El culmen de la
Plegaria eucarística, en cuanto oración magna de la Iglesia, es el
Padrenuestro, que al mismo tiempo inicia el rito de la comunión. Comienza
reiterando el Santo del prefacio –«santificado sea tu Nombre»–, asimila la
actitud filial de Cristo, la Víctima pascual ofrecida –«hágase tu voluntad»–, y
continúa pidiendo para la Iglesia la santidad y la unidad –«venga a nosotros tu
reino»–.
Pero también prepara a
la comunión eucarística, pidiendo el pan necesario, material y espiritual
–«danos hoy nuestro pan de cada día»–, implora el perdón y la superación del
mal –«perdona nuestras ofensas, líbranos del mal»–, y procura la paz con los
hermanos –«perdonamos a los que nos ofenden»–. No podemos, en efecto, unirnos
al Señor en la Eucaristía, si estamos en pecado y si permanecemos separados de
los hermanos (Mt 6,14-15; 6,9-13; 18,35).
El Padrenuestro, rezado
en la Misa por el sacerdote y el pueblo juntamente, es desarrollado por el
sacerdote en el embolismo que le sigue: «Líbranos de todos los males, Señor»,
en el que pide la paz de Cristo y la protección de todo pecado y perturbación,
«mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo». Y esta
vez es el pueblo el que consuma la oración con una gran doxología, que es eco
de la liturgia celestial: «Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por
siempre, Señor» (Ap 1,6; 4,11; 5,13).
Conviene advertir que
la renovación postconciliar de la liturgia ha restaurado la costumbre antigua,
ya practicada por las primeras generaciones cristianas, de rezar tres veces
cada día el Padrenuestro, concretamente en laudes, en misa y en vísperas. «Así
habéis de orar tres veces al día» (Dídaque VIII,3). Merece, pues, la pena que
nos detengamos a considerar el Padrenuestro, el momento orante más alto de la
Eucaristía (cf. Catecismo 2759-2865).
El lugar y momento en
que Jesús enseñó el Padrenuestro pudo ser en pleno ministerio galileo, a la mitad
quizá de su segundo año de vida pública, dentro del Sermón de la Montaña (Mt
5-7), probablemente cerca de Cafarnaúm. Pero pudo ser en otro momento y lugar:
«hallándose él orando en cierto lugar, cuando acabó, le dijo uno de los
discípulos: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñaba a sus
discípulos» (Lc 11,1).
No obstante, hay
tradición –fidedigna, según Lagrange– de que el PN lo enseñó Jesús en el monte
de los Olivos, donde hasta hoy existe el templo Boma, cuyo origen está en Santa
Elena, madre de Constantino, en el s. IV. El templo fue reconstruido por los
cruzados: «lo que quedaba de Eleona». Una y otra vez destruido y restaurado, es
la actual basílica del Paternóster, junto a la cual está el Carmelo del
Padrenuestro –carmelitas descalzas de la Reforma teresiana (el Camino de
Perfección, de Sta. Teresa, es un comentario al PN)–, fundado en 1876. Hay en
su claustro 66 versiones del PN en otras tantas lenguas.
Conocemos tres
versiones del Padrenuestro.
San Lucas (11,2-4)
escribe su Evangelio para cristianos helénicos, que aún no saben orar. Resume
la oración de Jesús en cinco peticiones concisas.
Padre -Santificado sea
tu nombre. -Venga tu reinado. -El pan nuestro cotidiano dánosle cada día.
-Perdónanos nuestros pecados, pues también nosotros mismos perdonamos a todo
deudor nuestro. -Y haz que no entremos en la tentación.
San Mateo (6,9-13)
escribe su Evangelio ante todo para
cristianos judíos. Y parece que el contexto del PN es el Sermón del Monte,
donde Jesús enseña privadamente a discípulos ya creyentes: es la nueva oración
de los hijos. Éstos no rezan ya como los judíos –la Shemá y la Tefillá de18
bendiciones– (5,20-6,1.5-6), ni tampoco como los paganos, charlatanes, cuya
religiosidad está en auge tras la caída de Jerusalén en el 70 (5,47; 6,7-8). El
Señor enseña a los llamados al Reino cómo ha de ser la oración, la limosna y el
ayuno: «así, pues, habéis de orar vosotros» (6,9).
-Padre nuestro que
estás en los cielos. -Santificado sea tu
nombre. -Venga tu reinado. -Hágase tu voluntad como en el cielo, también sobre
la tierra. -El pan nuestro cotidiano dánosle hoy. -Y perdónanos nuestras
deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores. -Y haz que
no entremos en la tentación, -sino líbranos del Maligno.
Dídaque (8,2) es un
documento de la segunda mitad del siglo I, de origen al parecer sirio o
palestino, destinado al uso catequístico y litúrgico. Tuvo un gran influjo en
la Iglesia antigua. Este venerable texto incluye en el plan vida cristiana
rezar el PN «tres veces al día» (8,3), sustituyendo así los tres rezos judíos
diarios de la Tefillá.
-Padre nuestro que
estás en el cielo. -Santificado sea tu nombre. -Venga tu reinado. -Hágase tu
voluntad como en el cielo, también sobre la tierra. -El pan nuestro cotidiano
dánosle hoy. -Perdónanos nuestra deuda, como también nosotros perdonamos a
nuestros deudores. -Y haz que no entremos en la tentación, -sino líbranos del
mal. Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos.
José María Iraburu,
sacerdote
No hay comentarios:
Publicar un comentario