«En el púlpito, comenzaba a veces a tratar de diferentes materias, pero siempre volvía a Nuestro Señor presente en la Eucaristía. “Este atractivo por la presencia real [según testimonio de Catalina Lasagne] aumentó de una manera sensible hacia el fin de su vida…
Se interrumpía y derramaba lágrimas; su figura aparecía resplandeciente y no se oían sino exclamaciones de amor”»
(A. Trochou, El Cura de Ars, Palabra, Madrid 2003, 12ª ed., 631).
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