19 de enero de 2013

El estilo de la celebración: índice de la conciencia de la propia identidad del sacerdote



“La vida y el ministerio del sacerdote son continuación de la vida y la acción del mismo Cristo sacerdote;
esta es nuestra identidad, nuestra verdadera dignidad, la fuente de nuestra alegría, la certeza de nuestra vida”.

Estas palabras, que se encuentran en la Exhortación apostólica post-sinodal de Juan Pablo II acerca de la formación de los sacerdotes en las circunstancias actuales (Pastores dabo vobis, n. 18), son una hermosa síntesis, eficaz y plena de asombro y agradecimiento de la conciencia que la Iglesia tiene de la dignidad del sacerdote. No sólo eso. Estas palabras ofrecen a cada presbítero una especie de espejo en el cual contemplar con gran gozo su propia identidad, a fin de centrarse de nuevo en ella, gracias sobre todo a la celebración litúrgica. De hecho, precisamente el acto litúrgico revela, de manera del todo singular, la realidad más íntima y fascinante del sacerdocio ministerial: ser imagen viva y transparente de Cristo sacerdote. La reflexión teológica ha acuñado una fórmula bastante densa de significado para describir esta realidad: “in persona Christi”. El sacerdote actúa en la persona misma de Cristo, “Cristo vive en él” cuando ejerce su ministerio litúrgico y sacramental.

De aquí deriva la importancia de un estilo de la celebración que revele la conciencia de la identidad sacerdotal y, al mismo tiempo, ayude al presbítero a “permanecer” dentro de esta identidad suya, a renovarla y profundizarla, a configurarse a esta cada vez con mayor intensidad.

Algunos ejemplos relativos a la celebración de la Santa Misa pueden guiar hacia una mayor comprensión de cuanto se desea subrayar.

El sacerdote revela la conciencia que tiene de sí mismo ya desde la sacristía: por el modo orante con el cual se prepara a la celebración, por el sentido religioso con el cual lleva los paramentos sagrados, por la elección cuidadosa de estos en aras de una belleza y dignidad. Todo es signo elocuente de que se entra en un ministerio que desnuda al sacerdote de su subjetividad y lo introduce en el acto de Cristo sacerdote, al cual esa subjetividad se entrega.

El sacerdote revela la conciencia de su identidad durante la Liturgia de la Palabra: primero la escucha atentamente, en el silencio recogido del corazón. Después es su humilde servidor, al hacerse eco de una palabra que no es suya, sino de Cristo y de la Iglesia, y que, justamente por esto, es preciso proclamarla integralmente, sin personalismos o temores sino con audacia y franqueza, con la ternura fuerte del Corazón mismo de Jesús.

Sin embargo, es sobre todo entrando en la Liturgia eucarística como el sacerdote revela la conciencia de lo que se dispone a vivir. En el acto de entregar su vida al Padre, como sacrificio para la salvación del mundo, crece en él la percepción viva de los sentimientos de Cristo; sus gestos y sus palabras adquieren aquí una profundidad única y una resonancia interior en cierto sentido dramática. De hecho, el sacerdote, por decirlo así, es habitado por la Pasión de Jesús, por el dolor lancinante por el pecado del mundo, por el deseo vehemente de ofrecerse totalmente y sin reservas por la salvación de todos.

El sacerdote, celebrando los santos misterios, sabe que él no es el protagonista. El verdadero y gran Protagonista es Otro, al cual él está llamado a abrir de par en par las puertas del corazón y de toda su vida para convertirse en una re-presentación sacramental.

El estilo pertinente al sacerdote en la celebración es, pues, el de Juan el Bautista: el amigo del Esposo que exulta al oír su voz y ensalza su presencia; que siente la exigencia irreprimible de hacerse pequeño para que el Esposo pueda crecer.

En este arte de hacerse a un lado y esconderse en Cristo está todo el estilo de la celebración del sacerdote, hombre de lo sagrado porque misteriosamente atrapado por lo Sagrado por excelencia, Cristo, según la afirmación de Santo Tomás de Aquino (cf. Summa Theologiae III, 73, 1, 3m).

Este estilo de la celebración revela la buena conciencia que el sacerdote tiene de su identidad; este estilo de la celebración, cultivado con cuidado y fidelidad en la celebración diaria, hace que en el sacerdote sea cada vez más determinada y apasionada la adhesión a su espléndida identidad, más verdadera y arraigada su alegría, más auténtico y fecundo su servicio a la Iglesia.

Mons. Guido Marini
Maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias



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