Exposición de Santísimo Sacramento
Meditamos del "Secreto de María" de San Luis María de Montfort:
1. La gracia de Dios es
absolutamente necesaria.
Lo que Dios quiere de
ti, alma que eres su imagen viva, comprada con la Sangre de Jesucristo, es que
llegues a ser santa, como Él, en esta vida, y glorificada, como Él, en la otra.
Tu vocación cierta es adquirir la santidad divina; y todos tus pensamientos, palabras y obras, tus sufrimientos, los movimientos todos de tu vida a eso se deben dirigir; no resistas a Dios, dejando de hacer aquello para que te ha criado y hasta ahora te conserva.
¡Qué obra tan
admirable! El polvo trocado en luz, el pecado en santidad, la criatura en su
Creador, y el hombre en Dios. Obra admirable, repito, pero difícil en sí misma,
y a la naturaleza por sí sola imposible. Nadie si no Dios con su gracia y
gracia abundante y extraordinaria puede llevarla a cabo; la creación de todo el
universo no es obra tan grande como ésta.
Y tú ¿cómo lo
conseguirás? ¿Qué medios vas a escoger para levantarte a la perfección a que
Dios te llama? Los medios de salvación y santificación son de todos conocidos;
señalados están en el Evangelio, explicados por los maestros de la vida
espiritual, practicados por los santos. Todo el que quiera salvarse y llegar a
ser perfecto necesita *humildad de corazón, *oración continua, *mortificación
universal, *abandono en la Divina Providencia y *conformidad con la voluntad de
Dios.
Para poner en práctica
todos estos medios de salvación y santificación, nadie duda que la gracia de
Dios es absolutamente necesaria y que, más o menos, a todos se da. Más o menos
digo, porque Dios, a pesar de ser infinitamente bueno, no da a todos el mismo
grado de gracia, aunque da a cada uno la suficiente. El alma fiel con mucha
gracia hace grandes cosas, y con poca gracia, pequeñas. Lo que valora y hace
subir de quilates nuestras acciones es la gracia dada por Dios y seguida por el
alma. Estos principios son incontestables.
Silencio
Continuamos la meditación:
II. Para hallar la
gracia de Dios hay que hallar a María.
Todo se reduce, pues, a
hallar un medio fácil con que consigamos de Dios la gracia necesaria para ser
santos, y éste es el que te voy a enseñar. Digo, pues, que para hallar esta
gracia de Dios hay que hallar a María. Por las siguientes razones:
Sólo María es la que ha
hallado gracia delante de Dios, ya para Sí, ya para todos y cada uno de los
hombres en particular; que ni los patriarcas, ni los profetas, ni todos los
santos de la ley antigua pudieron hallarla.
María es Madre de la
gracia, Mater gratiae, porque Ella es la que dio el ser y la vida al Autor de
toda gracia.
Dios Padre, de quien
todo don perfecto y toda gracia desciende como fuente esencial, dándole al
Hijo, le dio todas las gracias; de suerte, que, como dice San Bernardo, se le
ha dado en Él y con Él la voluntad de Dios.
Dios la ha escogido por
tesorera, administradora y dispensadora de todas las gracias, de suerte que
todas las gracias y dones pasan por sus manos y conforme al poder que ha
recibido reparte Ella a quien quiere, como quiere, cuando quiere y cuanto
quiere, las gracias del Eterno Padre, las virtudes de Jesucristo y los dones
del Espíritu Santo.
Así como en el orden de
la naturaleza es necesario que tenga el niño padre y madre, así en el orden de
la gracia es necesario que el verdadero hijo de la Iglesia tenga por Padre a
Dios y a María por Madre; y el que se jacte de tener a Dios por padre, sin la
ternura de verdadero hijo para con María, es un engañador.
Puesto que María ha
formado la Cabeza de los predestinados, Jesucristo, tócale a Ella el formar los
miembros de esa Cabeza, los verdaderos cristianos: que no forman las madres
cabezas sin miembros, ni miembros sin cabeza. Quien quiera, pues, ser miembro
de Jesucristo, lleno de gracia y de verdad, debe formarse en María, mediante la
gracia de Jesucristo, que en Ella plenamente reside, para de lleno comunicarse
a los verdaderos miembros de Jesucristo, que son verdaderos hijos de María.
El Espíritu Santo, que
se desposó con María, y en Ella, por Ella y de Ella, produjo su obra maestra,
el Verbo encarnado Jesucristo, continúa produciendo todos los días en Ella y
por Ella a los predestinados, por verdadero aunque misterioso modo.
María ha recibido de
Dios particular dominio sobre las almas, para alimentarlas y hacerlas crecer en
Él. Aun llega a decir San Agustín que en este mundo los predestinados todos
están encerrados en el seno de María, y que no salen a la luz hasta que esta
buena Madre les conduce a la vida eterna. Por consiguiente, así como el niño
saca todo su alimento de la madre, que se lo da proporcionado a su debilidad,
así los predestinados sacan todo su alimento espiritual y toda su fuerza de
María.
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