24 de mayo de 2013

Domingo de la Santísima Trinidad: comentario a la liturgia de la Palabra


Liturgia de la Palabra de la Misa

Primera: Dt 4, 32-34. 39-40 ; Segunda: Rm 8,14-17 ; Evangelio: Mt 18, 16-20

Nexo entre las lecturas

Deuteronomio: ¿Se ha oído algo semejante? Reconoce hay un único Dios. Afirmación clave. Dios se revela a sí mismo. El predicador habla de la vocación eterna de Israel. La puerta hacia el futuro está en la fidelidad a la alianza. La revelación. Dios se revela como palabra de misericordia salmo. En la carta a los romanos se habla del espíritu que hemos recibido: Dios es Padre: herederos de Dios y coherederos con Cristo. Evangelio: bautizar en el nombre de la trinidad. Enseñar. Yo estoy con vosotros todos los día en la santa Eucaristía.

La Iglesia nos propone la contemplación del misterio trinitario. Misterio que excede nuestras fuerzas humanas, pero al que podemos acercarnos con humildad para ser iluminados y fortalecidos en nuestra vocación cristiana. La primera lectura del libro del Deuteronomio expone la revelación de Dios uno. No hay Dios fuera de él. Los ídolos de los pueblos circunvecinos son nada. Por eso, nada más grande que ser fiel a la alianza que ese Dios único ha pactado con su pueblo (1L). En la segunda lectura, Pablo se detiene a considerar nuestra condición de Hijos de Dios, de modo que verdaderamente podemos llamar a Dios Padre. Así, el Dios uno, se revela en su Palabra como misericordia, benevolencia ante los hombres. Hemos recibido el Espíritu de Dios (2L). Finalmente el evangelio nos propone las palabras de Cristo al despedirse definitivamente de sus discípulos. Éstos deberán bautizar en el nombre de la Trinidad y enseñar todo lo que Cristo, revelación del amor del Padre, les ha enseñado (Ev). Este domingo nos invita, pues, a entrar en la verdad íntima de Dios, no tanto por las disquisiciones filosóficas o teológicas, sino por medio de la Escritura y de la realidad del amor de Dios que se difunde en nuestros corazones en cada comunión eucarística. 

Mensaje doctrinal

1. Dios es uno. El texto del Deuteronomio es una afirmación explícita del Dios único y verdadero. El autor no trata aquí de hacer teología o una especulación abstracta, sino más bien exhorta al pueblo a creer en Dios y ser fiel a su alianza. Las pruebas de que Dios es el único SeZor son palpables: el SeZor se ha revelado en el monte Horeb (Sinaí), en medio de una grandiosa teofanía; Él ha liberado a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Lo hizo con mano poderosa. El escritor se dirige a Israel como si fuera una persona y lo interpela: “mira que no se ha oído desde la creación del mundo que un pueblo haya oído lo que tú has oído; que haya recibido la revelación que tú has recibido” Y ¿cuál es ésta revelación tan solemnemente anunciada?: que Dios es uno. No hay dioses fuera de Dios. Dios es único y verdadero. Esto hay que reconocerlo en el corazón. Es la verdad central del Antiguo Testamento. Puesto que Dios es uno y SeZor de todas las cosas, nada vale tanto como ser fiel a la Alianza que el ha pactado con su pueblo.

El Símbolo de Nicea-Constantinopla inicia con estas palabras: “Creo en un sólo Dios”. La confesión de la unicidad de Dios, que tiene su raíz en la Revelación Divina en la Antigua Alianza, es inseparable de la confesión de la existencia de Dios y asimismo también fundamental. Dios es Único: no hay más que un solo Dios: "La fe cristiana confiesa que hay un solo Dios, por naturaleza, por sustancia y por esencia" (Catecismo de la Iglesia Católica n.200)

2. Dios es trino. Dios es misericordia. La confesión de la Trinidad es el misterio central de la fe cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la "jerarquía de las verdades de fe". "Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos".

Dios que nos había hablado antes por muchos modos por medio de los profetas, nos ha hablado ahora por medio de su Hijo único (Cf. Hb 1,1). Jesucristo es la revelación del misterio de Dios. Él nos confirma que Dios es “el único SeZor” al que debemos amar con todo el corazón, cono toda la mente y con todas las fuerzas. Pero Cristo, plenitud de la revelación, también nos deja entender que Él mismo es “el SeZor”. “Me llamáis el SeZor, y es verdad” (Cf. Jn 13,13). En realidad, confesar que Jesús es “SeZor” es lo propio de la fe cristiana. Esto no es contrario a la fe en el único Dios. Por eso, aquí nos encontramos ante el misterio: Dios es uno y, a la vez, Dios es trino. Una sola naturaleza, tres personas distintas. Creer en el Espíritu Santo como “SeZor y dador de vida” no introduce ninguna división en el Dios único. En efecto, nos dice el concilio de Letrán: “Creemos firmemente y afirmamos sin ambages que hay un solo verdadero Dios, inmenso e inmutable, incomprensible, todopoderoso e inefable, Padre, Hijo y Espíritu Santo: Tres Personas, pero una Esencia, una Sustancia o Naturaleza absolutamente simple. [Concilio de Letrán IV ].

En la liturgia de este día Dios se revela como único y, al mismo tiempo, como Padre de misericordia que ha puesto en nosotros el Espíritu de su Hijo. Es decir, se revela como trinidad. La economía de la redención nos muestra el vértice más alto de la revelación de Dios. Dios Padre de misericordia, se compadece de sus criaturas y las llama a una intimidad inimaginable para el hombre: llegar a formar parte de la familia de Dios. No hemos recibido un espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos que nos hace clamar Abba! (Padre). Así pues, somos con toda verdad “hijos de Dios”, somos “herederos de Dios” de sus bienes, de su amor y misericordia. Co-herederos con Cristo. ¿Habremos meditado en toda profundidad lo que esto significa en la vida del hombre, en la vida de cada uno de nosotros. El Dios de majestad, creador de cielo y tierra, omnisciente, omnipotente, trascendente, se inclina a la tierra (Cf. Salmo 144). Dios envía a su propio Hijo a revelar plenamente su amor y concedernos la filiación adoptiva. Por Cristo, con Él y en Él tenemos acceso al Padre y nos convertimos en templos de la Trinidad Santísima. Si bien, por una parte, el misterio de la Trinidad escapa a nuestra comprensión humana, por otra parte, la realidad de este misterio es de tal suavidad y de tales consecuencias para nuestra pobre existencia que casi es imposible creerlo. Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. La Eucaristía es Dios morando en nosotros.

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