El Reino de Dios «se aproxima en el Verbo encarnado, se anuncia a través de todo el Evangelio, llega en la muerte y en la resurrección de Cristo, adviene en la última Cena y por la Eucaristía está entre nosotros. Y el Reino de Dios llegará en la gloria cuando Jesucristo lo devuelva al Padre». «Mientras esperamos la venida gloriosa de nuestro Salvador Jesucristo», ésa es la oración de la Iglesia: «Ven, Señor Jesús» (Ap 22,20). Nuestro Señor Jesucristo, él mismo es el Reino de Dios entre los hombres.
«Las almas de los mártires invocan al Señor con grandes gritos: “¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de la tierra?” (Ap 6,10). Los mártires deben alcanzar la justicia al fin de los tiempos. Señor ¡apresura, pues, la venida de tu Reino!» (Tertuliano).
«Sólo un corazón puro puede decir con seguridad: “¡venga a nosotros tu Reino!”. Es necesario haber estado en la escuela de Pablo para decir: “que el pecado no reine ya en nuestro cuerpo mortal” (Rm 6,12). El que se conserva puro en sus acciones, sus pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: “¡venga tu Reino!”» (S. Cirilo de Jerusalén).
La batalla entre el Reino y el mundo es continua. Hasta entonces, hasta la victoria final de Cristo Rey sobre todos los pueblos, «toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas» (Vat. II: GS 13a). Así lo comprobamos cada día: «a través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final» (37b). Todo quedará finalmente sujeto a Cristo, hasta la misma muerte; y «Dios vendrá a ser todo en todas las cosas» (1Cor 5,28).
Hasta entonces, oramos insistentemente: «¡venga a nosotros tu Reino!» en cada Eucaristía cuando rezamos el Padrenuestro.
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