El deber de
santificación de la familia cristiana tiene su primera raíz en el bautismo y su
expresión máxima en la Eucaristía, a la que está íntimamente unido el
matrimonio cristiano. El Concilio Vaticano II ha querido poner de relieve la
especial relación existente entre la Eucaristía y el matrimonio, pidiendo que
habitualmente éste se celebre «dentro de la Misa». Volver a encontrar y
profundizar tal relación es del todo necesario, si se quiere comprender y vivir
con mayor intensidad la gracia y las responsabilidades del matrimonio y de la
familia cristiana.
La Eucaristía es la
fuente misma del matrimonio cristiano. En efecto, el sacrificio eucarístico
representa la alianza de amor de Cristo con la Iglesia, en cuanto sellada con
la sangre de la cruz. Y en este sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza los
cónyuges cristianos encuentran la raíz de la que brota, que configura
interiormente y vivifica desde dentro, su alianza conyugal. En cuanto
representación del sacrificio de amor de Cristo por su Iglesia, la Eucaristía
es manantial de caridad. Y en el don eucarístico de la caridad la familia
cristiana halla el fundamento y el alma de su «comunión» y de su «misión», ya
que el Pan eucarístico hace de los diversos miembros de la comunidad familiar
un único cuerpo, revelación y participación de la más amplia unidad de la
Iglesia; además, la participación en el Cuerpo «entregado» y en la Sangre
«derramada» de Cristo se hace fuente inagotable del dinamismo misionero y
apostólico de la familia cristiana.
San Juan Pablo II (Familiaris Consortio 75)
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