P. – Santo Padre, soy don Atsushi Yamashita y vengo desde Asia, precisamente desde Japón. El modelo de sacerdote que Su Santidad nos ha propuesto este Año, el Cura de Ars, ve en el centro de la existencia y del ministerio la Eucaristía, la Penitencia sacramental y personal y el amor al culto, dignamente celebrado. He visto los signos de la austera pobreza de san Juan María Vianney y también de su pasión por las cosas preciosas para el culto. ¿Cómo vivir estas dimensiones fundamentales de nuestra existencia sacerdotal, sin caer en el clericalismo o en una alienación de la realidad, que el mundo de hoy no permite?
R. – Gracias. Por tanto, la pregunta es cómo vivir la centralidad de la Eucaristía sin perderse en una vida puramente cultual, ajenos a la vida de cada día de las demás personas. Sabemos que el clericalismo es una tentación de los sacerdotes en todos los siglos, también hoy; tanto más importante es encontrar la forma verdadera de vivir la Eucaristía, que no es cerrarse al mundo, sino precisamente la apertura a las necesidades del mundo. Debemos tener presente que en la Eucaristía se realiza este gran drama de Dios que sale de sí mismo, deja – como dice la Carta a los Filipenses – su propia gloria, sale y desciende hasta ser uno de nosotros, y desciende hasta la muerte en la Cruz (cfr Fil 2). La aventura del amor de Dios, que deja, se abandona a sí mismo para estar con nosotros – esto se hace presente en la Eucaristía; el gran acto, la gran aventura del amor de Dios y la humildad de Dios que se dona a nosotros. En este sentido la Eucaristía debe considerarse como el entrar en este camino de Dios. San Agustín dice, en el De Civitate Dei, libro X: "Hoc est sacrificium Christianorum: multi unum corpus in Christo", es decir: el sacrificio de los cristianos es el estar unidos por el amor de Cristo en la unidad del único cuerpo de Cristo.
El sacrificio consiste precisamente en salir de nosotros, en dejarnos atraer a la comunión del único pan, del único Cuerpo, y así entrar en la gran aventura del amor de Dios. Así debemos intentar celebrar, vivir, meditar siempre la Eucaristía, como esta escuela de liberación de mi “yo”: entrar en el único pan, que es pan de todos, que nos une en el único Cuerpo de Cristo. Y por tanto, la Eucaristía es, de por sí, un acto de amor, nos obliga a esta realidad del amor por los demás: que el sacrificio de Cristo es la comunión de todos en su Cuerpo. Y por tanto, de esta forma, debemos aprender la Eucaristía, que es además lo contrario del clericalismo, de cerrarse en sí mismos. Pensemos también en la Madre Teresa, verdaderamente el ejemplo más grande de este siglo, en este tiempo, de un amor que se deja a sí mismo, que deja todo tipo de clericalismo, de alejamiento del mundo, que va a los más marginados, a los más pobres, a las personas a punto de morir, y que se da totalmente al amor por los pobres, por los marginados. Pero Madre Teresa que nos dio este ejemplo, la comunidad que sigue sus huellas suponía siempre como primera condición de una fundación suya la presencia de un tabernáculo. Sin la presencia del amor de Dios que se da no sería posible realizar ese apostolado, no habría sido posible vivir en ese abandono de sí mismos; sólo insertándose en este abandono de sí en Dios, en esta aventura de Dios, en esta humildad de Dios, podían y pueden llevar a cabo este gran acto de amor, esta apertura a todos. En este sentido, diría: vivir la Eucaristía en su sentido original, en su verdadera profundidad, es una escuela de vida, es la protección más segura contra toda forma de clericalismo.
1 comentario:
El testimonio de amor del Santo Padre contagia. Recemos para que la Santísima Virgen María cuide al Papa.
Publicar un comentario