1 de noviembre de 2014

Solemnidad de todos los santos y conmemoración de los fieles difuntos


¡Estamos llamados a la vida eterna!

La solemnidad de todos los santos y la conmemoración de los fieles difuntos son dos celebraciones litúrgicas que invitan a meditar sobre la vida eterna. En este sentido la eucaristía nos alimenta la esperanza de la vida eterna.

«¡Oh sagrado banquete (o sacrum convivium), en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión; el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura!». Como dice esta antigua oración de la Iglesia, la eucaristía es, en efecto, como dice esta antigua oración de la Iglesia, «la anticipación de la gloria celestial»(Catecismo 1402). La eucaristía es, pues, la reunión con Dios y la comunión con los santos: es el cielo en la tierra.

El mismo Cristo quiso que la Cena eucarística fuera entendida también como prenda anticipadora del banquete celestial, «hasta que llegue el reino de Dios» (Lc 22,18; cf. Mt 26,29; Mc 14,25). Por eso, «cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa, y su mirada se dirige hacia “el que viene” (Ap 1,4). Y en su oración, implora su venida: “Maránathá” (1Cor 16,22), “Ven, Señor Jesús” (Ap 22,20), “que tu gracia venga y que este mundo pase” (Dídaque 10,6)» (Catecismo 1403).
Cada vez que nos reunimos en la eucaristía debe avivarse en nosotros el deseo del cielo, pues la celebramos «mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo» (oración después del Padrenuestro; +Tit 2,13). Con frecuencia las oraciones de la misa, especialmente las postcomuniones, piden que cuantos celebran aquí la eucaristía, lleguen a participar «en el banquete del Reino de los cielos». La eucaristía, pues, es como una puerta abierta al más allá celestial. Por eso en ella pedimos al Padre entrar «en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, porque, al contemplarte como tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a ti y cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor Nuestro» (Pleg. euc. III, intercesión por difuntos).

«La creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto, y no sólo ella, sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, suspirando por la adopción, por la redención de nuestro cuerpo. Porque es en esperanza como estamos salvados» (Rm 8,22-24). Pues bien, en este tiempo de prueba, paciente y esperanzado, la eucaristía es la anticipación y la prenda más segura de «los cielos nuevos y la tierra nueva» (2Pe 3,13), allí donde, finalmente, «Dios será todo en todas las cosas» (1Cor 15,28).

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