16 de junio de 2011

Fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote

Hoy, Jueves después de pentecostés, tenemos la alegría de celebrar junto a toda la Iglesia la fiesta de Jesucristo Sumo y eterno Sacerdote. Este día es motivo de alegría por el sacerdocio de Jesús y por el sacerdocio del que todos los bautizados participamos. Pero también es acción de gracias por el sacerdocio de aquellos que Él elige para que sean ministros suyos y administradores de sus sacramentos y de su Evangelio (como dice la oración colecta de esta fiesta). Roguemos a Jesús, nuestro intercesor, que quienes han sido sellados por el sublime carácter de su sacerdocio, sean fieles en el cumplimiento de su ministerio y demos gracias a Dios por la entrega diaria de cada uno.


Eres tú nuestro pontífice,
oh Siervo glorificado,
ungido por el Espíritu,
de entre los hombres llamado.

Eres tú nuestro pontífice,
el que tendiste la mano
a la mujer rechazada
y al ciego desamparado.

Eres tú nuestro pontífice;
el culto de los cristianos,
tu palabra que acontece
y el cuerpo santificado.

Eres tú nuestro pontífice;
morías en cruz clavado
y abrías la senda nueva
detrás del velo rasgado.

Eres tú nuestro pontífice,
hoy, junto al Padre, sentado;
hoy por la Iglesia intercedes,
nacida de tu costado

Eres tú nuestro pontífice;
¡Cristo, te glorificamos!
¡Que tu santo rostro encuentre
dignos de ti nuestros cantos! Amén.

"Es muy cierto que Jesucristo es sacerdote, pero no para sí mismo, sino para nosotros, porque presenta al Padre eterno las plegarias y los anhelos religiosos de todo el género humano; Jesucristo es también víctima, pero en favor nuestro, ya que sustituye al hombre pecador. Por esto, aquellas palabras del Apóstol: «Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús» exigen de todos los cristianos que reproduzcan en sí mismos, en cuanto lo permite la naturaleza humana, el mismo estado de ánimo que tenía nuestro Redentor cuando se ofrecía en sacrificio: la humilde sumisión del espíritu, la adoración, el honor, la alabanza y la acción de gracias a Dios.
Aquellas palabras exigen, además, a los cristianos que reproduzcan en sí mismos las condiciones de víctima: la abnegación propia, según los preceptos del Evangelio, el voluntario y espontáneo ejercicio de la penitencia, el dolor y la expiación de los pecados. Exigen, en una palabra, nuestra muerte mística en la cruz con Cristo, para que podamos decir con san Pablo: «Estoy crucificado con Cristo.»" De la encíclica Mediátor Dei del papa Pío XII

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