La gente comenzó a venir a mi diciendo: “No siento nada en la Misa. Es aburrida. Saco mucho mas de un encuentro de oración que está lleno de vida y donde me siento bien.”
Yo siempre respondo: “La fe y los sentimientos son dos cosas distintas. No hay un lugar en la Palabra de Dios donde Jesús haya dicho: “Por sus sentimientos serán salvados” o “Por sus sentimientos serán sanados”. Él encomendó a la gente a su fe. La fe es creer en lo que no vemos. Jesús dijo: “Bienaventurados los que creen sin haber visto.””
Este es nuestro gran reto como católicos. No podemos explicar la Eucaristía porque es un milagro y un misterio. Lo que cuenta no es entender con la mente, sino creer con el corazón. No son los sentimientos los que hacen presente a Cristo en la Eucaristía. Es el poder del Espíritu Santo actuando a través del sacerdote ordenado lo que hace a Cristo presente para nosotros en la Eucaristía. Puede ser que yo no sienta nada, pero aún así, Jesús está ahí.
Necesitamos pensar en lo que Jesús hizo luego de que Pedro profesó su fe en Él. Jesús no sólo habló sin hacer nada. Esa fue una enseñanza profética. Si leemos Juan 6, veremos que Jesús no dijo: “Bueno, esto parece pan sagrado” ni “Este pan será bendito”. No, Él dijo: “Este es el Pan vivo bajado del Cielo. Aquel que coma de mi Carne y beba de mi Sangre tendrá Vida Eterna”. Y en los relatos de la Pascua en Mateo, Marcos y Lucas, Jesús dice: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por ustedes. Esta es la Sangre de la nueva alianza que será derramada por muchos para el perdón de los pecados”.
La Misa y la fe en la Eucaristía no tienen nada que ver con los sentimientos. Estoy segura de que los apóstoles no sintieron nada extraordinario cuando fueron desafiados a tener una fe así, cuando tuvieron que creer algo que todavía no habían visto y tampoco podían entender. Los mismo sucede con nosotros cuando vamos a Misa. Asistimos a la Eucaristía cada domingo con la fe de Pedro y decimos: “Creo que este es el Cristo vivo que ha bajado hoy a nuestro altar. En verdad voy a recibirlo”.
Si creo verdaderamente que la Misa en un encuentro con Jesús vivo, me daré cuenta de que este se da de dos maneras muy concretas y poderosas. Encuentro a Jesús a través de la proclamación de la Palabra de Dios. El diácono o sacerdote que proclaman el Evangelio para mí de hecho me están entregando una Palabra viva que me purifica, me sana, me libera. Cuando recibo la Eucaristía, recibo el alimento para mi alma.
En la mesa del Señor, recibo dirección y guía para mi camino en la vida. En la Eucaristía, recibo el alimento que me fortalece para vivir lo que acabo de escuchar en la proclamación del Evangelio.
Yo siempre respondo: “La fe y los sentimientos son dos cosas distintas. No hay un lugar en la Palabra de Dios donde Jesús haya dicho: “Por sus sentimientos serán salvados” o “Por sus sentimientos serán sanados”. Él encomendó a la gente a su fe. La fe es creer en lo que no vemos. Jesús dijo: “Bienaventurados los que creen sin haber visto.””
Este es nuestro gran reto como católicos. No podemos explicar la Eucaristía porque es un milagro y un misterio. Lo que cuenta no es entender con la mente, sino creer con el corazón. No son los sentimientos los que hacen presente a Cristo en la Eucaristía. Es el poder del Espíritu Santo actuando a través del sacerdote ordenado lo que hace a Cristo presente para nosotros en la Eucaristía. Puede ser que yo no sienta nada, pero aún así, Jesús está ahí.
Necesitamos pensar en lo que Jesús hizo luego de que Pedro profesó su fe en Él. Jesús no sólo habló sin hacer nada. Esa fue una enseñanza profética. Si leemos Juan 6, veremos que Jesús no dijo: “Bueno, esto parece pan sagrado” ni “Este pan será bendito”. No, Él dijo: “Este es el Pan vivo bajado del Cielo. Aquel que coma de mi Carne y beba de mi Sangre tendrá Vida Eterna”. Y en los relatos de la Pascua en Mateo, Marcos y Lucas, Jesús dice: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por ustedes. Esta es la Sangre de la nueva alianza que será derramada por muchos para el perdón de los pecados”.
La Misa y la fe en la Eucaristía no tienen nada que ver con los sentimientos. Estoy segura de que los apóstoles no sintieron nada extraordinario cuando fueron desafiados a tener una fe así, cuando tuvieron que creer algo que todavía no habían visto y tampoco podían entender. Los mismo sucede con nosotros cuando vamos a Misa. Asistimos a la Eucaristía cada domingo con la fe de Pedro y decimos: “Creo que este es el Cristo vivo que ha bajado hoy a nuestro altar. En verdad voy a recibirlo”.
Si creo verdaderamente que la Misa en un encuentro con Jesús vivo, me daré cuenta de que este se da de dos maneras muy concretas y poderosas. Encuentro a Jesús a través de la proclamación de la Palabra de Dios. El diácono o sacerdote que proclaman el Evangelio para mí de hecho me están entregando una Palabra viva que me purifica, me sana, me libera. Cuando recibo la Eucaristía, recibo el alimento para mi alma.
En la mesa del Señor, recibo dirección y guía para mi camino en la vida. En la Eucaristía, recibo el alimento que me fortalece para vivir lo que acabo de escuchar en la proclamación del Evangelio.
De Los milagros sí suceden, Briege McKeena, osc
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