Comer aquella comida y beber aquella bebida es permanecer en Cristo y tener a Cristo como huésped dentro de ti.
Acercate a Cristo con alegría. Con tal que te presentes con humildad, no serás rechazado.
Él bajó del cielo a la tierra no para hacer la voluntad propia, sino la de aquel que lo envió.
Descendió humilde, vino a enseñar la humildad, apareció como maestro de humildad. Si te acercas a Él, te incorporas a Él; acercándote, serás humilde; si te unes con Él, serás humilde, porque no haces tu voluntad, sino la de Dios.
Si te domina la soberbia, estás muy lejos de este pan del cielo y no puedes sentir hambre de él.
El soberbio tiene estragado el paladar del corazón. Aunque tiene los oídos abiertos, es sordo, y aunque tiene vista, permanece ciego. No entiende nada de este pan bajado del cielo, porque, harto de su justicia, no puede tener hambre de la justicia de Dios.
El humilde, desconfiado de sus fuerzas, es ayudado de la gracia, y la caridad se derrama en su corazón por medio del Espíritu Santo. El humilde cree, tiene hambre y come; el que místicamente renace, místicamente se robustece.
En su interior es como niño y en su interior se renueva; donde se renueva, allí recibe el alimento.
Acércate a comer, tú que comes, y a beber, tú que bebes. Ten hambre, ten sed; come la vida, bebe la vida.
Es un manjar que restaura. Restáurate, pues, de modo que jamás pierda su eficacia aquello con que te repararás.
Y beber aquella bebida, ¿qué otra cosa es más que vivir? Come la vida, bebe la vida. Así tendrás la vida, y la vida íntegra.
¡Oh, misterio de amor! ¡Oh, signo de unidad! ¡Oh, vínculo de caridad! El que quiera vivir, tiene dónde vivir, tiene de qué vivir. Me acercaré y creeré; me incorporaré para ser vivificado.
¡Ah! que no sea yo un miembro separado del organismo, ni un miembro enfermo que haya que cortar, ni un órgano desproporcionado que sirva de sonrojo a los demás, sea yo un miembro bello, bien constituido, sano y unido al cuerpo, y viva de ti y por ti, esforzándome ahora en la tierra para reinar después en el cielo.
Embriágame, Señor, de la abundancia de tu casa y dame de beber del torrente de tus delicias. Porque en ti está la fuente de mi vida; no en parte alguna fuera de ti, sino en ti únicamente está la fuente de la vida. Quiero beber para vivir; no quiero vivir mi vida, que sería como perderme, ni alimentarme de mí mismo, que sería aridecer, sino que anhelo poner mi boca en el surtidor de la fuente, donde jamás disminuye el agua.
Quitaré de en medio todas las falsas y culpables excusas, y acudiré al banquete que debe interiormente nutrirme.
No me sirva de impedimento la arrogante soberbia. No, que no me haga altivo la soberbia. Ni siquiera me entretenga la ilícita curiosidad, y me aleje de ti. No me impida el placer carnal gustar el del corazón.
Haz que me acerque y me nutra; deja que me acerque, no obstante ser mendigo, débil, inválido y ciego. A nuestra cena no vienen los ricos sanos, los que creen caminar bien y tener bien despierta la vista; los que presumen mucho de sí mismos y son, por ende, tanto más incurables cuanto más soberbios.
Yo me acercaré como mendigo, porque me invitas tú, que por mí te hiciste pobre siendo rico, a fin de enriquecerme con tu pobreza. Me acercaré como débil, porque no son los sanos los que tienen necesidad de médico, sino los que han perdido la salud. Me acercaré como inválido y te diré: "Afianza mis pasos en tus caminos". Me acercaré como ciego, y te diré: "Ilumina mis ojos, para que yo no me duerma con sueño de muerte."
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