Entre otros muchos que pueden ser admirados por su devoción
eucarística, podemos considerar el testimonio impresionante de san Francisco de Asís (1182-1226). Poco antes de morir, en
su Testamento, pide a todos sus hermanos que
participen siempre de la inmensa veneración que él profesa hacia la Eucaristía y los
sacerdotes:
«Y lo hago por este motivo:
porque en este siglo nada veo corporalmente del mismo altísimo Hijo de Dios,
sino su santísimo cuerpo y su santísima sangre, que ellos reciben y sólo ellos
administran a los demás. Y quiero que estos santísimos misterios sean honrados y venerados por
encima de todo y colocados en lugares preciosos» (10-11; cf. Admoniciones 1: El Cuerpo del Señor).
Esta devoción eucarística, tan fuerte en el mundo
franciscano, marca también una huella muy profunda, que dura hasta nuestros
días, en la espiritualidad de las clarisas. En la Vida de santa Clara (+1253),
escrita muy pronto por el franciscano Tomás de Celano (hacia 1255), se refiere
un precioso milagro eucarístico. La iconografía tradicional representa a Santa
Clara de Asís con una custodia en la mano, porque asediada la ciudad de Asís
por un ejército invasor de sarracenos, fueron estos ahuyentados del convento de
San Damián por la Santa
con la custodia:
«Ésta, impávido el corazón,
manda, pese a estar enferma, que la conduzcan a la puerta y la coloquen frente
a los enemigos, llevando ante sí la cápsula de plata, encerrada en una caja de
marfil, donde se guarda con suma devoción el Cuerpo del Santo de los Santos».
De la misma cajita le asegura la voz del Señor: “yo siempre os defenderé”, y
los enemigos, llenos de pánico, se dispersan» (Legenda
santæ Claræ 21).
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