1. «Tú caminas a lo
largo de los siglos » (canto eucarístico polaco).
La solemnidad del
Corpus Christi nos invita a meditar en el singular camino que es el itinerario
salvífico de Cristo a lo largo de la historia, una historia escrita desde los
orígenes, de modo simultáneo, por Dios y por el hombre. A través de los acontecimientos
humanos, la mano divina traza la historia de la salvación.
Es un camino que
empieza en el Edén, cuando, después del pecado del primer hombre, Adán, Dios
interviene para orientar la historia hacia la venida del «segundo» Adán. En el
libro del Génesis se encuentra el primer anuncio del Mesías y, desde entonces,
a lo largo de las generaciones, como atestiguan las páginas del Antiguo
Testamento, se recorre el camino de los hombres hacia Cristo.
Después, cuando en la
plenitud de los tiempos el Hijo de Dios encarnado derrama en la cruz la sangre
por nuestra salvación y resucita de entre los muertos, la historia entra, por
decirlo así, en una dimensión nueva y definitiva: se sella entonces la nueva y
eterna alianza, cuyo principio y cumplimiento es Cristo crucificado y
resucitado. En el Calvario el camino de la humanidad, según los designios
divinos, llega a su momento decisivo: Cristo se pone a la cabeza del nuevo
pueblo para guiarlo hacia la meta definitiva. La Eucaristía, sacramento de la
muerte y de la resurrección del Señor, constituye el corazón de este itinerario
espiritual escatológico.
2. «Yo soy el pan vivo
que ha bajado del cielo; el que come de este pan vivirá para siempre» (Jn 6,
51).
Acabamos de proclamar
estas palabras en esta solemne liturgia. Jesús las pronunció después de la
multiplicación milagrosa de los panes junto al lago de Galilea. Según el
evangelista san Juan, anuncian el don salvífico de la Eucaristía. No faltan en
la antigua Alianza prefiguraciones significativas de la Eucaristía, entre las
cuales es muy elocuente la que se refiere al sacerdocio de Melquisedec, cuya
misteriosa figura y cuyo sacerdocio singular evoca la liturgia de hoy. El
discurso de Cristo en la sinagoga de Cafarnaum representa la culminación de las
profecías veterotestamentarias y, al mismo tiempo, anuncia su cumplimiento, que
se realizará en la última cena.
Sabemos que en esa circunstancia las palabras
del Señor constituyeron una dura prueba de fe para quienes las escucharon, e
incluso para los Apóstoles.
Pero no podemos olvidar
la clara y ardiente profesión de fe de Simón Pedro, que proclamó: «Señor, ¿a
quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y
sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6, 68-69).
Estos mismos
sentimientos nos animan a todos hoy, mientras, reunidos en torno a la
Eucaristía, volvemos idealmente al cenáculo, donde el Jueves santo la Iglesia
se congrega espiritualmente para conmemorar la institución de la Eucaristía.
3. «In supremae nocte
cenae, recumbens cum fratribus...».
«La noche de la última
cena, recostado a la mesa con los Apóstoles, cumplidas las reglas sobre la
comida legal, se da, con sus propias manos, a sí mismo, como alimento para los
Doce».
Con estas palabras,
santo Tomás de Aquino resume el acontecimiento extraordinario de la última
cena, ante el cual la Iglesia permanece en contemplación silenciosa y, en
cierto modo, se sumerge en el silencio del huerto de los Olivos y del Gólgota.
El doctor Angélico
exhorta: «Pange, lingua, gloriosi Corporis mysterium...».
«Canta, lengua, el
misterio del Cuerpo glorioso y de la Sangre preciosa que el Rey de las
naciones, fruto de un vientre generoso, derramó como rescate del mundo».
El profundo silencio
del Jueves santo envuelve al sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Parece que el canto de los fieles no puede desplegarse en toda su intensidad ni
tampoco, con mayor razón, las demás manifestaciones públicas de la piedad
eucarística popular.
4. Por eso, la Iglesia
sintió la necesidad de una fiesta adecuada, en la que se pudiera expresar más
intensamente la alegría por la institución de la Eucaristía: nació así, hace
más de siete siglos, la solemnidad del Corpus Christi, con grandes procesiones
eucarísticas, que ponen de relieve el itinerario del Redentor del mundo en el
tiempo: «Tú caminas a lo largo de los siglos». También la procesión que
realizaremos hoy al término de la santa misa evoca con elocuencia el camino de
Cristo solidario con la historia de los hombres. Significativamente a Roma se
la suele llamar «ciudad eterna», porque en ella se reflejan admirablemente
diversas épocas de la historia. De modo especial, conserva las huellas de dos
mil años de cristianismo.
En la procesión, que
nos llevará desde esta plaza hasta la basílica de Santa María la Mayor, estará
presente idealmente toda la comunidad cristiana de Roma congregada alrededor de
su Pastor, con sus obispos colaboradores, los sacerdotes, los religiosos, las
religiosas y los numerosos representantes de las parroquias, de los
movimientos, de las asociaciones y de las cofradías. A todos dirijo un cordial
saludo.
Quisiera saludar en
particular a los obispos cubanos que, presentes en Roma desde hace algunos
días, han querido unirse a nosotros hoy, a fin de dar una vez más gracias al
Señor por el don de mi reciente visita e implorar la luz y la ayuda del
Espíritu para el camino de la nueva evangelización. Los acompañamos con nuestro
afecto y nuestra comunión fraterna.
5. Al celebrar hoy la
fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo, el pensamiento va también al 18 de junio
del año 2000, cuando aquí, en esta basílica, se inaugurar á el 47° Congreso
eucarístico internacional.
El jueves siguiente, 22 de junio, solemnidad del
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, partirá desde esta plaza la gran procesión
eucarística. Además, congregados en asamblea litúrgica para la Statio orbis, el
domingo 25 celebraremos la solemne eucaristía unidos a los numerosos peregrinos
que, acompañados por sus pastores, vendrán a Roma desde todos los continentes
para el Congreso y para venerar las tumbas de los Apóstoles.
Durante los dos años
que nos separan del gran jubileo, preparémonos, tanto individual como
comunitariamente, para profundizar el gran don del Pan partido para nosotros en
la celebración eucarística. Vivamos en espíritu y en verdad el misterio
profundo de la presencia de Cristo en nuestros tabernáculos: el Señor permanece
entre nosotros para consolar a los enfermos, para ser viático de los
moribundos, y para que todas las almas que lo buscan en la adoración, en la
alabanza y en la oración, experimenten su dulzura. Cristo, que nos alimenta con
su Cuerpo y su Sangre, nos conceda entrar en el tercer milenio con nuevo
entusiasmo espiritual y misionero.
6. Jesús está con
nosotros, camina con nosotros y sostiene nuestra esperanza. «Tú caminas a lo
largo de los siglos », le decimos, recordando y abrazando en la oración a
cuantos lo siguen con fidelidad y confianza.
Ya en el ocaso de este
siglo, esperando el alba del nuevo milenio, también nosotros queremos unirnos a
esta inmensa procesión de creyentes.
Con fervor e íntima fe
proclamamos: «Tantum ergo Sacramentum veneremur cernui...».
«Adoremos el Sacramento
que el Padre nos dio. La antigua figura ceda el puesto al nuevo rito. La fe
supla la incapacidad de los sentidos». «Genitori Genitoque laus et iubilatio...
».
«Al Padre y al Hijo,
gloria y alabanza, salud, honor, poder y bendición. Gloria igual a quien de
ambos procede». Amén.
SOLEMNIDAD DEL «CORPUS CHRISTI» HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
San Juan de Letrán, jueves 11 de junio de 1998
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