30 de abril de 2010

SAN JOSÉ, CUSTODIO DE LA EUCARISTÍA


"San José, el carpintero de Nazaret, el esposo de María, el padre de Jesús. Enséñanos a tener la tu fe y tu confianza. Enséñanos a poner cada día, en nuestra familia, en nuestro trabajo, en todo lo que hacemos el amor y la entrega que tú pusiste. Enséñanos a tener el corazón abierto para reconocer en nuestra vida las huellas de Dios, para escuchar lo que él nos pide y para comprender los caminos que nos abre"


El recuerdo y la celebración de las fiestas de los Santos son siempre para nosotros un motivo de gozo y un estímulo. Ellos supieron ser fieles a llamada de Dios. Y nosotros también estamos llamados e invitados a vivir con fidelidad nuestra vida.


En el mes de Mayo celebramos la Fiesta de San José Obrero, el mayor de los santos después de María.


Nuestra curiosidad quisiera saber muchos detalles de su vida pero queda bastante decepcionada. La vida del carpintero de Nazaret no sobresale ni destaca por su espectacularidad sino por su acogida y fidelidad.


José ante el misterio de Dios presente en María se sorprende. La manifestación Dios siempre sorprende. Conoce que Dios le llama a ser el esposo de María y el custodio de Jesús y acepta el riesgo que siempre supone la fe con un corazón sencillo, abierto, disponible.


Su fe se tradujo en fidelidad. Cumple la misión sin ruidos. Habla el lenguaje que mejor conoce: El lenguaje de los hechos. Siempre al lado de Jesús y de María con sentimientos de asombro y de gratitud. A San José le podríamos calificar como “Custodio de la Eucaristía”. Así lo afirma la liturgia: “Confiaste los primeros misterios de la salvación a la fiel custodia de San José”. Él acoge a Jesús presente en seno de María, él asiste a la adoración de los pastores y de los magos, él le lleva a Egipto y lo trae, él le enseña a rezar, él le busca, él contempla su crecimiento, él acepta con agrado su trabajo en el taller de Nazaret.


La Iglesia imita a José cuando suscita en los fieles los sentimientos de asombro y gratitud ante el misterio de la Eucaristía. “Este asombro ha de inundar siempre a la Iglesia, reunida en la celebración eucarística”, decía el Santo Padre Juan Pablo II en su Encíclica (n. 5). En el pan y vino consagrados se hace presente el Señor mismo. Él en persona. Vivo. Resucitado. Dios y hombre. Nuestro mejor amigo. Nuestro Salvador.


Estamos invitados como San José a creer y a adorar. A reconocer y bendecir, a confesar y a postrarnos. Asombrados, estremecidos. Agradecidos y gozosos. Que las fiestas de este año nos ayuden a crear actitudes de adoración, de agradecimiento, de estima hacia Cristo presente en la Eucaristía.




Oración a San José antes de la Eucaristía


Oh José Bendito, a quién se le concedió
no sólo ver y escuchar a Dios
a quien muchos reyes anhelaron ver y no vieron,
anhelaron escuchar y escucharon;
y además llevarle en tus brazos,
abrazarlo, vestirlo, guardarlo y defenderlo.

V.: Ruega por nosotros, Oh José Bendito.
R.: Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Cristo.

Oh Dios, Tú que nos has dado un sacerdocio real,
te pedimos que así como el Bendito José
fue encontrado digno tocar con sus manos
y llevar en sus brazos a Tu Hijo,
nacido de la Virgen María, seamos también dignos,
por la limpieza de nuestro corazón y
la inocencia de nuestra vida,
con devoción reverente compartir en este día
el Cuerpo y Sangre de tu Hijo,
y ser contados en este mundo entre quienes consideran
dignos de recibir la recompensa eterna.
Por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.

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