7 de octubre de 2012

San Juan de Ávila, proclamado Doctor de la Iglesia


La Eucaristía como sacramento y comunión

Lo que se celebra en la Eucaristía (como presencia y sacrificio del Señor), tiene eficaz significado sacramental, «pues eso que pasa de fuera, se ha de obrar allá dentro; que los sacramentos así son, que lo que muestran de fuera obran de dentro» (Serm 57, 357ss). De modo especial, esta acción sacramental tiene lugar en la comunión eucarística: «¿Quién vio, quién oyó que Dios se diese en majar a los hombres y que el Criador sea manjar de su criatura?» (Serm 33, 20ss).
La presencia de Cristo sacrificado se hace comunión sacramental. La comunión no es, pues, algo separado del sacrificio, sino unido a él: «Manso va el Señor y callado como un cordero, y con entrañas encendidas de amor para darnos lo que nos cumple; y todo lo que allí se ve y se cree nos convida a que nos lleguemos a Él, a recibir de su mano el perdón y la gracia» (Serm 36, 213ss). «Todo lo cual recibís cuando comulgáis» (cuerpo, sangre, alma y divinidad) (Serm 37, 1032ss).

Recibir a Cristo es fuente de confianza e implica comprometerse en la caridad del mismo Cristo. Y si en cada sacramento se nos comunica la gracia de Cristo, en la Eucaristía «reside el mismo Señor, fuente de todas las gracias» (Serm 34, 514). Allí se encuentra fuerza y medicina para todos los males (Serm 39, 121 ss), se nos incorpora más a Cristo, porque comulgar es «ser hechos participantes de los merecimientos de Cristo, ser incorporados en Cristo» (Serm 58, 329ss). Se llama «Sacramento de amor y unión, porque por amor es dado, amor representa y amor obra en nuestras entrañas... Todo este negocio es amor» (Serm 51, 759ss).
La Eucaristía anticipa la gloria eterna: «Tú mismo estás aquí entre nosotros, y estarás, mientras el mundo durare, en tu Iglesia» (Serm 54, 395ss). Y es «prenda» de que un día llegaremos a participar en la misma gloria de Cristo en el cielo (Serm 41, 772ss).
El mismo Espíritu Santo, que hizo posible la Encarnación de Verbo en el seno de María, hace también posible la presencia real de Cristo en la Eucaristía, donde está «el Cuerpo que fue concebido por Espíritu Santo». Y así como «por merecimientos de Cristo descendió este Espíritu», así se nos comunica ahora el Espíritu por la Eucaristía, donde está presente el mismo Cristo (Carta 122, 68ss).
Siempre recuerda a la Santísima Virgen en los sermones eucarísticos: «¿Qué cosa es una hostia consagrada sino una Virgen que trae encerrado en sí a Dios?» (Serm 4, 329ss). «Y así hay semejanza entre la santa encarnación y este sacro misterio; que allí se abaja Dios a ser hombre, y aquí Dios humanado se baja a estar entre nosotros los hombres. Allí en el vientre virginal, aquí debajo de la hostia. Allí en los brazos de la Virgen, aquí en las manos del sacerdote» (Ser 55, 235ss; Carta 122).
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