9 de junio de 2013

Doctrina eucarística de San Francisco


Ya sólo el intento de presentar una síntesis de la doctrina eucarística de Francisco podría causar una cierta extrañeza, incluso en el círculo de los estudiosos de lo franciscano. Francisco es considerado en general como el hombre de la piedad práctica. «Jamás quiso él, dice Sabatier, ocuparse en cuestiones doctrinales.

La fe no pertenece para él al dominio intelectual, sino al moral: la fe es consagración del corazón».
A pesar de todo, precisamente en este tema, creemos poder hablar de una doctrina, que no ha sido simplemente extraída de la vida y piedad del santo, sino que está plasmada en afirmaciones por él hechas. Apenas hay en los escritos que de él se nos han transmitido, cuestión tan repetida y tan prolijamente tratada.

Naturalmente se ha de decir de entrada que Francisco no era teólogo en el sentido de la escolástica contemporánea. «Ignorante e indocto», como a sí mismo se llama (CtaO 39; Test 19), queda al margen del movimiento teológico de las escuelas de su tiempo. Con todo, puede tener aquí un valor particular lo que muy en general dice su biógrafo: «Son misterios de Dios que Francisco va descubriendo; y, sin saber cómo, es encaminado a la ciencia perfecta... Penetraba hasta lo escondido de los misterios, y su afecto de amante entraba donde la ciencia de los maestros no llegaba a entrar» (2 Cel 7 y 102). Nada tiene de extraño el que su manera de pensar y sus formulaciones estén ligadas a la instrucción religiosa que se impartía en su época al pueblo; ésta tiene la ventaja de que le aproxima más a la teología de los Padres de la Iglesia y de la liturgia.

Por el contrario, aun un examen superficial de sus afirmaciones nos permite aseverar que Francisco se encontraba dentro de «la tendencia teológica a prestar más atención al hecho de la consagración, como acción de la omnipotencia divina por la que se presenta Cristo entre nosotros bajo las especies de pan y vino, que al mismo don santificado que ofrecemos nosotros, y en el que nos ofrecemos a nosotros mismos, unidos en el cuerpo de Cristo». Dicho más sencillamente, con una frase breve y concluyente de Fritz Hofmann: «En el primer milenio se acentuaba la celebración del sacramento; más tarde se prestó más atención al sacramento ya confeccionado».

Evidentemente Francisco se halla en el momento y punto de transición; en él está perfectamente presente lo antiguo y, en una forma única y muy personal, también lo nuevo.
A este propósito hay algo que, a nuestro entender, es decisivo y tiene una importancia capital para la formación de la doctrina eucarística de Francisco: la defensa del sacramento contra los abusos y herejías de aquel tiempo. Difícilmente hubiera tomado posición respecto a la cuestión, que nos ocupa, en sus escritos, de no haberse sentido responsable de defender a sus hermanos del deslizamiento hacia la herejía. Ya en otro estudio hemos demostrado que se trataba menos de las consecuencias de la disputa de Berengario sobre la Cena, que de las doctrinas de los cátaros radicales, difundidas en la Italia central, y de los errores de los movimientos religiosos heréticos. Solamente estudiando su postura frente a los abusos y errores de su tiempo, podemos comprender la doctrina eucarística de Francisco. Al referirse a cuestiones centrales, se ve obligado a aludir también a problemas particulares.

A lo dicho se ha de añadir una observación respecto a cierta manera, bastante generalizada hasta el presente, de concebir y exponer lo referente a la eucaristía en san Francisco. Se resaltaba en él la devoción y la veneración del sacramento ya confeccionado, olvidando que lo que precisamente le importaba era la realización misma del sacramento. Hubiera convenido recordar que Francisco habla casi siempre del «cuerpo y sangre» del Señor, que evidentemente se refiere primordialmente a la eucaristía como sacrificio de nuestra redención.

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