En la primera mitad del siglo XVI, con los protestantes, se presentan teorías anti-eucarísticas y por eso el concilio de Trento, en
1551, se ve obligado a reafirmar la fe católica frente a ellos, que la niegan:
«Si alguno
dijere que, acabada la consagración de la Eucaristía , no se debe adorar con culto de
latría, aun externo, a Cristo, unigénito Hijo de Dios, y que por tanto no se le
debe venerar con peculiar celebración de fiesta, ni llevándosele solemnemente
en procesión, según laudable y universal rito y costumbre de la santa Iglesia,
o que no debe ser públicamente expuesto para ser adorado, y que sus adoradores
son idólatras, sea anatema» (Denz 1656).
El anglicanismo,
sin embargo, reconoce en sus comienzos la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Y aunque
pronto sufre en este tema influjos luteranos y calvinistas, conserva siempre
más o menos, especialmente en su tendencia tradicional, un cierto culto de
adoración (Bertaud 1635). El acuerdo anglicano-católico sobre la teología
eucarística (IX-1971), es un testimonio de esta aproximación doctrinal («Phase»
12, 1972, 310-315). En todo caso, el mundo protestante actual, en su conjunto,
sigue rechazando el culto eucarístico.
Las Iglesias de Oriente, en fin, todas ellas, promueven en sus liturgias un
sentido muy profundo de adoración de Cristo en la celebración misma de los
Divinos Misterios. Pero fuera de la Misa ,
el culto eucarístico no ha sido asumido por las Iglesias orientales separadas
de Roma, pues permanecen fijas en lo que fueron usos universales
durante el primer milenio cristiano. Ha sido en cambio recibido por las
Iglesias orientales que viven la comunión católica (Mysterium fidei 41). En ellas, incluso, hay también
institutos religiosos especialmente destinados a esta devoción, como las Hermanas eucarísticas de
Salónica (Bertaud 1634-1635).
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