12 de agosto de 2010

Hora Santa de Agosto


La multiplicación de los panes (Jn 6, 1-14)

Después de esto, Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?». Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió: «Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan». Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: «Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?». Jesús le respondió: «Háganlos sentar». Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron. Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: «Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada». Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada. Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: «Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo».


“Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él.”


En varios pasajes de la Biblia, observamos como la gente se acercaba al Maestro en grandes multitudes. ¿Que poder de atracción tenía aquel simple hombre que había salido de Nazareth, para que pueblos enteros dejaran las comodidades de sus hogares, sus trabajos y ocupaciones cotidianas cuando se enteraban que Jesús pasaba por allí?
El Evangelio nos relata que lo seguían, porque veían los signos que hacía curando a los enfermos. “los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos son resucitados, la Buena Noticia es anunciada a los pobres.” (Lc 7, 22).
Al igual que la gente de aquella época hoy somos nosotros los que somos llamados a dejar nuestras tareas cotidianas para pasar un rato junto a Jesús. También nosotros intuimos que presente en la Sagrada Forma, está Aquel que le da un verdadero sentido a los deseos más profundos de nuestro corazón. “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” (Jn 6, 68).
Allí en la Eucaristía esta el mismo Jesús que 2000 años atrás veía a las multitudes que se acercaban a Él. Hoy los que se acercan a Él somos nosotros, porque también tenemos enfermedades que necesitan ser curadas, también tenemos pecados que necesitan ser perdonados.


“¿Dónde compraremos pan para darles de comer?”



Luego de que Jesús ve a la multitud que acude a él, se pone a pensar en algo que al parecer ni siquiera había pensado aquella gente cuando se decidió a seguirlo; algo tendrán que comer.
Por eso le pregunta a Felipe, “¿Dónde compraremos pan para darles de comer?”, que es los mismo que preguntar ¿Qué hacemos?, ¿Cómo solucionamos esto?
Muchas veces nos enfrentamos a situaciones en las cuales nos preguntamos como las podemos resolver, algunas (por lo general la de todos los días) las podemos resolver de manera sencilla casi automática, pero hay otras que escapan a nuestras simples fuerzas. Sin embargo en nuestro corazón, Cristo nos pregunta justamente como podemos solucionarlas; como a Felipe nos pide que participemos, no que seamos espectadores de lo que pasa a nuestro alrededor.
Felipe le contestó que ni siquiera 200 denarios bastarían para comprar alimentos para todos. Aquí se juntan dos cosas, primero la pregunta que Jesús le hace ante un problema concreto, segundo Felipe pone el foco en si mismo, por lo que termina concluyendo que esa obra era imposible de realizar, ya que ésta lo sobrepasaba en todas las dimensiones.
Nosotros nos vamos a enfocar en un paso que Felipe no hizo, el reconocimiento de lo que tenemos, aquello con lo cual contamos sin importar si eso es insuficiente o no. Tenemos que aprender a ver los dones, gracias, regalos que nos han sido dados, no ver que es lo que nos falta. Todos y cada uno de nosotros tenemos cosas buenas para ofrecer a los demás, dones con los cuales Dios nos ha bendecido, y por los cuales le tenemos que dar gracias.
Podes escribir, o pensar aquellas gracias y regalos que el Buen Dios nos ha dado; ellos pueden ser alguna habilidad especial que tenemos, la manera de ver las cosas, nuestra familia, nuestros amigos, nuestra fe.


“Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados.”



Allí cerca había un niño, y al parecer había escuchado la pregunta del Maestro. Sin dudarlo le dio lo que tenía, cinco panes y dos pescados. Don y regalo para él y su familia porque con esos alimentos ellos se podían alimentar tranquilamente, pobreza y miseria para el resto porque eso sólo de ninguna manera podía satisfacer a 5000 personas. Sin embargo, la actitud de aquel chico fue totalmente opuesta a la de Felipe “ni con 200 denarios alcanzaría” y hasta la de Andrés “¿qué es esto para tanta gente?”. El chico así no pensaba, él había escuchado sobre Jesús y quizás hasta lo había visto, por eso no dudo en darle lo que tenía, porque él sabía que el Señor sabría que hacer. En sus manos de niño aquellos 5 panes y 2 peces lo habrían alimentado sólo a él, en las manos de Cristo todo podía pasar.
Así como los niños ven que para sus padres nada es imposible y por eso confían ilimitadamente en ellos, así también nosotros tenemos que hacer como los niños y confiar ilimitadamente en nuestro Dios; reconocer que lo que tenemos nosotros en nuestras manos si nos lo quedamos no sirve de mucho, pero que si confiamos verdaderamente en el poder del Padre y eso que tenemos se lo entregamos, El puede hacer maravillas.
Por eso ahora, al igual que aquel chico, entreguemos a nuestro Dios nuestros cinco panes y dos peces, para que El haga con ellos milagro de multiplicarlos para dárselo a los demás.
¿Cuáles son nuestros 5 panes y 2 pescados? Nuestros dones, nuestras gracias, regalos y también nuestras miserias, pecados, limitaciones, dolores. Sólo eso es lo que tenemos para ofrecerle al Buen Dios. No grandes riquezas, ni grandes sacrificios sino nuestra propia persona en su totalidad, con todo lo bueno y lo malo que cargamos diariamente.

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