permeabilidad capaz de percibir el más allá. Permeabilidad para entrar y salir desde lo más profundo a lo más profundo. Escuchar es dejar hacer, consentir que el amor realice su obra en nosotros, es no resistir la realidad, es dejarse iluminar, interpelar. Es recibir en el corazón lo que proviene del corazón sin filtrar e intelectualizar. Quién se revela nos revela...



La palabra es proclamada y esa palabra leída pretende ayudarnos a interpretar esa otra palabra que es la realidad, la historia, lo que acontece. La palabra proclamada se hace elocuente cuando es escuchada con el corazón en la mano, desde una historia real que gime por encontrar sentido.

La palabra de Dios nos permite conocer su voluntad, es lugar para encontrar respuesta a la pregunta que inquieta la conciencia humana. ¿Qué debemos hacer, qué no debemos hacer? Sin embargo hay maneras de escuchar que cercenan la palabra. Una de ellas es moralizar, restringiendo la escucha al hacer y no al ser. La Palabra es una persona, escuchar es acoger a alguien que se nos dice, se nos entrega. Dios nos quiere revelar quien es y quienes somos nosotros, solo si sabremos que hacer. Lo mismo en nuestros diálogos humanos podemos oír a alguien toda una vida y no haberlo escuchado. Podemos vivir hablando y no decimos nada si nuestra palabra no es personal.

Que importante es saber dialogar, decirse y escucharse. Humilde pero real manera de abordar el misterio parcial y el misterio total. Chispazos de infinitud, reposo, paz, que desinstalar y desequilibrar. ‘Después de ti no hay nada...’. Hay un diálogo primordial e insustituible, sin el cual no son posibles los demás. El diálogo con uno mismo, saber escucharse, saber percibir ese sin número de sentimientos, emociones, gemidos; saber escuchar el alma y el cuerpo, aprender el sinnúmero de idiomas y lenguajes con que cuenta el hombre para asomarse a su misterio.

Dios se quiere dirigir a la inteligencia del hombre para comunicarle la verdad, capaz de hacerlo libre. La ignorancia es un mal, siempre quita vida, pero no debemos ser racionalistas y creer que todo pasa por la razón. La inteligencia ilumina la voluntad para que pueda actuar bien. Pero para entender no solo es cuestión de pensar, también es necesaria la sensibilidad y la afectividad. Hay razones que solo entiende el corazón. Más aún, a lo más profundo no se llega razonando sino intuyendo y creyendo. Qué preciso pero que estrecho es el campo de la razón.

Dios se asoma al hombre desde las creaturas pero sobre todo desde Jesús. El asume el lenguaje humano, enseña viviendo y hablando. Las palabras de Jesús nos ayudan a entender la Palabra que es Jesús. La mejor predicación es la existencial. Jesús no escribió un libro, vivió al hombre como hijo de Dios y vivió a Dios como hombre. Para terminar de comprender al Dios hecho hombre hay que terminar de ser hombre.

Tan importante como saber qué quiero decir, es saber a quién, es decir si lo puede recibir; es saber como, es decir el modo de hacerse entender; es discernir la oportunidad, es decir el cuando, las circunstancias, el como está la otra persona o como estoy yo.

Escuchamos desde lo que conocemos pero escuchamos para conocer. Partimos de lo conocido pero no debemos reducir a lo sabido, sino abrirnos a lo nuevo. No poner en los casilleros conocidos sino crear uno nuevo. Los antiguos filósofos comparaban el conocimiento al agua que adopta la forma del recipiente, pero para recibir algo nuevo hace falta odres nuevos. No pretendamos conocer nuevos mares sin perder de vista la orilla...

Jesús comparó la palabra a una semilla. Es un germen de vida que necesita tiempo para crecer y que no se puede sembrar en cualquier tiempo y lugar. Una semilla sobre una roca puede mantenerse intacta durante siglos, como en el caso de las tumbas egipcias, pero en tierra no tarda en germinar. Necesita como toda vida de cuidado y su plenitud está en dar fruto, en ser fecunda...’Si no tengo amor, nada soy’ (1Cor 13).

La predicación está a su servicio, no tiene otro fin que hacerla actual e inteligible al hombre de hoy. La palabra que la Iglesia nos entrega es espada de dos filos, siempre interpela a la Iglesia y al profeta, y no solo al oyente. O mejor dicho la Iglesia y el profeta no tienen autoridad para proclamar la palabra si primero no pasa por su corazón creyente.

La palabra parece inofensiva y sin embargo, quién se olvida de un desprecio, de una crítica o de una palabra de aliento o amor. Es el humilde instrumento que Dios y los hombres tenemos para interpelar el corazón.

En la Eucaristía Jesús nos deja su persona y su acción amorosa, en ella se concentra el misterio de la fe. Por eso día tras día, a lo largo del año litúrgico la Iglesia nos va leyendo la escritura para asomarnos desde distintos ángulos al mismo misterio que no podemos abarcar de una mirada. Los diferentes tiempos litúrgicos son una pedagogía destinada a concentrarnos en los aspectos centrales de nuestra fe. Ellos nos dan luz sobre Dios y sobre nuestra humilde, dramática y bella existencia.


María es discípula e interprete de la palabra. La escucha profunda se hizo interpretación vivida. Solo los oyentes se hacen palabra, aún sin palabras...

* Silencio meditativo

* Aclamaciones Eucarísticas

*Bendición y canto final

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