La presencia real de
Cristo en el Pan y en el Vino, es decir, en la Eucaristía sólo se acepta desde
la fe, no por razonamiento. San Agustín decía: “Si lo entiendes, no es Dios”.
Por eso hemos de optar y situarnos entre los que abandonaron a Jesús, escandalizados
por el discurso del Pan de vida (Jn 6,66) o entre los que siguen como Pedro al
Señor y confiesan con plena libertad y confianza su fe: “Señor, ¿dónde vamos a
ir? Sólo tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que tú
eres el Santo de Dios.(Jn 6,68-69)
Yo me situo en el
segundo grupo, entre los que desde la fe confiesan que Cristo es el Señor, y
que el pan y el vino son el Cuerpo y la Sangre del Señor.
La verdadera Iglesia de
Cristo ha enseñado con doctrina firme la presencia real de Cristo en el pan y
vino consagrados, dice así: “Jesucristo está presente en la Eucaristía de modo
único e incomparable. Está presente, en efecto, de modo verdadero, real y sustancial
con su Cuerpo y con su Sangre, con su Alma y su Divinidad. Cristo, todo entero,
Dios y hombre, está presente en ella de manera sacramental, es decir, bajo las
especies eucarísticas del pan y del vino” (C.I.C.-Compendio-282)
Confesamos, pues, que el
Pan ES el Cuerpo del Señor.
Confesamos, también,
que el Vino ES la Sangre del Señor.
Rechazamos, pues, que
el Pan simbolice el Cuerpo del Señor.
Rechazamos, también,
que el Vino simbolice la Sangre del Señor.
Si confesáramos ese
“simbolismo” estaríamos en aquel primer grupo del que hablábamos, es decir, de
aquellos que abandonaron al Señor, escandalizados por sus palabras.
Apostataríamos de la verdadera fe.
Mientras estaban en la
cena, Cristo lo dejó claro, cuando tomando el pan dijo:”Tomad, comed, ESTE ES
MI CUERPO”. Luego cogió el cáliz y dijo:”Tomad, bebed, ESTA ES MI SANGRE de la
Alianza que se derrama por muchos para el perdón de los pecados” (Mt 26,26-28).
Y lo perpetúa conscientemente en el tiempo después de esa primera Consagración
cuando dice:”Haced esto en mi memoria” (ICor 11,24)
Por eso adoramos el Pan
y el Vino consagrados, porque son el Cuerpo y la Sangre de Cristo, porque son
Dios. No son una imagen simbólica para la veneración, una estampa de la
Divinidad, son Cristo mismo, realmente el Señor Jesús; aquel que anduvo por
Galilea, que multiplicó los panes y los peces, que curó a los enfermos y
revivió a Lázaro; es el mismo que sanó la hemorragia de aquella piadosa mujer,
el mismo que murió en la Cruz y resucitó al tercer día.
Realmente la Eucaristía
es Cristo. Aquel del que el centurión romano dijo:”realmente este hombre era el
Hijo de Dios”. (Mc 15,39)
Confesar la presencia
real de Cristo en el Pan y en el Vino no es de locos, sino de hombres y mujeres
de fe, que se creen las palabras de Jesús, que creen a Jesús. Por eso damos
gracias, siempre y en todo lugar al Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno por
su Hijo, nuestro Señor, verdadero y único sacerdote. El cual, al instituir el
sacrificio de la eterna Alianza, se ofreció a sí mismo como víctima de
salvación y nos mandó perpetuar esta ofrenda en conmemoración suya. Su carne,
inmolada por nosotros, es alimento que nos fortalece; su sangre, derramada por
nosotros, es bebida que nos purifica. (Pref. I de la Eucaristía)
¿Nos fiamos, pues, de
Jesús de Nazaret? Yo, sí; y espero en su promesa cuando dice:”el que come mi
carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último
día”.(Jn 6,54)
Seamos pues de Pedro,
mantengamos firme nuestra fe y confesemos sin miedo que el único que tiene
palabras de vida eterna es el Señor.
Antonio Manuel Álvarez
Becerra
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